Meditabundo y sentado en un sillón del corredor encontramos a don Carlos Arias, agricultor pensionado, de 81 años, quien se salvó aquella mañana del 5 de setiembre debido a que escuchó el sonido de un ‘gecko’, que es un reptil pequeño parecido a una lagartija. Como no le gustan, e incluso dice que les tiene ley, lo siguió con un atomizador hasta la puerta de la casa que daba a la calle.
Estaba en eso cuando empezó el terremoto que casi de seguido arrancó de cuajo la puerta y apenas pudo salir de la vivienda. Luego la fuerza del sismo le impidió sostenerse en pie.
En ese momento tenía 71 años y dice que si el sismo lo hubiese sorprendido en otra parte, posiblemente hubiera quedado entre los restos de la casa colapsada, cuyo piso quedó lleno de grietas y parte de la estructura se fue al guindo colindante, de unos ocho metros.
Se reventó la cerámica, los vidrios se quebraron, el desayunador lo hizo despegado. No quedaron trastos y solo pudo salvar pocas pertenencias cuando sus tres hijos y su esposa, que trabajaban cerca, llegaron a ver lo ocurrido. Dice que es malagradecido, porque todavía no quiere a los ‘geckos’ (sonríe).
“Fue una cosa exagerada, cayeron un montón de casas. Iba a cruzar pero no pude moverme porque el terremoto fue demasiado fuerte. Habían unas grietas y sonaba feísimo. Pensé que me iba a tragar. Luego fue pasando”, puntualizó.
No pude moverme
Nidia Rodríguez, esposa de don Carlos, dice que el terremoto fue muy fuerte y la sorprendió en otra casa de Rincon de Alpízar, donde laboraba en oficios domésticos. “Fue tan terrible que no podíamos permanecer en pie, me puse de rodillas y me encomendé a Dios. Una vez que cesó, lo que hice fue buscar una zona verde y esperar ahí”, acotó.
Ellos perdieron el lote, que se derrumbó junto con la casa de madera donde habían vivido 10 años. “Luego de seis años de pagar alquiler, logramos, al fin, la ayuda del bono de vivienda y un préstamo que nos permitió comprar otro lote y levantar la casita donde vivimos, a unos 100 metros de donde se derrumbó la primera”.
Estiman que fue una época difícil, porque después de tener su casa propia, de repente debían pagar ¢110.000 de alquiler, más recibos de agua y luz, así como gastos de alimentación, medicinas y otros, lo que obligaba a rendir al máximo los ingresos familiares.
En estos 10 años, doña Nidia dice que nunca ha logrado entender como un terremoto que sucedió en el mar, frente a la costa de Sámara, en Nicoya, llegó a afectar más de 20 casas en esa zona y cuatro de ellas con pérdida total.
Algunas entidades, como el Club de Leones, ayudaron a los que tenían al menos el lote, pero a los que perdieron todo, les costó más rehacer su casa y su vida.