“Catecismo Político. Dedicado al pueblo por don José Santos Lombardo. Explicación breve y sumaria de las distintas formas de Gobierno […] A favor de la ilustración del pueblo rudo a quien ama”.
Las dos anteriores frases corresponden, respectivamente, al título y última oración de la pionera obra Catecismo Político, cuya redacción se dio en 1822 por el multifacético ciudadano don José Santos Lombardo Alvarado y en medio de la incipiente situación política de nuestro territorio posterior a su independencia.
Así, se presentan las diversas incidencias, factores, personajes y circunstancias que se conjugaron en aquella época para la aparición del primer libro de nuestra era autárquica, cuyo contenido se erigió también en el antecedente bibliográfico más antiguo, a partir de esa época, de materias como el Derecho, la Ciencia Política o la Administración Pública.

Preámbulo intelectivo
Desde que el célebre literato italiano Nicolás Maquiavelo estableció en su conocido libro El Príncipe (1513) una pionera categorización de las distintas formas de Gobierno que han existido en la historia, muchos otros pensadores y escritores se abocaron con fruición a ese mismo objetivo.
Al respecto, cabe destacar al humanista inglés Tomás Moro quien fuese el autor de Utopía (1516), el filósofo inglés Thomas Hobbes quien redactó Leviatán, o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil (1651), el filósofo neerlandés Baruch Spinoza con el Tratado Político (1677) o el intelectual inglés John Locke con sus conocidos Dos Tratados sobre el Gobierno Civil (1690).
Fenómeno que adquirió renovada importancia en el siglo XVIII, sobre todo en lo concerniente al territorio monárquico francés, donde el filósofo Francois-Marie Arouet (conocido como Voltaire) publicó Cartas Filosóficas (1734). Mientras que el jurista y filósofo francés Charles de Secondat (conocido por su título nobiliario: barón de Montesquieu) publicó Del espíritu de las leyes (1748).
Casi de seguido, una novel forma de explicar a los modelos gubernativos fue realizada por los filósofos franceses Dennis Diderot y Jean Le Rond d’Alembert, quienes publicaron su importante Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios o comúnmente llamado Enciclopedia (1751).
Hasta que el culmen de este dilatado proceso conceptual se dio a través del filósofo y literato suizo Juan Jacobo Rousseau, quien se erigió en el escritor de la renombrada obra El Contrato Social o principios de derecho político (1762).
Realidad política
Gran parte de la historiografía es homogénea al señalar que, junto a otros eventos, los factores ideológicos y filosóficos que sustentaron a las grandes transformaciones revolucionarias de los siglos XVIII y XIX tuvieron su base esencial en los idearios de los pensadores antes referidos.
Proceso expandido por un intenso tráfico marítimo mercantil, pues dichos libros eran comercializados (la mayoría de las veces por contrabando debido a sus contenidos), lo cual ampliaba su conocimiento a numerosos grupos de personas.

Así, la Revolución Americana (iniciada en 1763) que conllevó a los Estados Unidos como nación (1776) o la Revolución Francesa (comenzada en 1789) que colapsó a la monarquía gala (1792), tuvieron como líderes a individuos imbuidos por dichas tesituras. Tal fue el caso de Washington, Jefferson, Hamilton, Adams, Madison o Franklin en el primer caso, y Lafayette, Robespierre, Danton, Marat, Condorcet o Mirabeau, en el segundo.
Mientras que en Las Indias (antiguo nombre oficial de la América española) y su desvinculación con la monarquía ibérica desde 1808, lo mismo aconteció con figuras como Hidalgo, Morelos, Guerrero, Victoria o Allende en el Virreinato de la Nueva España, y Bolívar, San Martín, Sucre, O´Higgins o Nariño en los virreinatos suramericanos.
Nuestra coyuntura
Durante casi toda la época colonial nuestro territorio estuvo bajo la egida del ya citado virreinato novohispano en general y del Reino de Guatemala en particular, ostentado primero el nombre de Provincia de la Nueva Cartago y la Costa Rica (1540), el cual luego se abrevió a Provincia de Costa Rica (1573).
Fue entonces en 1812 cuando la dependencia con Guatemala feneció a raíz de la emisión de la Constitución de Cádiz. Unión restablecida en 1814 y vuelta a suprimir en 1820 cuando dicha norma constitucional fue restituida.
Factor normativo de especial significancia, pues, tras la independencia de Guatemala (15 de septiembre 1821), las otras provincias del istmo centroamericano (sin vínculo alguno ya con esa nación) asumieron sus propias autonomías en obvias fechas posteriores: El Salvador (21, septiembre), Honduras (28, septiembre), Nicaragua (11, octubre) y Costa Rica (29, octubre).
Así, si bien es cierto, por nuestra pequeña realidad poblacional, económica y territorial, el interés y comercio de libros antes de 1821 fue muy nimio, también resulta verdadero que hubo personas que poseyeron algunas obras como las ya citadas. Aspecto registrado en los índices de mortuales, testamentos y procesos sucesorios y que, por lo general, se asoció a individuos de alta posición social o pecuniaria. Tal fue el caso de don José Santos Lombardo A.
El artífice
Lombardo nació en la ciudad de Cartago en 1775, siendo descendiente de inmigrantes italianos avecindados en la región de Panamá y hermanastro del futuro Jefe de Estado don José R. Gallegos Alvarado (1833-1835 y 1845-1846).
En 1791 viajó a Nicaragua donde obtuvo el título de Bachiller en Artes y regresó a Costa Rica (1794). Con posterioridad, fungió, entre San José y Cartago, como maestro escolar (1797), Teniente de Gobernador (1799), Escribano Publico (1803), Alcalde 1° (1812), Alcalde 2° (1818) y Procurados Sindico (1820).

Ya para 1821 integró a la pionera Junta de Legados de los Ayuntamientos, rubricó nuestra Acta de Independencia del 29 de octubre, fue parte de la Junta de Legados de los Pueblos, suscribió el Pacto Social Fundamental Interino de Costa Rica (nuestra segunda norma constitucional) e integró la llamada Junta Interina.
Empero, un evento marcaría su vida y la del país en 1822, pues el 10 de enero la ahora llamada Junta Electoral determinó nuestra unión política con el llamado Imperio Mexicano, cuyo líder era el General Agustín de Iturbide A.
El escrito pionero
Desde nuestra vinculación con México, José S. Lombardo se convirtió en su más aguerrido defensor, pues consideraba que dicha alianza era lo que más le convenía a nuestra realidad política de aquel momento.
Fue entonces cuando redactó un escrito para dicho fin, al cual tituló Catecismo Político. Obra en la que, en efecto, utilizó el método catequista de preguntas y respuestas concretas (12 en total), para exponer sus consideraciones sobre los distintos modos de ejercer el poder gubernativo.
Interrogantes como: ¿Cuántas formas de gobierno hay?, ¿En que consiste el gobierno despótico?, ¿En qué consiste el gobierno monárquico?, ¿En que consiste el gobierno republicano?, ¿Cuál es el aristocrático?, ¿Qué es el gobierno mixto?, ¿Y cuál, pues, es el mejor de todos los gobiernos? y ¿Qué se entiende por monárquico constitucional?
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Así, al colegirse sobre ello, resalta la gran similitud entre esas preguntas con temáticas del ya citado Contrato Social, entre cuyos capítulos están: Del gobierno en general, Del principio que constituye las diversas formas de gobierno, División de los gobiernos, De las Aristocracia, de la Monarquía, de los gobiernos mixtos, De los signos de un buen gobierno y De la institución del Gobierno.
Mismo parangón con Del Espíritu de las Leyes, algunos de cuyos capítulos son: Del gobierno republicano y de las leyes relativas a la democracia, De las leyes relativas a la aristocracia, De las leyes y el gobierno monárquico o Del principio del gobierno despótico. Mientras que en los Dos Tratados sobre el Gobierno Civil se cita: De los fines de la sociedad y los gobiernos políticos, De las formas de una república o De los poderes paterno, político y despótico.
Por lo que, muy probablemente, Lombardo tomó como base a los libros de Rousseau, Montesquieu y Locke. Además, dicho manuscrito (pues solo circularon pocas copias hechas a mano al no existir imprenta en Costa Rica) fue un apoyo decidido al ahora emperador mexicano Agustín I (nombrado en mayo-junio, 1822), pues, al responder Lombardo cual era la mejor forma gubernativa, indicó que la monarquía constitucional, es decir, la que México había implementado.
Ulteriores eventos
No obstante, todo lo anterior, la unión política entre Costa Rica y México fue efímera, pues, tras una serie de eventos en ambos países, nuestras autoridades fenecieron dicho vínculo (8 de marzo, 1823), mientras que el imperio mexicano sucumbió poco después (19 de marzo).
Por su parte, Lombardo tuvo una intensa vida en años posteriores, pues en 1823 fungió como presidente de la 2ª Junta Superior Gubernativa, Comandante General de las Armas y participó en la sediciosa Guerra Civil de Ochomogo a favor del bando imperialista. En 1824 fue diputado por Cartago y para 1825 firmó la Ley Fundamental del Estado Libre de Costa Rica (nuestra sexta norma constitucional).

Además, en 1826, resultó electo como Magistrado del incipiente Poder Judicial, pero lo declinó, mientras que, desde 1827, ejerció su último cargo público como Rector de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás. Hasta que su muerte acaeció en 1829, siendo sepultado en Cartago.
De modo casi paradójico, apenas en 1830 abrió en San José la pionera Imprenta de la Paz, lo que permitió la publicación, ese mismo año, del primer escrito impreso en Costa Rica: Breves lecciones de aritmética para el uso de los alumnos de la Casa de Santo Tomás. Cuyo autor fue el docente, jurista y político nicaragüense Bach. Rafael F. Osejo Escamilla, quien también publicó La igualdad en acción (1831) y Lecciones de geografía en forma de catecismo (1833).
Así, con toda probabilidad, de haber existido imprenta en 1822, el Catecismo Político no solo estaría cumpliendo en 2022 su bicentenaria condición como primera obra redactada después de nuestra gesta independentista, sino que habría ostentando la valiosa condición de primer libro impreso de nuestra eximia historia literaria, siendo que la única copia que queda, se resguarda, bajo la signatura Provincial Independiente N.º 859, entre los tesoros del Archivo Nacional.
El autor es profesor de la Cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de Costa Rica.