Arrodillado y besando al escenario, Jorge Drexler honró el mismo espacio que el 10 de marzo del 2020 lo convirtió en el artista a nivel global que inauguró los livestream en tiempos de distanciamiento, ante la imposibilidad de tocar frente al público.
Casi dos años después, con un espectáculo muy diferente al que hubiera ofrecido en el Melico Salazar sin una pandemia de por medio, premió a la audiencia nacional con tres fechas continuas, a teatro lleno. Si el vínculo de Drexler con nuestro país ya era cercano, después de esta temporada, se hace aún más estrecho. Es una relación que va muy en serio.
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El recital fue igual de cálido en las dos primeras de estas citas (quien firma no asistió a la tercera fecha). Las variaciones fueron pocas entre las dos ocasiones, con un par de inversiones en el orden de las piezas, otras que fueron sustituidas, como Estalactitas y La edad del cielo, que fueron tocadas solo el primer día, mientras que, para la segunda noche, la banda se mostró mucho más segura, algo normal para una gira que recién empieza con un formato nuevo.
En ambas ocasiones hubo entusiasmo por igual, con aplausos extensos y efusivos.
Por un lado, el uruguayo logra esas emociones gracias a su lírica, en su capacidad de generar empatía línea tras línea, en sacar una sonrisa con las ideas que canta, profundas y sinceras, reflexivas y cargadas de sabiduría; usando figuras literarias brillantes, atemporales y jocosas.
El repertorio elegido para esta gira es rítmicamente versátil, pasando del candombe uruguayo al bossa nova brasileño, incluyendo una pieza que remite a las composiciones más optimistas de McCartney y hasta una que honra con mucho sabor a nuestro calypsonian Walter Ferguson.
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Eligió obras que no podrían faltar, como Silencio, Salvapantallas o Soledad (junto a la española Rozalén). Se atrevió a cerrar (en el caso del viernes) con una obra reciente, pegajosísima, Tocarte (grabada con C. Tangana) e inclusive estrenó un tema de su venidero álbum, Tinta y tiempo, que saldrá el 22 de marzo.
Toda esa combinación de temas gozó de las condiciones óptimas para un recital de esta naturaleza. El sonido en el Teatro popular Melico Salazar fue insuperable, inclusive cuando el artista prescindía del micrófono principal y se movía por donde se antojara, dependiendo de un micrófono de solapa que proyectaba cada sutileza de su voz.
La banda acompañante, integrada por tres mujeres y tres hombres, es dirigida por Javier Calequi y cuenta con talento proveniente de Argentina, Guinea-Bissau y España. Su trabajo como agrupación es magnífico, incluyendo una batería cargada de detalles, secuencias muy interesantes, algunos pasajes experimentales en el teclado y voces femeninas mágicas.
Con el menú de una quincena de canciones, el camino que se recorrió con el oído a lo largo del concierto no dejó de generar alegrías al corazón, a veces contagiando bailar, bailar y bailar, y casi siempre provocando que el público se sumara a los coros.
En esa participación activa y constante de la audiencia fue notorio que esta se moría por ser parte de un canto colectivo. Escuchar esto fue de lo más gratificante al estar en medio de tantas voces ilusionadas; voces que las KN-95 son incapaces de silenciar.
La algarabía y el fervor causado por Drexler provocó, como hace referencia en su canción La luna de Rasquí, “un punto ciego en la pena”. En momentos de incertidumbre, de ansiedad, de caos, esta es música que suma, que se agradece.
Ficha técnica
Artista: Jorge Drexler.
Lugar: Teatro Popular Melico Salazar.
Fechas: 4 y 5 de marzo 2022.
Organización: Interamericana de Producciones.