Branco se moviliza en silla de ruedas a causa de una extraña dolencia. A punto de cumplir sus 25 años, los preparativos de su fiesta alteran el ánimo de su familia y allegados.
Los diálogos casuales se van convirtiendo en dagas que profundizan viejas heridas. Rencores, miedos y culpas se disparan en todas direcciones. El grupo –especie de sociedad a pequeña escala– se trastorna al borde de la disfuncionalidad.
Esta tragicomedia se despliega sobre un espacio delimitado con cinta adhesiva pegada al suelo. La estrategia genera un adentro y un afuera que le permite al público observar a los intérpretes transformarse en personajes –y viceversa–, al entrar o salir del espacio marcado.
En este caso, la labor del personaje se concibe como el producto de una serie de operaciones físicas, psicológicas y técnicas que el actor controla y exhibe sin disimulo.
Aquí se rechaza la idea –ya superada– del personaje como una entidad que se encarna en el cuerpo del artista escénico.
También, se evade el objetivo asociado al teatro naturalista de presentar la ficción como si fuera un acontecimiento “real”. Por lo anterior, la audiencia acepta que los miembros del elenco le recuerden sus líneas a la veterana actriz Pochi Ducase, pues ella ha advertido, previamente, que podría olvidarlas.
La obra retoma algunos rasgos de la tragedia griega clásica. Destacan las reacciones del elenco al unísono –a modo de coro– o la figura de un actor encargado de enunciar las didascalias (acotaciones) del texto dramático, como una versión contemporánea de los antiguos corifeos. Más allá de estas particularidades, lo decisivo de la propuesta radica en su estilo actoral.
El trabajo depurado de los intérpretes sostiene el montaje en permanente tensión. Poquísimas veces decae la energía. Las pausas están colocadas de forma estratégica para permitirle al espectador un respiro luego de las escenas más conflictivas. El elenco no necesita subrayar sus emociones, pues estas son el resultado de aspectos técnicos como la intensidad y la precisión a la hora de emitir sus parlamentos.
Son notables los pasajes donde el encargado de las didascalias describe una acción que los actores no ejecutan. Por ejemplo, cuando Branco y Sara tienen un encuentro erótico, se menciona un tocamiento íntimo que no se llega a representar.
Los gestos de los personajes denotan placer, pero sus cuerpos permanecen casi inmóviles. Este desfase abre un margen para que el público complete el suceso en su imaginación.
Mi hijo solo camina un poco más lento sugiere, por su fondo, que pocas situaciones o personas existen a la altura de nuestros deseos. Sin embargo, frente a ese estado de cosas, debería prevalecer la posibilidad de aceptar a los otros tal y como son. Alcanzar esa meta no es fácil, pero Branco asume el reto al imponerse –en sus propias palabras– la tarea de practicar la vida.
Al hacerlo, renuncia a la excusa de la soledad autocompasiva y elige el riesgo de avanzar pensando en lo que tenemos y no en lo que nos falta.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Guillermo Cacace
Dramaturgia: Ivor Martinić
Traducción: Nikolina Zidek
Actuación: Juan Tupac Soler (Branco), Paula Fernandez Mbarak (Mía), Antonio Bax (Roberto), Romina Padoan (Doris), Pochi Ducase (Ana), Luis Blanco (Oliver), Clarisa Korovsky (Rita), Aldo Alessandrini (Miguel), Pilar Boyle (Sara), Gonzalo San Millán (Tim), Juan Andrés Romanazzi (Encargado de las didascalias)
Vestuario y Escenografía: Alberto Albelda
Diseño de luces: David Seldes
Asistencia de dirección: Catalina Napolitano
Directora asistente: Julieta Abriola
Arreglos musicales: Francisco Casares
Fotografía: Nora Lezano
Tráiler y diseño gráfico: Mariana Asseff
Producción: Romina Chepe y Colectivo de Investigación Teatral Apacheta (Argentina)
Espacio: Teatro de La Aduana / FIA 2018
Fecha: 11 de abril de 2018