El caviar de salmón se deshace en la boca, con sabor penetrante, casi explosivo. Se sirve sobre blinis, una suerte de crepas de harina que, suavemente, como torrecillas, exhiben su tesoro de encendido color naranja. El gusto celebra.
Este rincón de Rusia se siente como la sala de un hogar. Nos rodean las hojas de uva, cultivadas aquí para envolver algunas carnes, elegantes mesas blancas y la agitación ligera de una tarde en Curridabat. Estamos en Café Anka, que por 18 años ha brindado a comensales ticos oportunidad de viajar al otro lado del mundo.
Anna Tavgazova, a cargo de Anka, dice que servir sus platillos aquí es “100% como si estuviéramos cocinando para los huéspedes de nuestra casa”. Eso se dice fácil, pero es realmente un asunto familiar. Por 15 años estuvo en un local al lado, con cuatro mesitas, y que ahora florece con suficiente espacio para las matrioshkas y las fotografías de Rusia.
La familia de Anna proviene en realidad de Georgia, en el Cáucaso, que solía formar parte de la Unión Soviética. Por tanto, en Café Anka se sirven muestras de gastronomía de varios rincones de aquel gran trozo de mundo, del exuberante mar Negro a la fría Siberia.
Las sopas evidencian tal diversidad: hay de hierbas, de carnes, de todo. Otros platillos, como los pelmeni, rellenos de carne, pollo o queso, confortan con su calidez; las ensaladas (como la “rusa” de verdad) refrescan con su ligereza. En los pelmeni, el contraste entre la cálida y suave bolita de masa y la nata realza el intenso sabor de la carne; es un platillo preparado en los territorios fríos.
“En todas las familias rusas y del Cáucaso la comida es un tema muy importante. En familia, las reuniones de negocio, todo termina en una mesa, muchas cosas, hasta políticas, se resuelven en la mesa. Se dice que se abren las almas de las personas, la comunicación mejora cuando se está comiendo”, explica Anna.
En su local entran y salen amigos, clientes que se han encariñado con su cocina hogareña, y de la cuchara de su madre, Marina Bectaseva, maestra de las recetas.
“Es un intercambio de energías perpetuo: la gente está feliz acá por el ambiente y la comida, y nosotros felices porque nos aceptaron, nos aceptan y siguen viniendo con nuevas personas”, celebra Anna.
Ahora, bien sabemos que el paladar tico es tímido... ¿se han resistido a algún platillo? “El jolodets (áspic)”. ¿Por qué? “Porque es una gelatina fría con carne de cerdo, como entradita. Lo hemos intentando en fin de año porque en esta época es popular… pero no”. Por cualquier cosa: el áspic sí puede ser delicioso.
No todo en el menú resulta tan inusual, aunque las especias del Cáucaso agreguen un gusto inimitable a las carnes y las sopas. Y está el menú de postres –el napoleón, los ragaliki de nuez, los medovik dulcísmos–.
Aún más, en el café suele haber actividades culturales, como cantantes folclóricas, y hasta ofrecen talleres para pintar matrioshkas de madera.
Sobre la mesa, mientras espera, hallará mantelitos de papel y lápices para colorear una de estas célebres muñequitas, que quizá representen nuestra alma o nuestra familia.
En Café Anka, una capa abre paso a la otra, y en el corazón, justo allí, uno se sienta al lado de la ventana, percibe el aroma de la sopa borscht y se imagina lejos, en una calle moscovita, quizá esperando el Mundial, quizá volviendo a casa.
DIRECCIÓN: De la Pops de Curridabat, 50 m al sur. Abre todos los días excepto domingos.
PRECIO: Medio
TIPO DE COMIDA: Rusa y de países vecinos
PLATILLOS ESPECIALES: Sopas variadas, pelmeni y crepas rusas