La obra de Pablo Neruda es inmensa y abarcadora. Neruda habló del infinito y de las alturas; de todo todo lo que conoció y de todo lo que tuvo en sus manos. En su caminar por el Reino de este mundo, Neruda habló de las profundidades de los abismos, de mares y valles, de truenos y silencios, de la vida y de la muerte, del amor y del dolor, de pasiones y de odios. Y también de dictadores, presidentes, libertadores, mártires. Neruda habló de todo lo que conoció y tuvo en sus manos. Neruda hizo sublime lo aparentemente “insignificante” y lo sublime e inaccesible lo puso a la medida del hombre. Neruda es una de las cúspides de la literatura latinoamericana.
¿Qué se puede añadir a la obra de este poeta que ha dicho tanto y del que tanto se ha dicho? Hurgando en mis recuerdos, me incliné por destacar el Neruda que poetiza sobre sus casas/museos, sobre las cosas que forman parte de su hábitat, y sobre las cosas simples y cotidianas, que paradójicamente por estar tan presentes, pasan casi desapercibidas en el diario vivir.
Neruda y sus cosas
Neruda viajó intensa y profundamente. En ese continuo desplazamiento, era condición sine qua non escoger, recoger y llevarse todo tipo de cosas que ahora habitan en sus tres casas, convertidas en recintos de la memoria, y por ende, lugar donde se anidan y reposan cosas de toda índole, desde un inmenso mascarón de proa, hasta una mano de Matilde Urrutia, vaciada en bronce.
Al cantarle a lo cotidiano hace perpetuo lo efímero. En sus poemas los objetos inanimados cobran vida porque Neruda exprime del material intrínseco de las cosas, de su contexto y de sus funciones, así como la esencia, potencial, historia y símbolo cultural que ellas esconden. A partir de ese caleidoscopio de cosas que conforman sus colecciones, se reconstruyen sus viajes, sus intereses, su vida.
¿Qué pretendió Neruda al asumir la ancestral costumbre de coleccionar cosas ?
Dice Neruda: “Amo las cosas locas/locamente/me gustan las tenazas/ las tijeras/ adoro las tazas/las argollas/las soperas/ sin hablar/ por supuesto/ del sombrero. No solo me tocaron/o las tocó mi mano/sino que me acompañaron/de tal modo/mi existencia/que conmigo existieron/y fueron para mí tan existentes/que vivieron conmigo media vida/y morirán conmigo media muerte”.
Cada una de esas cosas, en tanto descubrimiento del misterio de lo cotidiano, es depositaria de la necesidad del poeta de concentrar su obsesión de vivir rodeado del mundo, a través de las cosas ya convertidas, gracias a su palabra, en “seres vivientes” ligados al mundo y a la universalidad que el poeta llevaba en su espíritu. Los objetos inanimados cobran vida en su memoria: las botellas y los mascarones, el vino, el traje, la silla, la bandera, el jabón, la cuchara, la cama, los zapatos, el lápiz; el plato, el reloj; también el ajo, la sandía, la cebolla y mucho mas.
Dijo García Lorca: “Todas las cosas tienen un misterio y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas”.
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Siguiendo a Lorca, encontramos una coincidencia con Neruda, en tanto la “cosa” como objeto inanimado y efímero, deja de ser tal y se convierte en un ser animado y viviente. Porque Neruda exprime y resignifica el material intrínseco de las cosas, de su contexto y de sus funciones, así como la esencia, el potencial, la historia y el símbolo cultural que ellas llevan en sus “entrañas”, y que, por muy modestas que sean, tienen su armonía. Al poetizar sobre las cosas y consciente de su musicalidad, las dignifica, perpetúa su símbolo, su uso y su realidad. Vivencialmente, a partir de ese caleidoscopio de cosas que conforman las colecciones del poeta se reconstruyen sus viajes, sus recuerdos e intereses, la memoria y la historia.
Neruda y sus casas
Neruda poetiza sobre sus casas como los nidos donde se albergan sus recuerdos. Sabemos que los sueños que acompañan a toda acción humana se nutren y alimentan de los lugares en que se vive. Simbólicamente, la casa remite al vientre materno (Bachelart) y por extensión a refugio, protección y espacio de seguridad. La casa es el primer universo, un rincón del mundo, que luego se va convirtiendo en un museo de cosas significativas pues en ellas reconocemos no solo épocas, sino lugares y cosas. Es el hábitat idóneo para desplegar y resguardar la multitud de cosas que el poeta recolectaba y en ellas guardaba todo lo que acumulaba pues necesitaba vivir rodeado del mundo, acompañado por la forma prosaica y elemental de las cosas ya convertidas en símbolos.
Todo el conjunto heterogéneo e inmenso de cosas que coleccionó durante su vida está esparcido y se anida físicamente en sus tres casas/museos diseminadas por Chile: La Chascona, en Santiago y La Sebastiana e Isla Negra, en Valparaíso.
Dice el poeta sobre sus casas: “En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir (…) He edificado mi casa también como un juguete y juego en ella de la mañana a la noche. Son mis propios juguetes. Los he juntado a través de toda mi vida con el científico propósito de entretenerme solo. Los describiré para los niños pequeños y los de todas las edades”.
Una casa es el hábitat de la encarnación y aspiraciones de quienes la habitan. En las casas reconocemos lugares y épocas. Sabemos también que los sueños que acompañan a toda acción humana se nutren y alimentan de los lugares en que se vive. Y, se vive en las casas. ¿Qué nos dice de ellas el poeta?
La Chascona: “La piedra y los clavos, la tabla, la teja se unieron: He aquí levantada/la casa chascona con agua que corre escribiendo en su idioma…/Mi casa, tu casa, tu sueño en mis ojos, tu sangre siguiendo/el camino del cuerpo que duerme...”.
La Sebastiana: “Yo construí la casa./ La hice primero de aire/luego subí en el aire la bandera/Y la dejé colgada/Del firmamento, de la estrella/de la claridad y de la oscuridad”.
Isla Negra, donde reposan sus restos, estos fragmentos: “Compañeros, enterradme en Isla Negra,/frente al mar que conozco, a cada área rugosa/de piedras y de olas que mis ojos perdidos/no volverán a ver (…) saben /que allí quiero dormir entre los párpados/del mar y de la tierra…/Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y/un día/dejadla que otra vez me acompañe en la tierra”.
Atrapando el mundo
Este fenómeno de viajes/casas/cosas se mueve entre dos fuerzas: centrífuga y centrípeta. La fuerza centrífuga es la que impele al poeta a salir de Chile, su tierra natal, y así llevar a cabo su constante necesidad de ir a la búsqueda de cosas/recuerdos, ello como una manera de atrapar el mundo. La fuerza centrípeta implica atesorar lo escogido e irlo acumulado en cada una de sus casas/albergues. Son el continente de todo lo atesorado, ahora resguardado como en un santuario donde están atrapados, y a su alcance, sus recuerdos.
Pues bien, en Neruda, el término cosa dejó de ser ambiguo, y a partir del referente mismo de la cosa, de su material intrínseco y de su función, exprime de ello su esencia, para convertirlos en historia, en símbolos culturales y en objetos dignos de un poema. El fusionar las cosas, las casas, la poesía y la memoria hacen de estos poemas un reencuentro con una faceta de lo que llamo el Todo/Neruda.