Tras su apariencia de serie de nicho (la historia de un restaurante familiar, el retrato del día a día de una cocina ubicada en las entrañas de Chicago), The Bear es probablemente el último clásico instantáneo surgido del mundo del streaming.
Mientras cada vez más ficciones seriales se contentan con seguir la vía del algoritmo, creando tramas llenas de predecibles giros y finales hechos a la medida de las audiencias más complacientes, El Oso, como se ha conocido la serie en el mundo de habla hispana, narra con un sentido propio del ritmo —a veces frenético, otra veces pausado— una historia que no descansa en la trama.
La serie de Christopher Storer tiene en su centro, por el contrario, los sutiles cambios interiores de personajes que nada quieren saber de la redención ni de la superación personal, ocupados como están en hallar sentido allí donde el decurso de las cosas se empeña en negarlo.
Los ingredientes de ‘The Bear’
Superado el escollo de unos primeros capítulos que probablemente abusan de la cámara en mano y del retrato realista de los ajetreos propios del mundo íntimo de una cocina profesional, The Bear se presenta como lo que en verdad es: una serie de atmósfera en la que la comida moldea los vínculos humanos.
Como en la vida real, el alimento funciona en la premiada ficción como un elemento que reviste una serie de significados, y su preparación como un acto de afecto para con los comensales.
Al tiempo que otros programas sobre restaurantes optan por el retrato glamuroso del chef y por la fácil vía del ascenso económico que el negocio de la gastronomía comercial es capaz de proporcionar a quienes se dedican a él, The Bear plantea en cambio preguntas esenciales acerca de la dimensión emocional implicada en el antiguo arte de preparar y compartir comida: ¿cómo es que la necesidad humana del comer puede saciar a un tiempo nuestros apetitos físicos y simbólicos? ¿Por qué nos gusta tanto disfrutar la comida al lado de otros? ¿Qué hace que el universo familiar y el culinario se encuentren anudados de un modo tan particular?
The Bear acusa recibo de estas preguntas pero no se apresura a contestarlas, sino que las desgrana y las cocina a fuego lento, a la espera de un televidente que sepa abrir su corazón a lo que sucede en la pantalla. Bajo su fachada de ficción gastronómica, El Oso indaga, pues, en la naturaleza de los vínculos y en su fragilidad, pero al mismo tiempo en su necesariedad.
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Elogio de la opacidad
Otro de los hallazgos de la serie reposa en los personajes que construye y en las magníficas actuaciones que los tornan creíbles (sería ingrato destacar solo a una figura, como lo ha hecho la crítica norteamericana con Jeremy Allen White, cuando se trata de un elenco tan parejo).
Si los avatares clasificatorios de la industria estadounidense etiquetan The Bear como comedia, hay que decir que esa categorización resulta verosímil tan solo en la medida en que los personajes consiguen reír de sí mismos a pesar del mundo caótico y resquebrajado que habitan.
Vale decir: en El Oso los personajes llevan consigo unos dolores que los unen, pero también una ternura que les hace la existencia soportable.
La serie despliega así una rara especie de humor nostálgico en torno a la familia y los amigos, a ese vínculo a veces asfixiante, pero al mismo tiempo primitivo que nos ata a aquellos con quienes hemos compartido mesa.
Pero se trata también de personajes que nunca se revelan del todo, que resultan opacos incluso para sí mismos. Parte de la belleza de la serie reside en que, al intentar comprender sus dolores inefables, acabamos comprendiendo también algo de los nuestros.
Existir al filo del abismo
En medio de tanto relato edulcorado acerca de biempensantes personajes que aspiran al empoderamiento individual, The Bear pone el foco más bien en las derrotas que acontecen en ese microcosmos minúsculo de la cocina, uno de los pocos negocios capitalistas abocados todavía a prodigar experiencias a sus clientes más allá del mero consumo.
Es cierto que la serie es también, si nos atenemos a las sinopsis, el relato de un chef que intenta recomponer el camino del negocio familiar tras la muerte de su hermano. Sin embargo, lo que está detrás de ese argumento más o menos cajonero no tiene que ver con el éxito, sino con encontrar la manera de seguir adelante cuando hemos perdido a aquellos que amamos.
Así, la serie se adentra en el mundo interior de individuos social y económicamente desgarrados. No por casualidad la serie toma lugar en Chicago, una de las ciudades obreras de Norteamérica por excelencia. Sin facilismos ni atajos, The Bear es desde este ángulo también una oda al mundo obrero, y a un sector que, como el de los servicios, es empujado cada vez más abajo del escalafón capitalista.
Lejana al panfleto, la serie muestra la vida de los perdedores del sistema, o al menos de quienes se acostumbran a existir al filo del abismo: sujetos racializados, inmigrantes, trabajadores del sector servicios que a duras penas consiguen llegar al fin de cada mes.
Pero la serie es asimismo un canto sobre cómo seguir viviendo incluso en condiciones como esas. Porque aunque habitemos un mundo habituado a quitarnos casi todo, seguimos siendo soberanos al menos de una cuantas cosas, incluidos el humor y la amistad.
Postdata
Para adentrarse en El Oso no hace falta, pues, conocer algo del mundo de la alta cocina. Ni siquiera hace falta ser un entusiasta comensal (como es el caso, valga la confesión, de quien esto escribe). Basta, por el contrario, con haber naufragado alguna vez y estar dispuesto a estar con otros si hace falta para remediarlo. Póngale la firma.