A veces, aunque uno no lo quiera, termina siendo presa --no prisionero-- de su pasado.
Le marco a ese espectacular artista que fue y es Jorge del Castillo, en una tarde lluviosa y en lo que me atiende con su voz portentosa y una contestación que tenía años sin escuchar: “Buenas tardes, ¿en qué le puedo servir?”... ¿En serio? No puedo cifrar los lustros que llevo sin escuchar una respuesta así al otro lado del auricular, menos en estos tiempos de celulares y demás.
Me presento y me recuerda como si fuera ayer. Hará unos veintitantos años atrás, cuando recién ingresando yo al diario, se me ocurrió buscar al cantante que revolucionaba de una manera increíble el Salón Esquivel en Juan Viñas --el salón de Yoya, para nosotros los locales-- cuando tras meses de anunciarse el santo y seña (día y hora, por aquello de las reservaciones), Jorge Del Castillo se convertía en la comidilla de mi hermoso pueblo natal: aunque yo tenía seis o siete años, recuerdo a las vecinas de mi mamá y a las clientas del negocio de mi papá, el Montecarlo, hablando del tremendo suceso que ocurriría en semanas en la Juan Viñas de mi alma.
Las adolescentes y las no tanto, muchas acompañadas de sus parejas y ellas todas ataviadas con —literalmente— los trapitos de dominguear, que en aquel momento ya empezaba a incluir brillos o lentejuelas en los vestidos y también las minifaldas que desde los 60 hacían furor en la moda occidental.
Los fans ahorraban un poquito cada quincena y las adolescentes guardaban parte de sus sencillas mesadas, empapelaban las paredes de sus cuartos con los pósters que por entonces publicaba la prensa del cantante top del momento, y disfrutaban por semanas la previa del show en grupitos cantando Vi al viento jugar o Te quiero amor te quiero, éxitos emblemáticos de la muy nutrida colección de temas con que Jorge del Castillo enloquecía a la muchachada costarricense.
Como es de suponer, al día siguiente de la presentación, las seguidoras del artista amanecían levitando y deseosas de volverse a juntar sentadas en las aceras, detallando las anécdotas de la noche anterior y la que había logrado acercarse y hasta darle un beso al cantante era la envidia de las demás. Entre tanto, los más adultos, señoras y señores ya más entrados en años, también comentaban las “barbaridades” que se rumoraban en el pueblo, sobre cuántos brassieres le habían sido arrojados a Jorge del Castillo mientras enloquecía a su público no solo con su voz, si no con su ‘look’ setentero: botas altas, pantalón y camisa negra, esta desabotonada hasta el abdomen, cadenas y pulseras de oro, el cabello bien engominado y aquella mirada de tigre.
Jorge del Castillo era la versión criolla de cantantes que hacían sus pininos en otras latitudes de mayor cuantía, como Sandro, en Argentina, o Raphael, en España. Sin embargo, él siempre negó haber copiado el estilo de estos u otros intérpretes. “En todo caso, ellos me habrían copiado a mí porque todo ese look estrafalario de la época lo empecé a usar yo antes que ellos”, dice entre risas al rememorar un pasado cada vez más lejano y el cual dejó atrás por completo desde hace 10 años, cuando experimentó una paz que sobrepasa todo entendimiento al descubrir a Jesús y una espiritualidad que casi no puede explicar con palabras. Y eso, en medio de su nutrido vocabulario, es mucho decir.
Por cierto, su nombre de pila es Jorge Antonio Trujillos Vargas, pero en sus inicios, por allá de 1965, el director de un programa de concursos en Radio Columbia, Juan Ramón Gutiérrez, le sugirió usar el segundo apellido de su madre, doña Teodolinda, y así nacería el nombre artístico que lo ha acompañado durante 56 años: Jorge del Castillo.
Hurgando en los archivos de La Nación sobre Jorge, me encontré una tremenda coincidencia: la última entrevista que se le realizó al cantante se publicó exactamente hace 10 años, en junio del 2011, cuando el periodista Jorge Hernández justamente halló al intérprete en plena reconversión.
“Al pasado le prendió fuego. Dejó atrás al hombre viejo y ahora vive una segunda existencia, sin lamentos, sin añoranzas, sin reproches. Arrastrado por los vientos de la lujuria, vagó sin motivo ni destino, hasta que una mano luminosa lo sacó del torbellino: Dios. Puede ser mentira, pura pose, un cuento más del que gozó la vida a troche y moche y ahora reparte “bibliazos” en la frente de todos; pero quien lo oye hablar, cantar, mirar, no encuentra conexión entre aquel Jorge del Castillo que en los años 70 y 80 enloquecía a las colegialas, y este de ahora que “ni por toda la plata del mundo, ni en las fiestas familiares, volvería a cantar así”, escribió Hernández en aquella ocasión.
Desde la oscuridad
Pues bien, una década después el tiempo habló y es un hecho que Jorge siguió en el camino de la “paz y felicidad”, como asegura él, sin la menor intención de ofrecer cátedra. “Es que soy tan inmensamente feliz, no tengo cargas porque todas las deposito en Jesús.
“Yo no soy religioso, tengo una relación directa con Él y te puedo decir que enterré mi pasado, lo vivido ya pasó y por eso lo dejo ahí, era una vida caótica, llena de todo lo que uno creía que lo podía hacer feliz, el dinero, los carros, los viajes, la fama, la adulación, las aventuras de la carne.... pero nada de eso me llenaba”, reflexiona Jorge, quien no tiene descendencia y vive desde hace años junto a una hermana y su familia.
Ha volcado todo su talento musical en composiciones dedicadas a Cristo y a la espiritualidad. Por supuesto, no se presume santo ni mucho menos pero sí se escucha en paz. No realizamos la entrevista presencial porque Jorge se manifiesta muy respetuoso de las instancias del Ministerio de Salud en el sentido de “quedarse en casa” y, aunque ya está vacunado contra la covid-19, prefiere esperar a que la emergencia sanitaria se haya aplacado para retomar sus caminatas y los eventuales convivios con músicos nacionales que realiza cada tanto la periodista, abogada y ahora candidata presidencial, Viviam Quesada, en su casa de San Antonio de Belén.
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Antes de continuar con cómo son los días actuales en la vida del músico, se impone un resumen que contextualiza el gran éxito musical que logró durante las décadas ya mencionadas: grabó unas 40 piezas, de las cuales al menos una docena se convirtieron en hits.
Los más recordados aún por las generaciones afines y que se consiguen en videos de antaño localizados en YouTube son Te quiero amor te quiero, Vi al viento jugar, Voy a guardar mi lamento, Ven ven, Rosaisel, Cuando llora el mar, Catalina, Hoy daría yo la vida, Gracias mi amor por todo lo vivido....
Y aunque en aquellos tiempos no cualquiera salía del país así no más, sin haber cumplido 30 años Jorge se instaló en Colombia durante una temporada e incluso se casó con una bogotana --un detalle que muy poca gente supo-- pero la relación no funcionó. Del Castillo andaba embelesado con su éxito y era casi imposible que pudiera mantener una relación estable, máxime que de Colombia salió de gira para varios países de Suramérica y Europa.
Este es un extracto de nuestra conversación, realizada la semana pasada.
— Jorge, de estos últimos años de tu vida, con gran vehemencia me contaste que no los cambiás por nada, ¿cómo se dio esa conversión espiritual en un Jorge del Castillo que incluso, en alguna parte de tu vida, se decía no creyente?
— Yo me decía no creyente porque había pasado por la religión católica por la que pasan algunos niños que son acólitos, sacristanes. Yo todos los domingos iba a misa pero por cumplir, a los 12 años ya no volví y desde entonces prácticamente no creía en nada. Con los años fui creciendo y me volví muy irreverente, pasé por todas las cosas que tuve que pasar, entre los 15 y los 50 años tuve una vida demasiado desenfrenada, no creía en nada...
(En entrevistas anteriores, Jorge reveló haber sido víctima de violación por parte de un maestro de música. Desde su más tierna infancia había heredado el gusto y talento musical de su madre, doña Teodolinda, quien a propósito fue madre y padre y el único gran amor de su vida, ha narrado Jorge. “Por dicha, en tercer grado me cambiaron al abusador del maestro de música y la niña María Eugenia me escuchó cantar y desde ese día fui el artista exclusivo de la Escuela Inglaterra, en San Rafael de Montes de Oca. Me sacaban en todas las asambleas escolares y en las obras de teatro infantil. Pasé al Liceo Joaquín Vargas Calvo, pero ahí aminoré la cantada”, contó en la mencionada entrevista publicada en hace 10 años).
— ¿Y en qué momento se da ese punto de inflexión, tu reconexión con la espiritualidad?
— Dos meses después de la muerte de mamá alguien me habló con gran profundidad de Jesús. (Jorge también ha narrado que tuvo dos intentos de suicidio, en sus últimos años de desenfreno, es decir, se sentía totalmente perdido y sin guía). Hubo algo que me movió intensamente, empecé a conocerlo, a leer la palabra, a enamorarme de sus estatutos, de todo eso que invade el alma, el corazón y la mente, empecé a escuchar a los eruditos y un día entendí que Cristo no era una religión, como dirían en el mundo “le lavaron el coco”... ¡lástima que no me lo lavaron antes, porque vivir en Cristo es algo maravilloso!
— Al mismo tiempo, me contaste que ha habido muchos nublados en tus últimos años, que han sido tiempos difíciles, pero que de todo has salido asido a tu fe. ¿Cuáles fueron esas dificultades?
— Aunque yo en mucho tiempo creí que lo tenía todo, no tenía nada. Vicios como el alcoholismo y el fumado nunca tuve, pero sí incurrí en los pecados de la carne... ¡me pasaron tantas cosas! Por ejemplo tenía una novia, hace muchos años, y fuimos a ver un circo que había en Plaza Víquez. A mí había gente que me quería mucho, pero otros me tildaban de... bueno, de todo lo que uno se pueda imaginar. Esa vez fui a dejar a la muchacha después de que terminó la función, íbamos caminando y había una barra de chavalos que se vinieron detrás y me agarraron y me dieron una golpiza, absolutamente sobre nada, no sé cómo no me mataron... ¡viera cómo me dejaron!
Y así viví montones de cosas, como le digo, andaba sin rumbo, no me importaba nada, y bueno, caer a los pies de Cristo no significa que haya una varita mágica y que el pobre se va a volver rico, el pecador en perfecto, o se piensa que las aflicciones se acaban y eso no es así, hay que pasar por un proceso que casi siempre es duro y difícil, pero el mismo Jesús nos enseña en su palabra que “en el mundo tendréis aflicción, pero confiad en mí”.
Y sí, llegué a los pies de Jesús, se acabó la cantadera de mis shows y de mis presentaciones, de mis viajes, de mis salidas muy constantes de Costa Rica, nadie me lo pidió, nadie me lo exigió, eso no fue una condición porque el único que puede condicionar mi vida hoy día es Jesucristo y Él no condiciona a nadie. Pero la carne... este estuche en que vivimos, que le gusta tanto el vacilón, la juerga, el portarse mal... ese es el cambio que uno comienza a vivir, dejar las cosas del mundo que hoy para mí solo pérdidas dejan.
— ¿Cómo son tus días hoy, cuál es tu rutina? ¿Con quién vivís?
— Después de 40 años de vivir solo, mi hermana y mi cuñado con todo cariño me cedieron una habitación en su casa, en Calle Blancos. Una cosa que tengo a mi favor es que toda, toda la familia —primos, hermanos—, todos nos convertimos al cristianismo, todos somos hermanos en Cristo Jesús y somos unidos también con católicos y otras religiones, hay un solo Dios.
— ¿Seguís vinculado con la música? ¿De qué manera?
—Mi música actual es totalmente de alabanza al Dios eterno. Yo me presento donde quiera que me llamen y que sepan y acepten la música que yo interpreto ahora. Doy testimonio del cambio que tuve, de dónde vengo y hacia dónde voy... obviamente en tiempos de pandemia no, ¡estoy encerraditico en la casa!
— ¿Seguís teniendo contacto con gente del medio? Por ejemplo, me hablaste de cuando se reúnen dónde Viviam Quesada ¿cómo son esos encuentros? Porque me imagino que la música no puede faltar, son casi todos músicos los que van...
-- Mi contacto con la gente del medio es telefónicamente. Viviam Quesada es supremamente especial: estoy muy agradecido que me ha distinguido con su amistad, ella es la que de vez en cuando me sacude toda la naftalina y me lleva a sus reuniones; ella es la que me une con el medio.
Un contacto que jamás pierdo es con mi eterno amigo desde la niñez, Leonel Obando, quien me distinguió siempre con su amistad. Por cierto, Viviam es la única capaz de hacerme cantar un pedacito de alguno de mis éxitos, como Vi al viento jugar...
— ¿Algún sueño que tengás por cumplir?
— Mi gran sueño es nunca volverme a apartar del camino del Señor.
— ¿Cómo quisiera ser recordado Jorge del Castillo?
— Como un hombre que rectificó y cambió.