Está claro que este poeta mira hacia la ciudad y no hacia el cielo, que él se siente flaco y roto, que piensa en mil formas de darse muerte y que sabe construir climas emocionales extremos; hace tiempo sabemos que él, sin problemas, se embarcaría río arriba en busca de Kurtz y que no le interesa para nada el llegar a salir al mar en uno de los tantos días que tiene el mundo. Por el contrario, sabemos muy bien que a él lo que le gusta es acercarse al horror.
Un lugar nunca es solo un lugar, Prusia es más que un bosque de Cartago. Para empezar es el nombre que condensa una colección de sentencias humanas dictadas por un juez en derrota, una colección de poemas hechos, tal vez, con la primera luz del amanecer, la misma que perciben los traficantes de marfil en el curso superior del Congo.
Pero, en este caso, para referirnos a ese ambiente, no hablamos del amanecer con el que comienza el día, es al revés, más bien es ese momento que se recibe con la boca amarga de tabaco, es el que brinda todas las condiciones para pensar en el tiro limpio de un calibre pequeño, es el mar de un pez vagabundo, es el recinto en el que estamos acostumbrados a ingresar cuando leemos a Alfredo Trejos que otra vez nos deja en las manos un libro suyo, uno más con su marca y con su estilo:
Las mujeres promiscuas causan terremotos .
Tal vez sea siempre el mismo libro, ese que muestra lo que siente un antihéroe, lo que fantasea un hombre común y corriente en tiempos de crisis, alguien que encabeza sus poemas con citas de John Dos Passos o de Jakc Kerouac, alguien que concibe el amor como una guerra civil en la que él siempre pierde.
La Editorial Catafixia de Guatemala recién acaba de publicar Prusia de Alfredo Trejos y para que no nos quede ninguna duda de cuál es la cartografía poética a la que estamos invitados a entrar, el autor define así aquel lugar de su imaginación:
Prusia:
Región fría, montañosa y relativamente poco poblada al norte de Cartago, Costa Rica, perteneciente al Parque Nacional Volcán Irazú, propensa a los sismos y a las emanaciones de azufre provenientes del sistema de dicho volcán. Célebre por su antiguo sanatorio para tuberculosos, fundado en 1918 y hoy en misteriosas ruinas.
Los sismos y las ruinas
No sabremos nunca qué fue lo que pasó antes de la escritura, antes de la poesía que orienta al lector al caminar entre lo que se perdió y lo que ya no llegará, lo que se quebró antes de ese arte que da cuenta de una subjetividad azotada por sismos, la misma que se engaña con la cura por medio del amor y con la ilusión de esa mujer, de ese arquetipo, que él desea que parta en su búsqueda, en su auxilio, por cárceles, hospitales, bibliotecas o night clubs .
¿Con quién conversa Alfredo Trejos? ¿A quién le cuenta cosas su poeta?
Sí, ya sabemos que ese es un recurso, que él usa un falso diálogo, tal vez, uno que se sostiene entre ruinas e insomnios con un fantasma poderoso, tan necesario para vivir como un trago en ayunas o una jalada de Lucky Strike:
Qué bueno es fumar un Lucky Strike
antes de casi cualquier asunto:
sentarme a la mesa,
acomodarme en la cama,
en lo oscuro de las pilas
y ser como un perro
que se sacude el agua turbia.
Qué rico fumar un dulce Lucky Strike:
el mejor cigarrillo del mundo.
Yo guardo un paquete de Lucky Strike
en mi escritorio
y fumo una que otra vez,
al amanecer, sobre todo,
cuando el tabaco sabe amargo
como la piedra pómez de los besos.
En su escritorio, él guarda el paquete de veinte tabacos y en la mente sostiene, contra viento y marea, a un interlocutor ideal y estructural, a una mujer redentora, a veces cómplice, a veces victimaria. Su poesía es ancilar de ese espectador amoroso que se ríe con aquellas ocurrencias que a él lo hacen creerse Saulo de Tarso en plena conversión iluminada, en su tránsito hacia el apóstol Pablo; su poesía es dependiente de esa mirada que lo sigue por el “Rastro” desaparecido de su ciudad, la que se sorprende con la lucidez y con la facilidad con la que el poeta dice que la muerte ocupa la mitad del alma y que San José se ve triste y en basuras cuando entramos a ella por el noroeste, cuando caminamos hacia el “centro” por un costado de la Botica Solera.
Este no es un libro de poemas sobre aquel bosque de Cartago que decíamos al inicio, sus poco más de 200 páginas contienen textos independientes entre sí y, sin embargo, todos ellos están unidos por un clima emocional, el de Prusia , eso sí, tal y como Trejos ve y siente a esa región: un universo azotado por sismos, un mundo en ruinas, en el que tal vez se escuche la mermelada, la tos de los tuberculosos de la que habló Thomas Mann en La montaña mágica .
Este poeta reflexiona sobre su oficio, se siente extranjero en muchas partes y a pesar de los pesares todavía cree en el amor y en la posibilidad de encontrar refugio en un cuerpo incierto y en un alma que, como la suya, también está mapeada de cicatrices:
Extranjero
Hace mucho que llegué a tu casa
y de inmediato te di mi pasaporte
para que lo anularas o lo rompieras,
dejándome sin más opción
que pedirte refugio.
Y me quedé con vos
en tu pequeño país separatista,
en tu limbo civil sin documentos,
clasificando tu sombra
como un saco de correspondencia
con cartas de todas las naciones de la noche.
El poeta, el poema, la poesía; enseñaba un viejo profesor su itinerario para comentar un libro de este tipo. Al ingresar en Prusia , lo recordé y lo que he intentado hasta aquí, es decir algo sobre cada una de las escalas propuestas en su manual, hacerlo así por el territorio anímico que Alfredo Trejos nos deja abierto de par en par.