Negro, judío y tuerto. Ese era su hándicap. Lo compensó de dos maneras: su mujer, May Britt, blanca como el armiño, y el lujo babilónico que lo rodeaba.
Detengámonos un instante y echemos un vistazo omnipresente a su casa en la calle 93, en Nueva York.
Ella era actriz, despampanante como solo una sueca podía serlo en los años 50; capturó en Italia la atención de Carlo Ponti y Mario Soldati por su carisma, simpatía y luciferinos encantos.
Filmó varias cintas y dejó una probable carrera artística porque se enamoró, como una cocinera, de un hombre feo –¡Qué digo feo!– recontrafeo: medio enano, un cráter por boca, una nariz aplastada por un yunque, contrahecho y –para más inri– con un ojo de vidrio.
Él, de niño lavó excusados y cordilleras de platos, y fue tratado como una excrecencia humana. Después, rico como Creso, compensó tanta humillación con sus 100 trajes, 200 pares de zapatos, 300 camisas y la siguiente lista de chucherías todas de oro: mancuernillas, relojes, anillos, pitilleras, prensacorbatas y manijas en las puertas.
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Lo escrito líneas arriba habría sido “peccata minuta” en cualquier ser humano empeñado –desde los dos años de edad– en labrarse un destino como bailarín, cantante y actor.
La letra escarlata que baldó la existencia de Sammy Davis Jr fue casarse con aquel querubín, en el peor momento y en el más funesto lugar del mundo para alguien oscuro como el carbón; es decir, la sociedad wasp gringa de mediados del siglo 20: blanca, anglosajona y protestante.
Si el lector desea conocer a fondo las negruras de Sammy puede engullir la entrevista que le hizo, en 1964, la periodista Oriana Fallaci, publicada en The Egotists: Sixteen Amazing Interviews.
Golden Boy
Entre el saco de penurias que Davis Jr. cargó estaba su origen latino. Cayó a este planeta en Harlem, el 8 de diciembre de 1925 –en plena fiesta de la Inmaculada Concepción de María–, producto de los amores entre la corista boricua Elvira Baby Sánchez y Sammy Davis.
El matrimonio naufragó y el niño se fue a vivir con el padre y Will Mastin, un empresario y bailarín que el pequeño trató de “tío”. La criatura era una bolsa de talento; a los dos años hacía piruetas y a los seis actuó en una película.
Con siete años era una de las figuras en el vodevil paterno; Bill Bojangles Robinson le impartió lecciones de danza y canto, y en un suspiro atrajo la atención de los mercachifles.
Lo contrataron y dejó el hogar; no fue al colegio, estudió por correspondencia y leyó muchos libros.
Cuando estalló la II Guerra Mundial se alistó en el ejército y ahí lo trataron como al hijo de la costurera; él lo atribuyó al racismo y otros a su excesivo histrionismo.
En la milicia desplegó sus dotes artísticas y montó un espectáculo para la soldadesca; al final de la carnicería bélica regresó a los cabarés.
Como era un saco de sal, el 19 de noviembre de 1954 tuvo un violento accidente vial en San Bernardino; estuvo al filo de la muerte, sobrevivió pero perdió el ojo izquierdo y le calzaron uno de vidrio.
Gunga Din
Mientras convaleció se convirtió al judaísmo, donde encontró salida a una crisis espiritual que lo flagelaba desde la juventud.
Vale decir que el diccionario de Davis carecía de la expresión “nunca se ha hecho antes”, por eso retomó como si nada su carrera en los clubes nocturnos de California; en Las Vegas conoció a Frank Sinatra en el Ciro’s, un abrevadero donde confluía la crème de la crème del mundo del espectáculo.
Con el cantante de la voz de terciopelo, y más tarde con Dean Martin, Peter Lawford y Joey Bishop, fundó el Rat Pack; una gavilla de calaveras que amenizaron las fiestas más chic y fueron amigos de juergas de lo más graneado de la sociedad yanqui, entre ellos los fogogos hermanitos Kennedy.
Los años 60 marcaron el despegue de Sammy; en particular con Golden Boy, una pieza musical de 1964 presentada a teatro lleno en Broadway.
El tema original trataba de un judío que pasaba de violinista a boxeador; pues Davis Jr. propuso –para explotar el polvorín– lo mismo con un negro enamorado de una blanca.
La adicción a las drogas, el alcoholismo, el tráfago de la vida y un cáncer de garganta logró lo que el Ku Klux Klan deseó por manu propria, liquidar a la estrella el 16 de mayo de 1990.
Puede que Sammy fuera un vomitivo, un insufrible o lo que el lector quiera, pero lo que nadie le perdonó nunca –más allá del color de su pellejo– fue ¡el éxito!
Talento
El musical Cyd Charisse fue la plataforma de salida de Sammy Davis Jr. y más tarde películas como Porgy and Bess, Noches en la ciudad y la recordada Ocean´s Eleven, reciclada hace varios años por una pandilla de improvisados.
Con Golden Boy fue nominado, en 1965, al premio Tony al mejor actor; en 1966 inició su propio show televisivo en la NBC y su canción Candy Man, en 1972, alcanzó el primer lugar en la venta de discos.
Llevó una controversial vida pública, no solo por sus amoríos, sino por su beligerancia social y política.