Es una dorada tarde de viernes, par de semanas atrás y el ambiente prenavideño se percibe en la capital y sí, muy a pesar de la pandemia. Pero basta ingresar a las amplias instalaciones de la Defensoría de los Habitantes, en Barrio México, para que el ánimo se contraiga y se mezcle con impotencia.
Mientras me hacen pasar al despacho de la defensora, Catalina Crespo, observo una señora bastante mayor, de aspecto muy humilde y quien le cuenta los pormenores de una penuria que está sufriendo, a uno de los oficiales de atención primera.
También hay un par de casos similares y veo a los funcionarios hablarse entre ellos, incluso un muchacho de acaso 30 años le endosa a su compañero el caso de la señora y, pese al cubrebocas, escucho como le dice, con tono paternal: “Tiene que hablarle fuerte y despacio, porque tiene problemas de audición”. Después, apresurado, atiende a otro señor que está a la espera.
Una hora después, ya con doña Catalina en plena entrevista, entiendo por qué a ella se le hace un puño el alma al contarme que recién regresaba de una gira en Paso Canoas y presenció varios casos terribles de nicaragüenses repatriados desde Panamá, por voluntad propia, pero escoltados mientras cruzaban Costa Rica por la Policía nacional.
Aunque la espigada, rubia y ojiverde funcionaria se caracteriza por la afabilidad de su rostro y su sonrisa fácil, en este trance se le aguan los ojos al recordar uno de tantos casos, el de una señora con su hijita de meses, soportando como todos los demás unos calores infernales de esos que pegan por esa zona.
Mientras le contaba a la defensora que cada repatriado debía pagar $80 por el costo del viaje y que ella solo tenía $9, entre los demás recogieron el monto que le faltaba a la señora para poder cruzar hacia la incertidumbre total que le esperaba en su patria, Nicaragua, pero al menos era su patria.
Entonces, como si fuera una secuencia del gran acto de solidaridad de todo el grupo para con la señora y antes de que doña Catalina pudiera reaccionar, un policía costarricense advirtió cómo la mujer en cuestión y su bebé sudaban a chorros, como todos los demás. Sin decir una palabra, el policía se retiró un poco, abrió una hielera grande y le ofreció a la mujer una botella de agua perlada por el frío.
“Usted no tiene una idea de la cara que hizo la señora, cómo le agradeció al policía, ¡cómo se tomó el agua, mientras la compartía con su hija! Se le humedecieron los ojos y a mí también, cuando pudo hablar me dijo que esos pequeños grandes gestos solo se veían en Costa Rica… fue un mero detalle pero imagínese para ella… y con toda la experiencia que yo tengo trabajando fuera del país, y también aquí, puedo decirle que aquí hay muchas cosas que no están bien, pero la idiosincrasia del costarricense sigue distinguiéndose del resto del mundo porque, a pesar de todo, aquí sigue habiendo gente muy buena y bien intencionada”, dice Crespo, y se conmueve otra vez.
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Antes de concertar la entrevista le había explicado que había sido elegida como uno de los personajes noticiosos del año en la Revista Dominical porque, posiblemente desde que se creó ese puesto, 27 años atrás, ninguno de sus antecesores había tenido la tremenda exposición que tuvo ella y que le valió generar titulares, cuestionamientos, sectores que le exigían la renuncia y, finalmente, el 20 de setiembre pasado, la ratificación de su puesto en una votación en la Asamblea Legislativa.
Luego de una serie de tropiezos, de polémicas y de una tarde de discursos, a favor y en contra, los diputados acordaron mantener a Catalina Crespo Sancho como jerarca de la Defensoría de los Habitantes.
La decisión se dio cuando los legisladores aprobaron el informe de mayoría de la comisión investigadora de las denuncias contra Crespo y, en consecuencia, desecharon el informe de minoría que pedía su salida.
A favor de no destituir a la defensora votaron 36 diputados, mientras que 12 se pronunciaron en contra de que Crespo siguiera en el cargo.
El encontronazo entre varios sectores de la política nacional y que tuvo a Catalina Crespo como uno de los ejes se originó en febrero, cuando la defensora dirigió una investigación a la Unidad Presidencial de Análisis de Datos (UPAD) en la que se veían afectados distintos funcionarios, entre ellos el presidente Carlos Alvarado.
Pero, a su vez, Crespo recibió un aluvión de críticas y cuestionamientos por haber intervenido en el caso y supuestamente haber beneficiado a exfuncionarios, como el exministro Rodolfo Piza, de su informe final.
A grandes rasgos: el Congreso abrió una investigación contra Crespo luego de que 84 funcionarios de la Defensoría de los Habitantes enviaron una carta al presidente legislativo, Eduardo Cruickshank, para denunciar supuestas irregularidades en nombramientos y conflictos de interés, entre otros señalamientos.
La funcionaria también fue indagada por, presuntamente, violentar el macroproceso de investigación en la pesquisa sobre la UPAD.
A la jerarca se le atribuía, entre otros, desoír las recomendaciones de su equipo técnico. También se le cuestionó por el extravío del audio de la entrevista que ella le hizo al presidente Alvarado, pues informó del hecho dos meses después de conocerlo.
En junio, el Consejo de Directores de la Defensoría le solicitó a la funcionaria considerar la renuncia, tras escuchar las declaraciones de los técnicos que investigan la UPAD, las cuales los llevaron a catalogar la gestión de Crespo como un riesgo para la institución.
Dicho consejo fue suprimido luego de que Crespo publicara una reforma en el diario oficial La Gaceta, el lunes 3 de agosto, sin contar con el criterio de la Dirección de Asuntos Jurídicos de la Defensoría ni otro que ella invocó de la Contraloría General de la República
La Nación también informó que, en el sistema informático de correspondencia de la Defensoría, creado para velar por la transparencia en la institución, se manejaban una serie de consultas catalogadas como confidenciales.
Dentro de los oficios confidenciales se encontraba una consulta hecha por Crespo, el 10 de julio de este año, en el que ella cuestionó si la Asamblea Legislativa es o no la institución superior jerárquica de la Defensoría de los Habitantes, en términos administrativos y disciplinarios.
No obstante, al final los diputados descartaron los hechos y la mantuvieron en el cargo.
Lo cierto es que Crespo, de 46 años, casada con un académico alemán y madre de Lorenzo y Tomás, de 24 y 16 años, respectivamente, reconoce que se trató de un período bastante turbulento de su gestión, pero asegura que, si el tiempo se devolviera, ella actuaría exactamente igual.
“La Defensoría puede tener desavenencias con diputados, con el gobierno… lo que pasa es que tiene que mantenerse la independencia, pero no existe ninguna animadversión, cuando las cosas se hacen mal yo tengo que decirlo, si no ¿para qué estoy?”, se cuestiona con toda naturalidad, mientras degusta una gaseosa pero aclara no light, al pedirla.
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Luego explica que igualmente cuando se unen las fuerzas correctas se logran proyectos de gran envergadura para la población.
“Por ejemplo, el año pasado hicimos un súper trabajo con el tema de las listas de espera de los pacientes, en lo que ha sido un problema de toda la vida, aunque no tuvo mucha visibilización en los medios sí se lograron objetivos muy valiosos; se reconoció el gran trabajo que hizo la Caja (Caja Costarricense del Seguro Social -CCSS-), el Ministerio de Salud, una vez al mes se juntaban todos los jerarcas entonces uno veía el grado de compromiso; incluso nosotros manteniendo informada a la Sala Cuarta y demás, pero cuando las cosas se hacen mal yo tengo que decir ‘vea, esto está mal, esto no se debe hacer por esto y esto, y legalmente se desobedeció… esto se hace basado en análisis técnicos y ese es mi rol, no de Catalina Crespo, si no de la Defensoría, es así de sencillo, si la Defensoría no puede cumplir ese rol, entonces ¿para qué existe?’”, se cuestiona.
Antes de sentarse conmigo en un juego de mesa cercano a su escritorio, me había pedido unos minutos mientras en su despacho tres o cuatro funcionarios entraban y salían a comentarle diversos casos, pedirle instrucciones, recordarle la reunión urgente con tal o cual la otra semana, ver rápidamente su agenda.
Finalmente, se sienta y tras hablarme del tema de la UPAD y todo el jaleo mediático en el que estuvo inmersa este año, le pregunto eufemísticamente si pasó la tormenta “sin despeinarse”.
--¿Siempre es así de tranquila usted? Mejor dicho… ¿qué se siente que medio país pase meses hablando de usted, unos apoyando su gestión y otros exigiendo su destitución?
--(Sonríe y mira a dos de sus subalternos, presentes durante toda la entrevista).
– Bueno no, fácil no fue… le puedo decir que hubo dos momentos en los que recuerdo haberme sentido así como que ¡ya estuvo! Una noche, por ejemplo, llegué a la casa, estaba mi esposo y cuando me preguntó cómo me había ido en el día, no le pude responder nada ¡me solté a llorar apenas entré a la casa, así con el bolso en la mano y todo! Ahí nos abrazamos un buen rato, sin decir nada”. Lo cuenta sin mayor drama y asegura que ya al día siguiente había cargado baterías para continuar con su trabajo.
“Es que como le digo, si yo llegué aquí fue para trabajar por los habitantes, sí es necesario insistir en que la defensoría no va a ser la amiga del gobierno, eso el gobierno lo tiene que saber y la gente lo tiene que saber, pero también hay que decir que tampoco es (el gobierno) nuestro enemigo: este es un órgano de control y parte de eso es llamar la atención y a nadie le gusta que le llamen la atención”, reflexiona.
Crespo agrega que cuando realizan reuniones de defensores de distintos países del mundo, entre homólogos comentan que cuando los gobiernos empiezan a quejarse de ellos significa que están haciendo un buen trabajo porque están pidiendo cuentas, siempre que estas sean justas.
Larga trayectoria
Antes de ser elegida como defensora de los Habitantes en el 2018, Catalina Crespo ya había concursado por ese puesto en el 2014, cuando fue elegida Monserrat Solano Carboni.
Se trata, a no dudarlo, de un puesto repleto de retos y posiblemente de frustraciones porque es el último recurso que tienen miles de costarricenses, la mayoría de escasos recursos, de solicitar defensa, literalmente, cuando sienten que sus derechos están siendo vulnerados por las instituciones públicas.
¿Qué la sedujo a ella para asumir un reto tan complicado? “Justamente eso, mi formación se debe a un montón de cosas diferentes que me han llevado a estudiar y trabajar fuera del país y llegó el momento en que no solo quería regresar y radicarme aquí, sino que quería contribuir a mejorar este país en lo que yo pudiera”.
Muy joven obtuvo un bachillerato en Psicología; paralelamente fue asistente de maestra y ahí se convenció, como dice ella, que “la educación es para cambiar el mundo”.
En consecuencia, luego obtuvo una maestría en Educación, pero iría por más. “Creo que tiene que ver con mi personalidad. Mis papás dirían que es que yo soy una gran inquieta, entonces siempre quiero andar por todo lado y conocer nuevas culturas”, asegura.
Fue así como obtuvo una beca Fulbright para obtener un doctorado en Sociología Educativa en Búffalo, Estados Unidos. “Fui bendecida o muy dichosa, nos fuimos para allá mi enano (Lorenzo) que tenía seis años y en ese tiempo yo era mamá soltera... llegamos y hacía un frío terrible. Yo me preguntaba ‘¿qué estoy haciendo aquí?’, y al final duramos seis años allá, todo pagado por el gobierno estadounidense. Entonces uno tiene la responsabilidad de devolverle al país de origen lo que obtuvo en capacitación y experiencia, para eso son esos programas. Cuando terminé me quedé trabajando tres años como profesora de la Universidad de Columbia y luego trabajé en la Organización de Naciones Unidas, en Nueva York”.
Para entonces, Catalina Crespo ya había conocido a quien es su hoy esposo Karl, profesor universitario de origen alemán, pero aún así ella decidió venirse para Costa Rica, solo que duró ocho meses sin trabajo y les pesaba muchísimo la separación familiar.
“Entonces el BID (Banco Interamericano de Desarrollo) me ofreció un trabajazo y me fui para allá (EE.UU.), ahí trabajé poquito, luego pasé al Banco Mundial, pero bueno, mi intención era radicarme aquí, aquí está toda mi familia, salvo por un hermano que está estudiando afuera”.
Finalmente, tras cinco años en el Banco Mundial, la familia optó por radicarse en Costa Rica.
Y acá es donde se hace el entronque que, a la postre, la colocaría como defensora de los Habitantes en el 2018.
“En el Banco Mundial trabajé mucho en temas sociales, de prevención de guerras y vi unas cosas... hablaba con la gente y a uno el corazón se le hacía un ocho; mi región era África y nosotros trabajábamos desde el D.C. (Washington) porque eran zonas de guerra pero ahí es donde uno veía unas cosas que lo concientizan de que de verdad nuestro país es bendecido.
“Yo realmente a Costa Rica lo veo como un país maravilloso. Yo sé que a veces mucha gente lo critica y esto y lo otro y sí, tenemos un montón de cosas que no están bien pero tenemos todo el material y además la gente y el calor humano que se vive aquí no se ve en ningún lado, como lo que conté de la muchacha nicaragüense y el policía, al principio”.
Ya en su faceta extralaboral, Crespo se considera una mujer felizmente casada y con un hogar que complementan sus dos hijos. Entre risas cuenta que la familia está en una misión para que Tomás, el menor, logre dominar bien el español, pues como se crió en Estados Unidos “se maneja tremendo spanglish”, cuenta la madre.
Dice que es malísima para trasnochar; ya a las 9 de la noche se está “cayendo del sueño” pero tiene una extraña costumbre: se despierta tipo 3 a. m., se levanta un ratito, medita, organiza ideas y uno que otro tema de trabajo. Luego se vuelve a acostar un par de horas hasta que ya comienza con la rutina del día.
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Esa rutina implica ver a diario casos de gente “desesperada”.
“Vienen aquí cuando ya agotaron todo, se sientan ahí en admisibilidad y se ponen a llorar por los problemas que tienen y tal vez sin plata ni para el pasaje, un 60% son mujeres y de niveles de pobreza y pobreza extrema, casi todos vienen de zonas regionales o de zonas urbano marginales.... yo ando por todo el país y este año se ha recibido el mayor número de denuncias, creo que vamos a cerrar en unas 32 mil, cuando lo más que habíamos llegado a tener eran 27 mil”, reflexiona la funcionaria.
Agrega que todo lo que tiene que ver con el agua en estos días ha cobrado muchísima importancia por la cantidad de denuncias, alrededor de 2.000, relacionadas con cobros desmesurados, un tema bastante sensible pues, según afirma, “el agua no solo es un derecho humano, sino también un tema básico”.
Finalmente, Crespo asegura que ella ve la institución que dirige como “el termómetro del país”, pues a menudo los conflictos de la ciudadanía llegan primero a la Defensoría y es ahí cuando el gobierno o los medios reaccionan a ver cómo se van a resolver.
Y reflexiona: “Creo que Costa Rica tiene que tener cuidado con la institucionalidad. Siento que tal vez en los últimos 15 años se ha ido perdiendo, con casos como el cementazo, y es que generalmente se pierde como de a poquitos, entonces la gente dice ‘ah es que la Caja no me atiende (aunque la Caja sigue teniendo un gran prestigio), es que el PANI esto y lo otro’... entonces el hecho de que la gente esté perdiendo la fe en la institucionalidad pública para mí es una alerta importante... me preocupó muchísimo la polarización que se dio en las últimas elecciones... son temas que ya pasaron pero no significa que después del gane se vuelva a lo de antes, la sociedad queda quebrada y polarizada, eso es muy peligroso, pasó y sigue pasando”.
Sin embargo, ella no pierde la esperanza y mucho menos desde que puede aportar, como Defensora de los Habitantes, diversas soluciones individuales y generales para el país. “Por eso apliqué para este puesto y diay ¡aquí estoy!”.