Edwin fue impactado por rayos varias veces. Una de ellas fue cuando supo que había algo mejor para él, y decidió renunciar a su trabajo como desarrollador de proyectos en un banco. Luego sintió una rayería en el cuerpo al ver los vestuarios de las modelos en la agencia de publicidad donde trabajó como administrador. Finalmente, cuando no tenía dinero para el regalo de cumpleaños de una amiga, él mismo le confeccionó un bolso. Ese fue el relámpago definitivo que electrizaría su futuro como diseñador de modas.
A sus 27 años, Edwin Ramírez Elizondo se ha hecho un nombre en la moda costarricense. Tiene un taller en su natal San Ramón de Alajuela, y una oficina de asesoría en imagen en Guachipelín de Escazú. Sus diseños han aparecido en cuatro tapas de revista, es habitual verlo como comentarista en la televisión y es el diseñador de cabecera de varias mujeres de la farándula nacional.
Edwin dice que hay una distancia oceánica entre lo que le gusta y lo que le apasiona: “Me gusta la administración; pero me apasiona el diseño, los procesos creativos, montar un desfile, escoger la música, dirigir a las modelos, las fotos; eso me llena de energía”.
Cuando habla de moda le brillan los ojos. Esa humedad ocular es la distancia entre el gusto y la pasión.
El salto
¿Cuál niño jugaba con muñecas de vestir? ¿Quién vestía a su familia para graduaciones y primeras comuniones? ¿Quién se quedaba pegado al tele en cada concurso de belleza?
Que ese muchacho no se decantara por el diseño de modas apenas salió del colegio es un sinsentido que solo se puede enunciar ahora, cuando ya se conoce cómo termina su historia. Sin embargo, en aquel año, el 2002, la locura era intentarlo.
“Todos estaban en contra porque, por más desarrolladas que estén estas carreras, Costa Rica está en pañales en moda”.
En sus primeros años laborales, el ahora diseñador cuenta que convertirse en modisto era algo que tenía solo en su cabeza. Sus pasos por el banco y por la agencia de publicidad fueron sus etapas “normales” y seguras.
El salto ocurrió entre el 2006 y el 2007, y aunque su familia tuvo muchas reservas con respecto a esta revolución profesional, Edwin agradece que su decisión fuera apoyada. Después de su éxito supo que sus abuelos –quienes lo criaron– siempre estuvieron preparados para recibirlo cuando se estrellara. Aquello nunca sucedió.
Él empezó diseñando bolsos y vendiéndolos en la josefina tienda Eñe. “Cuando en la tienda me dijeron: ‘Ve, sí se están vendiendo’, yo supe que ahí empezaba un sueño: el sapo se está empezando a convertir en cisne”.
Ganarse un lugar en la pequeña industria de la moda tica ha sido arduo.
“Hay ocasiones en las que uno se ve solo, porque estar en esto es estar solo. Si vos trabajás en un banco, tenés un salario mensual o quincenal exacto, un montón de garantías sociales y sos Fulanito de Tal; pero yo creo que ninguno es feliz con el grado de felicidad que yo tengo”, afirma el diseñador .
¿Nace o se hace?
Edwin está convencido de que, en su caso, el diseño es una habilidad innata. Por un tiempo, trató de estudiar formalmente la carrera en la universidad, pero terminó abandonando las clases.
“La universidad te esquematiza, te va a decir: ‘Vos tenés que diseñar y coser así...’, dice, mientras dibuja una línea recta sobre la mesa, y agrega: “...Pero Edwin Ramírez quiere diseñar asá”, y dibuja un zigzag.
Actualmente, él maneja tres facetas en su quehacer profesional: diseña ropa de mujer a precios accesibles (“el Edwin que me da de comer”), hace consultorías de imagen para celebridades nacionales, novias y bailes (“el Edwin que deja volar más la imaginación”), y produce desfiles (“el Edwin más artista”).
El diseñador asegura que ahora está en una situación económica mucho más ventajosa de la que tendría si hubiera seguido como administrador.
“El salario de un mes en una empresa normal, me lo gano en un vestido”. También revela que el dinero es secundario cuando se le compara con la satisfacción de sus clientes.
“No hay mejor pago que ver mi celular (con un mensaje) que dice: ‘Edwin, soy la mejor vestida’. Eso no tiene precio”.