Cristian Pérez (42 años) y Jéssica Carvajal (41) pensaban que tendrían dos o tres hijos máximo. Sin embargo, cuando salen a comer en familia tienen que unir entre cuatro y cinco mesas para acomodarse ellos dos y sus nueve retoños. Sí, nueve.
21 años después de casarse, su núcleo es de 11 personas.
A ellos se les acercan desconocidos todo el tiempo a hablarles. Algunos los felicitan por la valentía de tener una familia numerosa, mientras que otros cuestionan lo costoso que debe ser sacar a tantos hijos adelante.
Son papás de Priscilla (21), Hillary (18), Cristian (16), Juan Pablo (15), Gabriel (13), María Paula (11), Santiago (9), Isabella (7) y Matías (4).
Cristian y Jéssica están anuentes a ser padres de más niños.
***
Las personas no dejan de asombrarse cuando Andrés (35) y Yuliana (36) van de paseo con sus seis hijos. “¿Todos son suyos?”, le preguntan a la pareja de jóvenes adultos. “Sí”, responden. Los ojos asombrados de los curiosos no pueden disimularse.
Esos abordajes, que son usuales, ellos los toman con calma y continúan disfrutando con Daniel (11), Elisa (10), Lucía (9), Thomás (6), Elías (4) y Samuel (2). Antes de Thomás la pareja perdió a Jacob, quien tenía tres meses de gestación.
Son jóvenes y padres de “muchos niños”, según los ojos con que se miren a estos papás de seis. En tiempos actuales, en los que, según el INEC, el promedio de habitantes de un hogar en Costa Rica (para el periodo 2019-2020) es de 3.18, ellos son ocho bajo el mismo techo.
***
Daniela Cabezas (29) y su esposo Jeancarlo Vargas (33) son otra de las familias que podría pensarse “rompen la regla contemporánea” de tener uno, dos o máximo tres hijos. Ellos son papás de cinco niños: Abbie (9), Nicolás (6), Thiago (4), Benjamín (2) y Fede (cuatro meses).
Los Pérez Carvajal, los Araya Ortega y los Cabezas Vargas tienen en común, aparte de su frondoso árbol genealógico, que en sus planes específicos no visualizaban inicialmente fundar familias tan grandes. Simplemente ocurrió y son felices así, sin que esto signifique que no le garanticen a cada niño y adolescente todo lo que necesita.
Ser muchos ante los ojos de los demás
Para Jéssica y Cristian ser padres de nueve hijos ha sido una aventura “muy bonita”. En este viaje han encontrado comentarios y señalamientos de todo tipo.
“Ha sido duro en cuanto a los comentarios. Yo estuve desempleado e iba a entrevistas, cuando me hacían preguntas sobre familia los empleadores se burlaban de mí, que cómo era posible. Lo que dicen es que si es con la misma esposa, que si en mi casa no hay televisión, que si realmente estudié, porque como tengo un título de licenciado en contaduría pública y una maestría en impuestos dudan de que mis títulos son reales porque creen que una persona con inteligencia o educada normalmente no tendría tantos hijos”, cuenta Cristian.
Jessica por su parte ha topado con situaciones variadas. “Hay cualquier cantidad de comentarios a los que uno como mamá y mujer se enfrenta. Desde que vas a cita médica de control hasta la hora de ir al parto. Han sido buenos y malos. Que si no te vas a operar, que son muchos (hijos), que el bolsillo no está para tener tantos hijos, de que somos conejos… enfrentar esto para mí ha sido un poco difícil porque la sociedad dice ‘no más de dos hijos’, pero he visto como Dios ha sido grande y en lo personal me ha dado esta bendición de ser madre de nueve hijos y poder transmitirles la fe. Cristian ha sido padre de ejemplo, poder salir todos juntos, esto ha sido una gran bendición”.
Cuando Andrés anunció que él y Yuliana esperaban a su cuarto hijo, una familiar le ofreció pagarle la vasectomía.
Jeancarlo ha topado con miradas que censuran y comentarios no solicitados del tipo “¿otro más, cómo van a hacer?”
A Yuliana la han tratado de irresponsable “por no pensar en el futuro de los niños” y a Daniela le han preguntado directamente “¿por qué quería más hijos?”.
“Son injustos porque no sabemos qué va a pasar en el futuro. Muchas veces declaran fracaso”, dice Yuliana.
Ella ha topado con experiencias más incómodas, similares a las que han vivido Cristian y Jéssica. Por ejemplo, cuando al momento de dar a luz el personal del centro médico la ha considerado una mujer con escasos conocimientos, pues se impresionan de que “en esta época” haya sido madre de tres, cuatro, cinco y hasta seis hijos.
Andrés, su esposo desde hace 13 años, agrega: “Creen que somos ignorantes o sin estudios. O que yo soy un machista”.
Ella continúa: “Lo veíamos en los hospitales. Había estigma y cuando llegaba siempre preguntaban qué cuántos tengo; daban a entender que seguro no sabía leer o que somos fanáticos religiosos y que la esposa hace lo que él dice.
Se asombraban cuando yo decía que era estudiada. De todos modos, esos aspectos no van a definir si usted va a ser buen papá o no”, dice la mujer, quien estudió filosofía clásica y ahora se especializa en diseño floral para mejorar el negocio familiar Yuli’s Garden.
Estos son solo algunos de los comentarios que han escuchado estos padres en los últimos años, a medida que sus familias iban haciéndose más grandes.
Muchos podrían pensar en el costo de la vida y otros hasta en la justificación de que es mejor no tener hijos para ayudar a cuidar el planeta. Pero aquí están estas tres parejas jóvenes, cabezas de familias numerosas viviendo con alegría (y responsabilidad, aseguran) la vida que eligieron.
Dentro de su hogar (familia de 11)
Cristian, Jéssica y sus nueve hijos viven en una casa de dos plantas, en Coronado. Tienen cuatro habitaciones grandes y dos baños. Al salir todos juntos viajan en la microbús para 12 que adquirieron desde que el automóvil se hizo estrecho cuando se convirtieron en una familia de seis.
La pareja tiene 21 años de casada y sus planes iniciales era que cada uno terminara su profesión. Él es contador público y ella estudió administración de empresas. Cuando nació el hijo número tres, decidieron que lo mejor era que Jéssica se quedara con los chicos en casa.
“Inicialmente los planes de vida era que ambos continuaremos estudiando. Cuando decidimos casarnos trabajábamos. Ella como secretaria ejecutiva y yo en un despacho de auditores. Tuvimos la gran sorpresa de que al poco tiempo ella quedó embarazada y tuvimos a nuestra primera hija: Priscilla”, cuenta Chrsitian.
“Los planes iniciales estaban abiertos a la vida como matrimonio, planeábamos un máximo de tres hijos. Al poco tiempo de casados entramos a la iglesia, recibimos catequesis. Nos ayudaron en el tema familiar. Entramos a formar parte de la comunidad Neucatecomenal. Por gracia de Dios que nos llamó y muchos planes se iban modificando en cuanto Dios nos iba regalando dones. Uno de los pilares fundamentales es que entendimos que los hijos son un don de Dios. Era un regalo poder participar de esta creación de tener los hijos que Él quisiera. Decidimos tomarlo como un modelo de vida. De ahí Dios nos regaló familia numerosa”, afirman.
En el caso particular de estos esposos, dicen que ven la paternidad “como un regalo de Dios” y que “estan abiertos a tener los hijos que Dios les quiera mandar”.
“Tratamos de tener distanciamiento en los nacimientos porque la mujer luego de dar a luz puede quedar embarazada en cuarentena. Utilizamos el método del ritmo para distanciar a los hijos”, cuenta el esposo.
La pareja asegura que cada uno de los miembros de su familia tienen todo lo necesario: alimento, techo, abrigo y estudio.
“Priscilla, la hija mayor, es estudiante de contaduría pública en la UCR. Es una mujer por quien le doy gracias a Dios por sus virtudes y valores: es obediente y responsable.
Hillary tiene 18 años y ahora lleva generales en la Uned. Luego sigue Cristian, que está en el colegio Técnico de Calle Blancos y estudia construcción civil.
Juan Pablo está en noveno y Gabriel en sétimo. María Paula en quinto grado, Santiago en tercero, Isabella en primero y Matías en materno”, cuenta la mamá.
La convivencia, dicen, es “como la de todas las familias”. No faltan las discrepancias y discusiones.
“Como papás tratamos de que esté siempre el tema de la reconciliación y el perdón. Es fundamental para tener una relación un poco mejor y así disfrutar de una convivencia plena y llevadera, pues somos 11”, cuenta la madre.
Cristian menciona un factor esencial es su vida en familia. Dice que todos los domingos se reúnen para rezar y además, crean un espacio en el que cada uno habla de lo que vivió en la semana y abren el diálogo, para que con respeto, comuniquen si hay algo de otro miembro que le moleste.
“Nuestro día a día ha sido activo. Hemos experimentado que tener hijos numerosos es poder dar la vida, es gastar nuestras energías, fuerzas y juventud para encaminar una familia. Sabemos la importancia de la familia en la sociedad; buscamos inculcar valores de respeto, responsabilidad, trabajo, esfuerzo y a darle gracias a Dios todos los días”, dice el papá.
Criar a nueve hijos y suplirles sus necesidades no suena fácil, pero estos papás destacan que “en la mesa no ha faltado el pan”.
“Nunca nos ha faltado nada. Estuve casi cuatro años sin trabajo. Me salían trabajitos esporádicos. Eso fue prácticamente con la venida de Matías (su hijo menor), fue un tiempo duro, pero Dios nos dio paz. Personas cercanas nos compartieron bienes, tuvimos apoyo de la familia y otras personas.
“También gente cercana y conocidos hacían comentarios de que cómo era posible que ella quedara embarazada si yo no tenía trabajo, pero Dios siempre ha estado grande con nosotros. Nos ha acompañado, ha sido un Padre proveedor, nos ha mantenido juntos”, recuerda Cristian, quien habla de la importancia de inculcar la fe en sus hijos.
Convivir en tiempos de pandemia ha sido interesante para esta familia: todos deben cohabitar y no solo verse por la mañana o en la noche.
“Imagínese un año todos encerrados en la casa. Se ponen a prueba las bases de la familia. Pero lo cierto es que si hay diálogo y comprensión se vive bien juntos. Compartir 11 en el mismo lugar ha sido bonito. En lo personal me ha hecho crecer como persona. Me siento orgulloso de que Dios me tomara en cuenta para esta gran misión. Ellos tienen su libertad, crecerán, se irán, harán sus planes, pero tienen esa base y experiencia del amor de Dios, la experiencia de valores y de lo que es la familia. Hoy qué hay tanta desintegración, la familia es fundamental. Si está unida pueden asumir con firmeza experiencias que vengan”, agrega Cristian. Él resalta que los chicos tienen lo necesario y que aprenden a compartirlo, por ejemplo los nueve cuentan con dos computadoreas para hacer sus tareas y trabajos.
“Nos salimos del molde” (familia de 8)
Andrés Araya, un profesor de educación física, y su esposa Yuliana Ortega, una emprendedora, lo dicen con total naturalidad: “parece una locura ser una familia de ocho”.
“Todo mundo nos cuestiona que si en verdad tenemos seis hijos y nos comentan que si es que no tenemos tele. Hemos escuchado todas las bromas del mundo. Es una locura”, dice Andrés.
Esta pareja, casada desde hace 13 años, admite que nunca planificaron un número específico de hijos. Todo se fue dando.
“Nos casamos y decidimos tener hijos. El primero llegó rapidísimo, teníamos como tres semanas de casados y quedé embarazada. Luego del primero, queríamos el segundo. Cuando el primer bebé tenía seis meses me embaracé. La pregunta que nos hemos hecho es: ¿nos visualizamos con un hijo más? y la respuesta ha sido sí”, cuenta Yuliana.
Ellos ven la maternidad como un regalo de Dios, piensan en aquellas personas que lo desean y no logran concebir. Para ellos sus hijos “son un don”.
“No han sido estrictamente planeados, pero sí esperados”, afirma la pareja.
Ser padres de seis ha sido un aprendizaje para Yuliana y Andrés. A ella todo el tiempo le dicen que “ya es una experta” pero admite que con cada niño el proceso es diferente.
“No voy a mentir que en lactancia y en el embarazo tengo experiencia, podré ser experta de cero a 11 años que es la edad del mayor, después de eso no sabemos nada. La maternidad es siempre un aprendizaje”, afirma.
Su esposo coincide: “Cada uno es diferente. Son hijos de los dos, en la misma casa, pero cada uno es diferente. Uno más sociable, otro más tímido, uno bueno en matemáticas...”.
Ser padres de seis ha traído consigo momentos “caóticos” y, por supuesto, beneficios que lo compensan.
“Fui mamá de un bebé de año y tres meses y a la vez de uno recién nacido. Todos han mamado. Yo vacilo y digo que llevo doce años en lactancia. Gracias a Dios han tomado leche materna, en fórmula se nos hubieran ido millones.
Recuerdo que yo lloraba por el desastre hormonal. Se ponía a llorar el recién nacido y luego despertaba al otro. Esa parte es caótica, cansadísima, pero con los años se le agarra más el ritmo. Con los últimos me ha costado menos tener un recién nacido y luego otro pequeño. Ya con el cuarto estaba acostumbrada a trasnochar, a dormir con uno encima”, detalla la mamá, quien dice que como parte de tener tantos hijos ellos entendieron que no siempre se puede tener el control y eso regala tranquilidad.
En estos años su esposo, quien siempre ha trabajado (ella dejó su empleo cuando llegó el cuarto hijo), ha estado presente.
“Nos vamos turnando. Siempre he chineado, me gusta ser papá activo y presente a pesar de los horarios laborales. Los niños siempre han sido madrugadores. A las 5 a. m. están arriba. En la noche ella y yo tenemos nuestro espacio para ver una película, comer algo, hablar del día a día.
Ha habido tiempo en que ella estaba más cargada por tantas horas de estar con ellos. Yo venía de dar clases y debía llegar a jugar con ellos, lo más fácil habría sido prender el tele, pero sabemos que no es lo mejor. Tratamos de que sean niños activos, que traten de jugar, hacer ejercicio. Nos regalaron wii, por ahora no tienen celulares, tratamos de que sea en su momento. Ya el mayor va para el colegio, lo hemos pensado. Tratamos de estar presentes”, agrega él.
Yuliana dice que sería imposible que solo uno de los padres pueda hacer todo. A veces trasnochaba para que su esposo durmiera, pero a las 5 a. m. él asumía el cuido para que ella descansara. Los domingos, él lleva a los chicos a la feria, en Hatillo (donde viven sus papás), para que la madre se relaje. En otros momentos la mujer sale a hacer senderismo y él se queda a cargo.
Los padres cuentan que convivir con tantos niños requiere organización, principalmente en un contexto en el que el papá vio afectada su labor y debió estar más en casa, pues por la pandemia se disminuyeron las clases privadas que impartía; ahora él trabaja, con Yuliana, casi que a tiempo completo en el emprendimiento familiar. En este tiempo, además, se acoplaron a una modalidad en la que sus niños debían recibir clases virtuales.
“Lo de las clases fue y es una locura. Mucho caos. Teníamos que ser súper organizados. No nos alcanzaban los dispositivos. No estábamos preparados para conectar a cinco niños, más cuando coincidían las horas. Ha sido un reto terrible pero tenemos que sacar la tarea. Tenemos que hacerlo. Nunca hemos pensado que la escuela es una guardería, ni que se salgan de la cosa un rato. Es nuestra responsabilidad hacer lo mejor que podemos. Ellos lo entienden muy bien. Se adaptan de lo más bien”, comenta Andrés.
Andrés y Yuliana afirman que su familia es su responsabilidad, su decisión y que, lejos de lo que crean los demás, “sí se puede”.
“Somos felices con nuestros seis. Así como las familias son felices con dos o uno. En medio de imperfecciones, cada día es un aprendizaje diferente. Sí se puede y ahí vamos. Es importante la comunicación en pareja, siempre estar hablando y tratar de solucionarlo juntos. Hemos acordado de que no se puede poner el sol sin haber solucionado un problema, no dejamos pasar los días sin arreglarnos; es por el bien de nuestros hijos. Ellos nos mantienen unidos y fuertes. Eso es parte del valor y amor que nos han dado. Nadie nace aprendido”.
Los esposos tienen la convicción de que lo que viven es un plan ya trazado. Recuerdan que cuando eran novios a Yuliana la tuvieron que intervenir porque se le presentaron problemas de apéndice. Cuando salió del quirófano, el doctor le comunicó que le retiró unos quistes del ovario, algo que quizá le hubiera dificultado concebir.
“Dios siempre tiene un plan. Ahí tal vez se abrió el camino”, dicen riendo.
Yuliana y Andrés le enseñan a sus hijos valores como el agradecimiento y la solidaridad. En tiempos de pandemia cuentan que han recibido apoyo inesperado, de personas que se acercaron a dejarles comestibles. Cuando su alacena estaba llena, ellos compartían con quienes necesitaban.
“Siempre le decimos a los enanillos que la vida da vueltas. Uno no sabe. Un día podemos estar arriba y en algún momento cambia y estamos abajo. La vida da tantas vueltas y hemos estado arriba y abajo. Gracias a Dios salen negocios e ideas. La gente nos ha apoyado, así como nosotros hemos apoyado a familias”, cuenta Andrés, quien junto a Yuliana conduce una pequeña buseta que es ideal para el negocio y, por supuesto, para trasladar a su gran familia.
Familia en libertad (7 bajo el mismo techo)
Daniela y Jeancarlo se fueron a vivir, durante la época de pandemia, a una finca en Guácimo, en Limón. Allí sus hijos mayores disfrutan entre árboles frutales y hoy son expertos escaladores.
Mientras la mamá se encarga de los chicos, el padre atiende a los siete perros que complementan la familia.
Ambos son trabajadores independientes: él tiene una pequeña agencia de publicidad y ella da cursos y hace lettering a través de @proyectandoletrascr en Instagram). Por las noches, cuando los niños se duermen, los padres aprovechan para compartir entre ellos y también para dedicar más tiempo al trabajo.
“Nos conocimos en el 2011 en la universidad (ambos son diseñadores gráficos: él se especializó en producción audiovisual y animación 3D y ella en lettering). Ahorita tenemos nueve años de casados. Fuimos novios como por dos años y sí hablábamos de hijos, pero no que íbamos a tener tantos. Todo se fue dando en el proceso. Quería otra niña y vino Thiago, seguía con la idea de la niña y vinieron más niños”, dice Jeancarlo.
El sentir de Daniela no tenía que ver en si nacía un niño o una niña. Ella pensaba que a ambos les gustan las familias grandes.
“Cuando tuvimos al segundo conversamos y no fue planificado el tiempo de tener hijos. Lo buscamos de manera que todos estuvieran seguidos, con pensamiento de que salgamos de esto a la vez. Uno deja el pañal y luego el otro. Todo se iba de un solo”, dice. Daniela siempre vio el cinco como un número idóneo para tener hijos. Ella se crió con tres hermanos y su esposo con dos.
Jeancarlo no deja de resaltar lo feliz que es con su gran familia y sobre cómo no presta atención a quienes osan opinar de su vida personal.
“En mi caso me han bombardeado feísimo. Pero eso no me importa. Lo importante es que soy feliz. Yo desde pequeño soñaba con una vejez con una casa inmensa, en una finca y ese montón de gente alrededor que eran mis hijos y sus familias”, cuenta.
Empezar y terminar cada día con la responsabilidad de cinco niños es una labor que los esposos logran en equipo. En un núcleo grande el trabajo tiene que ser compartido. Ellos hablan más de su cotidianidad.
“Lo que pasa es que nos dividimos. Él desde que amanece antes de iniciar su trabajo lo primero que hace es dedicarse a los perros. Pero el resto del día los dos estamos haciendo cosas, no solamente el rol de la esposa que hace todo para los niños, sino que entre los dos”, dice Daniela.
Jeancarlo habla entusiasta: “En mi tiempo libre, como parte de mi hobbie, entreno a los perros. Es mi break. Lo hago una hora y media en la mañana. Los chicos ayudan a darles de comer, a limpiar suciedades. En las tardes nos vamos a jugar al trampolín. Es distribuir el tiempo y jugar con eso”.
Daniela dice que ella se encarga de la casa y de los niños. Los que asisten a clases lo habían estado haciendo virtualmente. Tener esa posibilidad de permanecer tanto tiempo en el hogar les ha permitido interactuar con la naturaleza, cuenta.
“Aún cuando no se relacionen con tantas personas (por el coronavirus) no les ha afectado. Están descubriendo. Siempre están haciendo algo con las gallinas, los patos o las vacas; aprenden de todo lo que hay alrededor”, menciona ella, quien dice que los niños mayores han aprendido a ser autónomos y que eso ayuda con la llegada de un nuevo miembro.
“Hemos enseñado a los chicos a ser autónomos, a tal punto que ellos, a pesar de que tienen sus horas de comida y merienda, si sienten hambre saben que pueden tomar lo que necesiten, se sirven yogurt, les ponen granola, guardan lo que sacan y al terminar lo ponen en la pila de lavar; recogen su ropa, guardan la ropa al tenerla doblada. La llegada de un bebé (Fede, de cuatro meses) aún cuando requiere cuidados ha sido como que el bebé se acomodó a la vida que tenemos. Utilizamos fular (un cargador ergonómico) me facilita hacer actividades en la casa y atender a los demás”, cuenta la madre.
La rutina en esta casa inicia a las 5:30 a. m. A eso de las 8 p. m., los chicos ya duermen.
“Uno es fiel a sus decisiones y a sus renuncias. A pesar de que no vamos a dormir como antes de estar casados, uno es fiel a esas decisiones”, afirma Daniela. Ella destaca que “es gratificante ser padres de tantos niños”, aunque reconoce que también ha vivido momentos en los que su maternidad “era sufrida”.
“Se siente un gozo al ser padre de tantos niños. Pero no lo he sentido siempre. Estaba en un círculo de maternidad sufrida, era muy agotador, solamente hacía cosas específicas y no tomaba espacio para respirar. Como eso que dicen de la mamá perfecta que siempre debe andar a los chiquitos acomodaditos, mamá que siempre tiene que andar niños perfectos; la maternidad que nos han vendido a todas. Nos fijamos en revistas de cómo se tiene que ver una casa, así lo percibí. Empecé a hacer cambios y a tomarme tiempo para mí: ahora hago meditación, respiraciones que me ayudan a conectar conmigo. Eso me hace estar aquí y en el ahora, donde viven los niños”, cuenta.
En el proceso de criar a sus niños, Daniela comprendió que para que ellos se sientan bien, ella también debe estarlo.
“Me fijo muchísimo en mis hijos. Desde que empecé cambios he podido notar que como padres somos un laboratorio y ellos los científicos. Ellos van a aprender a tomar decisiones viéndonos a nosotros. Los cambios que empecé me hacen sentir gozo en la maternidad. La voy creando y no me fijo en la maternidad de otras”, dice.
Prestando atención a su día a día, Daniela cuenta que trata de darle el espacio requerido a sus hijos. Estar presente siempre que lo necesitan, pero brindando la oportunidad de que ellos solucionen y descubran.
“Trabajo en poder sostenerles el espacio. Si lloran, se sienten incómodos o están peleando estoy ahí, que sepan que los veo porque son capaces de resolver lo que están pasando. Solo que si hacen algo que ponga en peligro sus vidas no voy a dejar que lo hagan, pero si por ejemplo uno le pega al otro esas son cosas normales de hermanos que a veces pensamos que no van a suceder, pero siempre suceden. Es normal cuando son niños con edades y gustos tan similares (...)”.
Continúa: “Estoy con ellos absolutamente todo el día. Como mi esposo trabaja en la casa, en uno de los cuartos tiene su equipo de trabajo. A veces tiene a algún chico en su espalda. Coexistimos con esto de trabajar con ellos. Continuamos. Cada día caminamos”, detalla Daniela, quien mientras mece a su bebé aprovecha para dibujar o montar alguno de los cursos que imparte.
Sacar adelante a cinco niños no ha sido difícil para estos jóvenes emprendedores. Dicen que, aún en tiempos de pandemia, los niños son la motivación para innovar y generar iniciativas.
“Los dos producimos, trabajamos. Esto (la pandemia) no ha sido razón para nosotros pasar necesidades o en términos populares echarnos a morir. Tener tantos hijos nos ha ayudado a buscar la forma de cómo superarnos a nosotros mismos cada día, buscando más conocimiento. Llevo dos años desde que inicié mi mini agencia de publicidad donde trabajo y le doy trabajo a otras personas freelance. Tener tantos niños en pandemia es una oportunidad para salir de esa zona de confort. Uno piensa que no soy solo yo, son mi familia y mis animales”.
El padre prosigue destacando lo buena que ha sido la vida desde que fueron llegando sus hijos.
“El Señor ha sido bueno y aún con que me bajaron las ventas no puedo decirle que hemos pasado hambre. Siempre tenemos comida. Los perros están con buen peso. (...).
Siempre nos decían y repetían que tener hijos no es fácil y que eso requiere gasto. A la fecha no nos ha hecho falta nada. Siempre hemos tenido lo necesario. Estamos agradecidos: no todas las personas tienen la bendición de comprar casa o un carro nuevo, ya estamos casi en este proyecto de casa. Son cosas que valen la pena. Las bendiciones han llegado. Eso de que los niños traen un bollito (de pan) bajo el brazo le doy seguridad de que es verdad. Con la llegada de cada uno tenemos grandes bendiciones”, asegura Jeancarlo, quien maneja un Toyota Rush para siete pasajeros, vehículo en el que incluso hay espacio para uno de sus perros.
Daniela y Jeancarlo, quienes admiten que no tienen planes de más hijos, destacan que son felices con su familia numerosa; creen que al vivir con tantos niños “tienen un pedacito de cielo en su casa”.
**Para este artículo se intentó conocer familias jóvenes y numerosas monoparentales, así como homoparentales, pero no fue posible.
*El dato del promedio de personas habitando una casa se tomó de la Encuesta Nacional de Hogares (del Instituto Nacional de Estadística y Censo), en el cuadro de características de los hogares y de las personas que especifica la cantidad de hogares, cantidad de personas y promedios de ingreso neto por hogar, del periodo de julio 2019-julio 2020.