El doctor Mario Ruiz tiene una oficina en su casa, y de ahí no sale cuando puede teletrabajar. El trajín no merma. Por lo general tiene dos reuniones por hora. Entre lo mucho que personaliza ese rincón del hogar, sobresale un muñeco de Jon Snow, el personaje de Game of Thrones. La pequeña figura tiene un simbolismo irónico.
Jon Snow nunca quiso ser el rey en el Norte. El doctor Mario Ruiz, un apasionado por la cirugía, pero también experto en administración, tampoco buscó ser el gerente médico de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS). En su rol, a Jon le tocó combatir a los zombis; desde hace más de cinco meses, al doctor Ruiz le ha tocado “pelear” contra la pandemia por el coronavirus en Costa Rica.
El muñeco se lo regalaron en la Navidad anterior unos amigos a quienes ni por la mente les pasaba lo que se venía. Al doctor Mario Ruiz tampoco.
El hombre
Hace meses, cuando las conferencias de prensa de actualización sobre el coronavirus empezaron a adueñarse de la hora del almuerzo, los usuarios de redes sociales además de comentar sobre loa casos, los primeros fallecidos y la ilusión de que la cuarentena no se extendiera más de dos meses; también mencionaban “al doctor Ruiz”.
En los mensajes decían algo como “qué bien que comunica”, “qué agradable escucharlo”, “qué claro que habla” y “qué tierno que a los pacientes infantiles les diga pacientitos”.
El doctor Ruiz de quien se empezó a hablar es Mario Felipe Ruiz Cubillo, gerente médico de la CCSS desde abril del 2019, y quien en algunos de los informes diarios aparecía hablando de proyecciones, de la posibilidad de que se acaben las camas y por ende, se saturen los servicios de salud; también de prevención, del mito Cassandra que dice que “cada persona o la sociedad pueden cambiar su destino si logran tomar decisiones en el tiempo adecuado”. “Y nosotros lo podemos hacer. Hay que hacerlo. No queda de otra”, dice.
Además de la vistosa figura de Daniel Salas, ministro de Salud de Costa Rica; la estampa de Ruiz empezó a crear empatía con parte de la población. Y otros comenzaron a criticarle.
El doctor Mario Ruiz tiene 41 años, ojos verdes, mejillas sobresalientes y un par de camanances que no puede ocultar, ni siquiera cuando habla de temas serios.
Está casado con France Meza, una fisiatra con quien tiene dos hijos: Mario Adolfo (16) y Alexandra (5). La pequeña es quien usa el Zoom de la computadora del doctor, por eso cuando él se conecta aparece el nombre de Alexandra Ruiz. Ella es también quien lo motivó a bajar de peso y la que un día llegó con un juguete y le dijo a su papá que se parecía a él.
Mario Ruiz, un hombre de sonrisa fácil, ríe a carcajadas recordando cuando su nena se acercó con el muñeco repollo y notó un parecido con su padre. Semejanza que también percibieron muchos creativos costarricenses cuando el gerente médico empezó a tener exposición masiva; ellos se encargaron de hacer memes en los que se compara el rostro del doctor con un Cabbage Patch Kid. El doctor ríe y jura que “él conocía a los repollos”, pero que nunca notó que se parecía.
De cerca con el doctor
Desde el 6 de marzo la vida del doctor Mario Ruiz no es igual. Tampoco la de los habitantes de Costa Rica. Desde su trabajo, en el que entre otras cosas debe coordinar la atención que los centros médicos brindan a las personas contagiadas con el nuevo coronavirus y trabajar para dotar los hospitales del equipo necesario para “salvar la mayor cantidad de vidas”, ha experimentado todo tipo de sentimientos que van desde el miedo profundo hasta la esperanza. En estos tiempos se ha aferrado más a Dios. También a su familia. Al núcleo directo le asegura compartir la cena diaria, además les cocina un día por semana.
Con sus cuatro hermanos, todos varones, se comunica seguido y ahora valora más las llamadas: la tecnología le acerca a quienes veía seguido. Agradece los mensajes de amigos que con un “cómo estás” reconfortan.
El afecto de su perro Yoshi (como el dinosaurio de Mario Bros) tampoco está de más. Hasta bromea diciendo que el french poodle es quien más lo quiere en su casa.
Mario Ruiz es josefino de nacimiento. Creció en Barrio México. Fue a la escuela Nuestra Señora de Sion y al Liceo de Costa Rica. Ese fue el acuerdo al que llegaron sus papás doña Eraida Cubillo y don Alexánder Ruiz, quienes estudiaron en esos centros, respectivamente.
De niño Mario era inquieto y las monjitas del Sion estrictas; el doctor recuerda a Sor Emilce y a doña Mabel. A ellas les guarda afecto y dice que le inculcaron la fe.
“Si todo pasa por algo, eso que me inculcaron me preparó”, dice mientras toma una jarra de agua helada durante un mediodía del 31 de julio.
Cuando entró al colegio, un liceo público, el cambio fue radical y de aprendizaje para la vida.
“Fue muy impactante tener compañeros que no tenían para el desayuno y otros tenían todo lo que pudieran imaginar. Fueron de los cinco años más bonitos de mi vida. Fue muy bonito. Siento que en el liceo aprendí a ser humilde, solidario y esforzado. A ser una persona ética. Tengo amigos de esa época”, dice.
Mario Ruiz es hijo de una doctora y de un administrador de empresas. Fuertes influencias en su vida. Cuando de niños él y sus hermanos se volvían “inmanejables”, su mamá los llevaba al Ebais (Equipos Básicos de Atención Integral en Salud) en el que trabajaba en Tres Ríos, en La Unión.
Mientras doña Eraida trabajaba, Mario, de cinco años, se quedaba con los chóferes de las ambulancias. En los mejores días tenía la oportunidad de acompañar a los Ataps (asistentes técnicos de atención primaria) a visitar las casas en las montañas. Mientras los trabajadores tomaban la presión o revisaban que las personas a las que atendían tuvieran sus vacunas al día, entre la verdosa vegetación de los cerros y la inmensidad de un claro cielo, a Mario le nació el deseo de ser doctor.
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Mario Ruiz entró a la Universidad de Costa Rica a estudiar microbiología. Como su objetivo era ser médico, se pasó a la universidad privada UCIMED.
Cuando terminó la carrera, él y su ahora esposa se dieron cuenta de que serían papás. Una amiga le comentó al joven doctor que estaban contratando médicos generales en emergencias quirúrgicas del hospital San Juan de Dios. A partir de ahí, una seguidilla de oportunidades y una mente decidida al triunfo empezaron a forjar el destino y la realidad actual de Mario Ruiz.
“Mi amiga Carmen Araya vino a imprimir el curriculum a mi casa para ir a dejarlo. Me dijo que yo también lo mandara. Le dije que no creía que me contrataran, que no conocía a nadie, que apenas terminaba internado. Entonces me dijo que iban a hacer un examen y que según el examen iban a contratar a la gente. Ella me hizo el curriculum y lo llevó al San Juan de Dios. Era de las primeras veces que iban a contratar médicos generales en servicio de emergencias de cirugía. Me llamaron para ir a hacer el examen. Me pegué la estudiada de la vida. Era la oportunidad de oro. Aplicamos como 30 o 40 personas. Hice el examen y quedé entre los seis contratados. Y a Carmen, que me ayudó y seguimos siendo muy amigos, no la contrataron. Siempre hablamos de eso”.
En esa experiencia descubrió su vocación por la cirugía. Después logró entrar a hacer residencia en esa especialidad. 100 personas hacían un examen y solo tres pasaban. En el 2010, luego de cuatro años, como parte del trabajo de retribución tuvo que ir a San Carlos por tres años y medio. En la zona norte cambió su perspectiva. Él tenía 32 años.
“Pude ver lo que es trabajar en hospital regional como San Carlos y periférico como Upala. Vi las diferencias que hay entre zona rural y urbana. Gente que venía de Boca Tapada a cita desde el día antes.
“Lo primero que hizo el doctor Ronald Rojas, mi jefe, fue que me llevó a conocer Boca Tapada, El Río San Juan y todos los lugares. Me llevó para ver de dónde venía la gente y que no la devolviera sin atención. Ahí no es como San José que se toma un bus para recorrer cinco kilómetros: allá esos cinco kilómetros son caminando entre barro. Me impactó. Esos fueron años interesantes. Iba el fin de semana a Upala. Me alistaban 20 pacientes. Los veía viernes y operaba cinco por día. Eso me hizo ver cómo hay diferencias claras entre lo que hay disponible en hospital nacional, regional y periférico. Hay que tratar de que haya equidad en el sistema de salud”, recuerda.
Luego de esa experiencia, Ruiz pasó al hospital de Grecia (donde fue el jefe del servicio de cirugía del San Francisco de Asís). Allí conoció al doctor Roberto Cervantes quien, cuando pasó a ser director del hospital de Heredia San Vicente de Paul, invitó a Mario Ruiz a trabajar con él como asistente de dirección (que viene siendo como subdirector). Cuando Cervantes pasó a ser gerente médico de la CCSS, Ruiz se convirtió en el director del centro médico herediano.
En Heredia, Mario Ruiz vivía en su espacio ideal: allí combinaba su pasión por la cirugía y a la vez, ponía en práctica su maestría en administración. El hospital quedaba a cinco minutos de su casa. “Era la combinación perfecta”, dice.
—Entonces, ¿por qué llegó hasta la gerencia médica, trabajo que ahora, además de ponerlo frente a frente con la pandemia, lo hace una figura visible?
—Cuando (el doctor Cervantes) se movió de gerente, me pidieron participar en la terna para gerente médico de la CCSS.
“Fue una decisión dura. Como director de Heredia estaba a cinco minutos de mi casa, podía operar y estar cerca de la familia. Es el trabajo perfecto. Pero ser gerente médico era un reto. Lo hablamos en familia, lo analizamos y dijimos: ‘sí está bien, entremosle’. Jamás pensamos que iba a ser en medio de la pandemia más grande de la historia (risas)”.
El actual gerente médico de la CCSS es especialista en cirugía general y máster en administración de empresas, estudios que forman parte de una historia que Mario Ruiz jamás imaginó.
“Terminando la residencia vi que había división radical entre la parte administrativa y la parte clínica. Mi papá y hermano mayor son administradores. Me dijeron que aprendiera de administración y así podía gestionar bien a nivel de consultorio y hospitales. Ahí escuché hablar del INCAE. Fui a entrevista. Dije que quería hacer maestría. No sabía qué implicaba el INCAE. Solo me llamó la atención. Cuando llegué me dijeron que quienes buscaban esa maestría eran personas que tenían formación en administración, que podría ser difícil para un doctor.
“Yo le dije: ‘la verdad puede que sea muy difícil y aprender a operar también lo era’. Le pedí la oportunidad y dije que si no servía que me sacaran. Yo quería aprender administración de la mejor forma posible”.
El doctor ingresó a la maestría, conoció amigos que dice, han sido un apoyo fundamental en este escenario pandémico. Además de la maestría, Ruiz obtuvo algo más que ha sido esencial en estos tiempos.
“Terminando la maestría una profesora me habló de un profesor que se llama Michael Porter, de la Universidad de Harvard, que buscaba médicos que tuvieran el MBA para dar una beca. Él estaba convencido de que la división que había entre la parte clínica y la parte administrativa era mucha parte de las causa de la crisis de los sistemas sanitarios. Mandé para aplicar a la beca. Me la gané (hizo un posgrado en Calidad y Seguridad informática médica de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard)”, cuenta.
Mario Ruiz extiende una mano, toma un portarretrato y por la pantalla de la computadora asoma una foto en la que aparece con Michael Porter, conocido como el padre de la economía.
“Recuerdo que les conté a mis amigos que sí eran economistas que me gané una beca con Michael Porter en Harvard y me decían que cómo era posible que un doctor iba a ir a eso que ese era el sueño de todos los economistas. Conocí a Porter. Tiene criterio sobre creación de valor en el sistema de salud. Esa creación es importante porque optimiza los procesos y permite integrarlos a través de un sistema de información. Que viene siendo el EDUS (Expediente Digital Único en Salud) en la caja (del que Ruiz fue coordinador). Cuando le ofrecieron participar estuvo anuente, siempre creyó que eso haría el sistema de salud más eficiente. Por su puesto, se lo contó a su amigo Porter, con quien a veces habla para contarle cómo ejerce su labor en plena lucha contra el coronavirus.
Sin filtros
—Hablando de su historia y de su carrera, básicamente siempre ha alcanzado lo que buscaba. ¿Se considera un ganador?
—Yo creo que hay que considerarse ganador. Si uno va participar en algo es para ganar.
—Don Mario, ¿cómo ha vivido esta experiencia del coronavirus en Costa Rica?
—Es el reto más grande de una vida. Ha sido más complicado que aprender finanzas sin saber usar el excel que me pasó en Incae. Ha sido más complejo que aprender a operar. La cirugía más compleja es un whipple, esto es mucho más complejo que operar a un paciente politraumatizado.
Esta experiencia también ha generado ver lo mejor, se lo digo al equipo de trabajo, esto saca lo mejor y peor de las personas. Uno se da cuenta de quien es quien en un momento crítico, en un momento clave como estos. He aprendido que la mayoría de la gente es buena, solidaria y comprometida.
—¿Como es un día suyo desde que el coronavirus llegó a Costa Rica?
—Es caótico (risas). ¡Hijuepuña! Bueno... cuando comienza no sabemos a qué hora termina. A las 6 a. m. ya estamos recibiendo informes de cómo están los hospitales a nivel nacional. Casi siempre entre 7 y 8 a. m. recibo llamadas de directores de hospitales para comunicar asuntos importantes. Algo importante que haya pasado, alguna decisión que haya que tomar, sobre todo cuando hay pacientes que dan positivo, ver cómo coordinar la red.
A las 8 a. m. hago reunión con la jefa de despacho y con Carolina Garro (asistente administrativa) que es la que nos ayuda con agenda y reuniones. Tengo una o dos reuniones por hora. Desde personal de salud, directores, gente de otras gerencias, alcaldes, todo aquello que sea necesario para gestionar alguna decisión importante del sistema.
Trato de ir a los centros. Por lo menos una vez a la semana voy a algún centro de salud para ver cómo están las cosas. No es lo mismo verlo desde un escritorio.
En realidad muchísimas reuniones. Hay que tomar decisiones muy rápido. Decisiones que permitan que la burocracia no atrase cosas. Tratar de gestionar y gestionar hasta donde sea posible. Como a las 7 p. m. ya disminuyo el ritmo y entrada de mensajes al celular.
—Cómo es su relación con el doctor Daniel Salas. ¿Cómo les ha ido haciendo equipo?
—Muy bien. Nos conocíamos de antes. Un día estábamos hablando de eso: ni él pidió ser ministro, ni yo pedí ser gerente y nos tocó a los dos en un momento clave. Él era director de Vigilancia de Salud. Nos conocimos en Heredia, yo era subdirector. Nos llevábamos muy bien, hablábamos. Cuando quedó de ministro lo llamé para felicitarlo y cuando yo quedé de gerente él me llamó. Cuando todo empezó dijimos que qué bien que quedamos los dos juntos porque eso ha facilitado la comunicación entre el ministerio y la caja.
Ninguno de los dos nos imaginamos el reto al que nos iba a enfrentar la vida.
Me parece que es una persona éticamente increíble y un profesional superadecuado para este momento que vivimos.
—Según lo conversado, usted parece que es una persona que hace amigos a dónde quiera que va...
—(Risas) Diay, no sé. Qué te digo. Creo que en la vida no se le puede caer bien a todos, pero hay que tratar de ser una buena persona y dejar siempre algo positivo.
Uno tiene que tratar de poder volver siempre a donde uno ha estado y encontrar gente que lo recuerde a uno con cariño. Para eso hay que ser buena persona. Ayudar a todo el que se pueda.
—En palabras llanas cómo describe usted su trabajo como gerente médico en estos momentos...
—En estos momentos: salvar la mayor cantidad de vidas posibles. Asegurándonos de aumentar la capacidad hospitalaria hasta donde se pueda. Fortalecer el primer nivel todo lo que se pueda. Apoyando a todos los directores de los hospitales y el sistema de salud para que tengan lo que necesitan para poder salvar la mayor cantidad de vidas.
Yo tenía un jefe que decía que si un médico no se está dedicando a la parte clínica y se está dedicando a la parte administrativa, tiene que asegurarse que los clínicos tengan todo lo necesario para atender a la gente.
Ahorita es complicado porque sabemos que podemos llegar a un momento de colapso. Por eso tenemos que seguir trabajando, aumentando capacidad, conseguir los recursos y peleando todo esto hasta el final. Que no se diga que no se peleó.
— Cuando usted empezó a hablar en las conferencias de prensa en redes sociales la gente notó su elocuencia...
—Diay, no sé. Lo que trato es de explicar las cosas lo mejor que pueda, como me gustaría que me expliquen lo que está pasando. Eso trato de hacer. Explicar como si fuera un paciente. Sabiendo que hay que decirle las cosas como son, sin rodeos para que se pueda enfrentar a las cosas.
—Usted no se ha librado de la cultura “memística” de Costa Rica. Le han hecho memes y parece que se lo toma con gracia...
—Sí, sí. Es parte de la cultura. Es parte del país. Probablemente me he reído de memes de otras personas, ¿por qué no me voy a reír de un meme mío?
Lo peor es que sí se parece… el condenado muñeco.
Doctor, dígame la verdad, ¿antes le habían dicho que se parecía (al muñeco repollo)?
No. De hecho ni sabía que existían (risas). Me acuerdo de los repollos. Pero no sabía que me parecía. Hasta el día que mi hija llegó y me lo pone a la par y es igualito el condenado muñeco. Es igualito.
Es bonito. No hay quite. Hay que reírse. Disfrutar. En esto hay que sacarle lo bonito a lo complicado.
Seguidamente el doctor muestra una selfie junto a su hija y el muñeco repollo que guardarán como recuerdo privado familiar.
—Doctor, ya que nos reímos un poco, regresemos a la pandemia. ¿Cuál ha sido el momento más duro? En el que usted como profesional y como Mario Ruiz sintió más temor.
—Ha habido varios. Cuando de Alajuela tuvimos que mandar como 250 funcionarios para la casa, eso fue un domingo. Sabíamos que el doctor Albernas (primer tico contagiado de coronavirus, quien lamentablemente falleció) estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos. Ese día me contaron que una amiga a la que quiero, que es ginecóloga y que estaba embarazada, también estaba enferma y se estaba complicando. Al día siguiente fui a hablar con los especialistas y médicos para explicarles lo que estaba pasando o lo que nosotros creíamos que estaba pasando. Ellos estaban supercomprometidos, pero al ver a los ojos a la pandemia fue un día muy duro. Fue un día muy complicado.
Otro fue el día antes de la conferencia de prensa en la que iba a explicar lo de las camas (que podría llegar un momento en el que no haya suficientes). La noche antes pasé meditando muchísimo sobre cómo decirlo y qué decir y fue difícil.
—¿Por qué tanto temor de decir algo que se venía repitiendo desde marzo?
—Porque era explicarle al país que en algún momento puede que las camas no alcancen. Lo veníamos diciendo desde siempre, pero ya ese día era decirlo con números y proyecciones
Era como decirle a un paciente que uno quiere mucho que tiene cáncer. Porque cuando hablo de explicarle al país yo soy parte de eso: aquí viven mis papás, mis hermanos.
Y vendrán días más difíciles y ya soy consciente de eso. Pero eso no quiere decir que no podamos salir adelante. Solamente tenemos que prepararnos para tiempos difíciles, enfrentarlos y luchar.
***
El 3 de agosto el doctor Mario Ruiz nos cedió una nueva entrevista, al mediodía, minutos antes de la conferencia de prensa. Ese lunes se reportaron 19.402 casos confirmados, 393 personas estaban hospitalizadas, de ellas 97 en unidades de cuidados intensivos (UCI). A esa fecha habían fallecido 171 personas por causas asociadas a la covid-19.
Al 21 de agosto, cuando se redactó este texto, los casos confirmados alcanzaban los 32.134; 403 personas estaban hospitalizadas, 124 de ellas en la UCI. 340 personas habían muerto.
Mario Ruiz no deja de ser consciente de que vienen “días peores” y sostiene que se hace lo posible para “salvar la mayor cantidad de vidas”.
***
En la segunda conversación, se puede prestar más detalle a lo que acompaña a Mario Ruiz a diario. En su oficina está el funko de Jon Snow, una colección de libros que le regaló su mamá, fotos de sus hijos cuando estaban más pequeños y otras en los viajes familiares que hoy parecen muy lejanos.
También en un lugar especial están fotos con algunos de sus amigos y colegas; y el reconocimiento que otorgó la Organización de las Naciones Unidas por haber implementado el expediente electrónico.
En este apartado de su casa, en el que ha vivido estrés y malas noticias durante la pandemia, Mario Ruiz está acompañado por lo más significativo de su vida personal y profesional. Desde ahí, Mario, un hombre de palabras rápidas y memoria cronológica responde lo que se le pregunta. Incluso el cirujano, habla de su temor por las agujas y del trabajo que quiere seguir haciendo cuando “todo se normalice”.
—¿Qué no le gusta de los hospitales, le teme a algo?
—Desde pequeñito me da miedo irme a sacar sangre. O cuando me tengo que poner inyecciones. Siempre he tenido recelo. Cuando me tengo que hacer exámenes de sangre lo medito la noche antes y agarro fuerzas de todo lado. Es parte de todos. El hecho de ser doctor no quiere decir que no le va a dar miedo esa parte.
“(También le teme a) las salas de shock que es a donde llegan los pacientes más complicados. Y ese es un temor que creo tiene toda la gente que trabaja en salud; uno nunca quisiera ver a un ser querido en una sala de shock y ser uno quien lo tenga que atender. Desde que estaba haciendo residencia todo mundo lo habla”.
—Cuando asumió la gerencia médica habló de trabajar en la humanización en la prestación de servicios… ¿Qué lo mueve a insistir en esto que evidentemente es necesario en un escenario de hospitales?
—Hablé de varias cosas. Primero fortalecer la humanización en los servicios de salud. Mejorar la cobertura de la atención de adultos mayores y fortalecer el primer nivel de atención y disminuir las listas de espera. Íbamos encaminados. Nadie esperaba una pandemia. Sí creo que el 99% de la gente en salud trata de hacer las cosas de la mejor manera posible. Pero algunas veces hay que mejorar la comunicación con las personas. Establecimos convenio con INA (Instituo Nacional de Aprendizaje) para capacitar en atención y servicio al cliente al personal de salud. Lo estamos haciendo de forma virtual.
Me pasaba como cirujano. Uno se enfoca en la parte quirúrgica y hay que enfocarse en parte humana en la atención de las personas. Ser directo pero no ser crudo o concho. Hay formas de decir las cosas. A eso me refería con la humanización. La medicina se va haciendo más técnica y se deja de lado la parte humana y tiene que ir de lado una con la otra.
Creo que eso viene de mi mamá. Ella es súper humana. Más bien se pasa a veces.
—¿Cómo se relaja?
—Antes cuando el mundo era normal me gustaba mucho hacer ejercicios. Esto ha sido complicado. Hace más de un año hacía mucho ejercicio, antes de la gerencia.
Ahora también trato de leer otras cosas. Me gusta la mitología e historia. Leer sobre misterios arqueológicos y cosas así y tratar de buscarles respuesta, es un hobbie desde pequeñito. También disfruto jugar con mi hija y con Mario Adolfo.
—¿Ve alguna serie?
—Estoy viendo Dark y The Last Kingdom.
—¿Y cómo le va con Dark? Se dice mucho que es una serie difícil de digerir a la que hay que estar súper atentos...
—Me pasa lo que creo que le pasa a todo el mundo, comienzo el capítulo y a veces me quedo dormido y me devuelvo y trato de entenderlo. Me advirtieron de que para entender Dark hay que poner mucha atención a todos los detalles. Me parece que es muy interesante ver como lo que uno hace en el presente puede afectar el futuro. Y me llama mucho la atención que (en Dark) el futuro afecta el pasado. Si me gusta mucho porque uno es dueño de su propio destino, uno puede cambiar las cosas.
—¿De alguna manera lo asocia con lo que vive ahorita?
—Ah claro, claro que sí. The Last Kingdom también y Games of Thrones. Vea el caso de Jow Snow, es gente común y corriente a la que de repente le toca enfrentar retos muy fuertes para tratar de salvar la mayor cantidad de gente posible.
—En cualquier conversación la gente está hablando de la pandemia, del temor. ¿Usted siente miedo?
—Claro que sí. Yo creo que el sentir miedo es una fortaleza. Cuando se tiene miedo eso lo que hace es ponerte más en alerta, estar más atento a todos los detalles de lo que pueda pasar.
Cada vez que voy a una reunión uno siente miedo. No sabe quién puede estar enfermo. Hay que tomar todas las medidas respectivas. Uno no puede hacer todo virtualmente. Hay que reunirse presencialmente.
—¿Qué piensa cuando todo se complica? ¿En qué encuentra alivio en esos momentos?
—Esto es como una montaña rusa. Hay días buenos y malos. Cuando uno va a operar uno planifica cómo va a salir. Uno alista todas las cosas: alista el instrumental, se pone de acuerdo, uno se prepara, hasta la música que va a escuchar durante la cirugía. A veces hay cirugías que se complican y uno no puede salir corriendo y dejarla botada. Es una sensación muy complicada porque uno dice: ‘Dios mío, qué hago, cómo hago para que esto salga bien’. Hay que mantener la calma y salvar al paciente. Cuando las cosas se ponen feas siempre pienso que no puedo dejar la cirugía botada. Hay que salir adelante.
—Antes del coronavirus su labor no lo hacía una persona tan mediática. Ahora el alcance masivo le permite tener el respeto de una población, pero también recibir críticas por su trabajo. ¿Cómo lidia con eso?
—Vieras que es algo que sí he pensado porque mi trabajo no es ser mediático, es ser muy técnico. Es lo que he tratado de hacer siempre. Tomar decisiones basados en criterios técnicos. Cuando uno opera hace lo que tiene que hacer, no lo que le guste a la gente. Hay que tratar de hacer la cirugía lo mejor posible. No se puede hacer pensando en ser el chico popular del barrio. Hay que hacerlo pensando en ser lo más técnico posible. Más que afectarme a mí, es a mi familia. Ellos se preocupan más que uno.
A veces que salen comentarios feos les digo que no hagan caso.
—¿Usted ha visto comentarios específicos contra usted?
—La verdad no. Los que salen son los de personas diciendo que la pandemia no es cierta, que es conspiración. Lo que he visto mío es lo del repollo.
—¿En qué cree que ha fallado en este tiempo de trabajo contra el coronavirus?
—Déjeme pensar. Qué pregunta más difícil. Creo que siempre puede haber un punto de mejora… Me hubiera gustado estar más con mi familia. En eso he fallado.
—¿Y a nivel de su gestión?
—Creo que volviendo a ver para atrás nosotros tenemos que retomar todavía más la atención del primer nivel, fortalecer más lo que tiene que ver con Ebais y el seguimiento a los pacientes en la comunidad. Eso es algo en lo que tenemos que mejorar muchísimo.
Al inicio como todos tenían temor de contagio y no había suficiente equipo de protección se suspendió mucho toda la atención que dan los Ataps en las comunidades y eso hay que activarlo. Tenemos que mejorar y fortalecerlo más.
Yo lo he dicho varias veces: por más camas que hagamos, la atención primaria, lo que tiene que ver con seguimiento de pacientes, Ataps e involucramiento de la comunidad hay que fortalecerlo.
Si pudiera volver en el tiempo lo fortalecería desde el día uno.
—¿Qué quiere hacer apenas termine todo esto? Bueno, o cuando vuelva un poco a la normalidad...
—Va a terminar. Cuando esto termine primero voy a tratar de estar más con mi familia. Tal vez irnos a la playa o a una cabaña. Les prometí que tenemos que irnos de vacaciones un par de meses sin teléfono celular. Ir a donde nadie nos pueda encontrar. Hay un lugar camino a Zarcero que se llama Zapote. Es nublado. Me gustaría tener una cabaña para cocinar y llegar a leer libros. Estar tranquilo por un tiempo y después volver a operar.
—¿Cómo le ha ido con la alimentación?
—Me propuse bajar de peso. Es una propuesta de mi hija, ella me motivó. Tenemos que estar bien física y emocionalmente para ayudar a otras personas. Tenemos que comenzar por nosotros mismos. Una de mis metas de este año es estar mejor físicamente. Es complicado. Lo he tratado de hacer. Es todo un reto. Por eso entiendo a la gente. Controlar el peso es bien complicado. La familia tiene que ayudar, uno poner de su parte. En esta época es fundamental.
¿Cómo está su salud, tiene algún tipo de padecimiento?
No padezco de nada, gracias a Dios. Solamente un poquito gordo, como un repollito (risas).