“Quiero contar mi historia. Sobreviví a la bomba atómica de Hiroshima por dos milagros. Soy un ‘hibakusha’, que en japonés significa una persona bombardeada, un sobreviviente”.
El ingeniero automotriz Takaaki Morikawa, ahora de 80 años, se convirtió desde hace dos décadas, cuando se jubiló, en un activista antinuclear que en recorridos por Japón, Europa, América e incluso en Naciones Unidas, Nueva York, clama por la abolición de esas armas con dos palabras: “Nunca más”.
Ahora le tocó poner los pies en Costa Rica para rememorar ese lunes 6 de agosto de 1945, a las 8:15 a. m., cuando el bombardero Enola Gay, de Estados Unidos, lanzó la bomba apodada Little Boy (Pequeño Niño) en el puro centro de Hiroshima, Japón, donde mató ese día a 70.000 personas, el 30% de los habitantes de la ciudad.
Morikawa tenía tan solo seis años.
“Yo vivía en el distrito de Nakajima, el epicentro donde cayó. Mi casa estaba a 300 metros de allí. Solo en mi barrio murieron 4.400 personas. Quedaron hechas polvo, desintegradas porque la temperatura allí alcanzó de 2.000 a 4.000 grados Celsius. Mi casa era de madera y desapareció en un instante. Mi tía, la hermana de mi mamá, y su esposo, vivían cerca de nosotros. Tenían una imprenta y dos días después de la explosión mi mamá fue a buscarlos. Encontró el cuerpo de mi tía, pero, según ella contaba, era polvo blanco”.
“Nosotros, mi papá (Hiroshi), mi mamá (Akiko) y mi hermana mayor sobrevivimos. Yo digo que por dos milagros. El primero, es que mi papá, que era ingeniero de radiocomunicación, sospechó que algo iba a pasar en Hiroshima y desde el 18 de marzo, cinco meses antes, nos llevó a 10 km de distancia, a la casa de su mamá, donde creció. Siempre digo que es un milagro que mi papá tomara esa decisión.
“¿Cómo mi papá sospechó que algo podría pasar? Mi papá era responsable de monitorear todos los días la propaganda de guerra transmitida por las fuerzas aliadas, por Estados Unidos. Él tenía que bloquear esas transmisiones con sonidos, con interferencias, para que ningún japonés escuchara esa propaganda. Pero él sí la escuchaba. Los aliados lo que decían era que Japón debía rendirse, que era lo mejor para los japoneses. Eran advertencias”.
“El otro milagro es que enfermé, gravemente, de neumonía, en junio y debían operarme, pero antes de enviarme al hospital en el centro de Hiroshima, un tío, que era cirujano, decidió hacerlo en el hospital cercano a la casa de mi abuela y eso me salvó.
“Ese lunes de la bomba, estando mi mamá, mi hermana y yo en el hospital, mi mamá me estaba preparando agua de arroz y de pronto vimos por la ventana un disparo de luz, una luz muy fuerte y los vidrios se despedazaron. Sentimos un viento fuertísimo, una presión enorme. No sabíamos qué pasaba.
“Lo único que hicimos fue orar. Todos salimos y vimos hacia el centro de Hiroshima: algo pasaba allí. Vimos una nube de color negro que se vino hacia nosotros y como media hora después comenzó a llover. No era lluvia normal. No era agua. Era una lluvia negra, aceitosa, pegajosa, pues no se quitaba y no sabíamos que esa lluvia eran partículas radioactivas. Por esa lluvia me enfermé. El año pasado mi médico me diagnosticó cáncer de próstata.
“Mi papá no estuvo en el epicentro de la bomba, pero sí cerca pues estaba trabajando. Dos días después llegó donde nosotros y nos contó lo que había pasado. Mi papá era lo que llaman “hibakusha” de categoría uno, es decir, que recibió radiación directa. Mi mamá era categoría dos, porque cuando fue a Hiroshima se contaminó. Los hijos de mujeres embarazadas, que nacieron con malformaciones, son categoría tres y en mi caso soy categoría cuatro, por el contacto con la lluvia radioactiva.
“Mi papá murió de cáncer de hígado en 1974. Mi madre falleció de cáncer de estómago y mi hermana tuvo suerte. Ella siempre estuvo con temor de sufrir alguna consecuencia pero no fue así. Mi cáncer no es crítico, pero esto me ha empujado a ser más fuerte en mi activismo antinuclear. No se sabe si es consecuencia directa, pero, tampoco se ha descartado.
“Realmente, nos expusimos a radiación porque no sabíamos nada. Después de la explosión todo el mundo decía que era algo de Estados Unidos. Mi papá sabía que era una bomba, pero no de qué tipo. En la escuela la identificamos como ‘pikadon’, ‘pika’ por luz resplandeciente y ‘don’ por un trueno. Como no teníamos información, tomábamos agua del pozo y comíamos sin problema, sin saber que podían estar contaminados. Yo salí del hospital en setiembre de ese año y con el paso del tiempo se dio otro problema: la discriminación contra los hibakusha porque había quienes pensaban que podían transmitir enfermedades.
“Yo me casé en 1963. En el momento que le presenté mi esposa a mis padres, mi papá le dijo que yo no era hibakusha. Él era un categoría uno, entendía muy bien lo que era el rechazo social y me quería proteger de esa discriminación. No quería que la familia de mi esposa pensara que yo estaba contaminado. Ahora, hago mi vida en Hiroshima, tengo tres hijos y una de mis hijas me preguntó una vez si entonces ella es la segunda generación de un hibakusha… Complicado.
“¿Odio contra Estados Unidos por lo que ocurrió? No, no desde mi punto de vista. En mi caso trato de internacionalizar el desarme nuclear pero sí conocí a muchos que murieron odiando a Estados Unidos. Para mí, lo importante es mi gran sueño, la abolición de las armas nucleares. Espero que se me convierta en realidad”.