Sentados a la mesa minutos antes de cenar, sudorosos y eufóricos, losprimillos Herrera comentábamos la mejenga que recién habíamos concluido en el gran patio de la casa de los tíos Noé y Cavita, al costado norte de la iglesia de Guadalupe (Goicoechea), entre la librería El Poás y la farmacia de don Franklin Jiménez. Al mismo tiempo, Javier, el menor de la catizumba de carajillos, hacía música con su cuchara y los cubiertos que, a modo de bolillos, golpeaban rítmicamente la mesa y elplatón de la sopa y las verduras. Pura percusión… Tun, tun, tun; plap, plap, tan, tan, plap, plap.
No se quedaba quieto. Aturdida por el pirula, una de mis primas le arrebataba la cuchara y él seguía con las palmas de las manos, los dedos, los pies y cualquier cosa que diera salida al ritmo, la cadencia y la sonoridad que traía en su ADN, hasta que mi tío Noé le asestaba un coscorrón y le quitaba el plato, el vaso, los cubiertos y cuanto objeto quedara a su alcance, pues no tardaría en convertirlo en notas musicales.
Entonces, a falta de “instrumentos”, imitaba con su garganta el sonido del bajo eléctrico, bum, bum, bum. Por cierto, le salían a la perfección esos tonos graves que emergen de la orquesta en un salón de baile, y se dejan oír a kilómetros de distancia. En fin, como a mi primillo Javier (Barboza Herrera) no había modo de calmarle el tequio, lo mandaban a dormir.
Cuando entramos en la adolescencia, Javier y yo nos hicimos amigos inseparables, cómplices de voces y dulzaina. El Javi sacaba notas bellísimas de la dulzaina, introducía las canciones y yo era el baladista con temas de Germain de la Fuente, Nelson Ned y Leo Dan. Recuerdo que nos cuadrábamos junto a las ventanas de las chiquillas que nos gustaban, o en balcones de las novias de los amigos que nos “contrataban”, y recorríamos con dulzaina y maracas las calles de Guadalupe y Moravia, noches de bohemia que matizábamos en los descansos con frescos de sirope y gatos de pulpería, entre serenata y serenata.
Si las flores pudieran hablar, Cómo quisiera decirte o A la sombra de mamá (bellísimo tema de Leo Dan) eran canciones infaltables en nuestro repertorio. También solíamos interpretar piezas de artistas como Asdrúbal Zamora, cantante estelar de Paco Navarrete y su Conjunto
Show: Te voy a enseñar, cómo nace un amor, por si tú no lo sabes…Nuestros referentes eran los tríos importantes del país: Los Josefinos... , Los Millonarios y, casi nada, el trío Alma de América. Claro, nosotros distábamos años luz de aquellos extraordinarios cantores. Sin embargo, mi primo y yo alimentábamos la ilusión de convertirnos en músicos, aspiración artística que a la postre no logramos cumplir, pues la vida nos fue llevando por otros caminos, otras batallas, otros amores y otras vicisitudes, con sus repertorios de angustias y de pequeñas alegrías.
Por dicha el valor de la amistad que hemos sabido cultivar a través del tiempo, se renueva cada vez que Javier y yo alistamos bártulos, dulzaina, maracas y también guitarras, descendemos entre las selvas del Zurquí, bordeamos Puerto Viejo de Sarapiquí y enrumbamos hacia Río Cuarto de Alajuela.
Allá vive Zulay a la vera de un caminito rústico en medio del verdor del paisaje, a veces brillante con soles de acuarelas, a veces bucólico entre briznas de niebla, lluvia y sensación de nostalgia. Zulay, hermana de Javier y una de mis queridas primas, reparte sus días entre las lecturas de Tagore, Gibran Kahlil Gibran, Krishnamurti en Río Cuarto, y sus idas a Nueva Orleans, Estados Unidos, donde radica gran parte del año. Cuando Zuly emigra a la ciudad del jazz, volvemos a Río Cuarto. Javier se afana en la reparación de las cercas y otros requerimientos y yo intento componer canciones o escribir palabras que, perdón por el atrevimiento, comparto con usted.
En las noches, cómodamente instalados en el corredor, con la montaña al frente, desenfundamos las guitarras y entre acordes y anécdotas nos da por evocar a Abel Herrera y Dolores Gutiérrez, nuestros abuelos, a quienes jamás conocimos. No obstante, los tejedores de leyendas de la familia nos han contado que mamá Lola, como le llamaban, era una mujer alta, blanca y muy bella, linaje que heredó a sus hijas y a sus nietas.
Pues bien, sabrá Dios por causa de cuál conjuro, entre canción y canción mi primo y yo hemos percibido la enigmática presencia de mamá Lola en la oscuridad, mientras vuela con la majestad de una garza. Se posa en la rama de un árbol, atisba el entorno, levanta otra vez el vuelo y, mágicamente, el rumor del río y los sonidos del bosque se acentúan en la naturaleza.
Lo que no podríamos asegurar, a ciencia cierta, es si mamá Lola se nos aparece vestida de ave porque le agradan nuestras canciones, o si más bien huye de la insólita fabulación de sus nietos, el par de locos de las quimeras.
Lola se nos aparece vestida de ave porque le agradan nuestras canciones, o si más bien huye de la insólita fabulación de sus nietos, el par de locos de las quimeras.