Esta vez no tocaba ir al Mundial. Por muchas razones, ajenas al simple pesimismo. No tocaba porque Costa Rica ha dependido de generaciones doradas que vienen, brillan, dan para un par de mundiales y se van sin el cambio generacional consumado, una vez que a los veteranos les falta juventud y a los jóvenes les falta la jerarquía.
El ciclo de la Sele para incluir un Mundial destacable, el siguiente aceptable y un tercer periodo decepcionante.
Ocurrió incluso con la Selección más talentosa que he visto, aquella del Aztecazo, líder de Concacaf, alegre y valiente en Corea-Japón 2002, venida a menos pero digna en Alemania 2006, insuficiente para clasificar a Sudáfrica 2010. Cuando se acabaron los Wílmer López, los Wanchope, los Rolando Fonseca, los Rónald Gómez tocó ver una Copa del Mundo por televisión.
La misma tendencia hemos visto con la gloriosa e histórica selección de Brasil 2014, apoteósica en Sao Paulo y Pernambuco, muy decente en Rusia 2018 (por más que los ticos pretendíamos ilusos otra hazaña), agotada para Qatar 2022. Sí, se agotó. El inicio de la eliminatoria da fe de ello.
Quizás cuando los CAR, los CES y los venideros centros de preparación de los clubes se consoliden, no harán falta jóvenes para el cambio generacional.
Esta vez no tocaba ir al Mundial, porque las malas decisiones llevaron a andar de técnico en técnico. A Óscar Ramírez, uno de los mejores estrategas nacionales que visto, si no el mejor a la par de Guimaraes, lo echaron etiquetado de “defensivo”, como si Costa Rica fuera el Brasil de la copas del mundo, y porque supuestamente el pueblo así lo pedía (“la voz del pueblo es la voz de Dios”, dijo entonces Rodolfo Villalobos). A Gustavo Matosas lo eligieron embelesado con sus dotes para una encantadora primera impresión. A Rónald González el tiempo perdido no le daba mucho margen sin los buenos resultados que no llegaron. Finalmente, a Luis Fernando Suárez le tocó una especie de todo o nada.
Gane o pierda el repechaje debe seguir, después de 75 jugadores convocados, no sé cuántos microciclos y un “prueba y error” a la carrera. Tampoco él atinó de buenas a primeras, como evidencia un dato curioso: de los 23 convocados para su primer partido oficial, el 12 de setiembre del 2021, solo nueve aparecieron en la lista para el repechaje contra Nueva Zelanda el 14 de junio del 2022, tan solo nueve meses después.
Él tampoco se atrevió de entrada con las nuevas figuras, pero a partir de la fecha siete aparecieron Jewison Bennette y Anthony al frente de una fila con Brandon Aguilera, Daniel Chacón, Aarón Suárez, Carlos Mora, Carlos Martínez, Ian Lawrence... El proceso que debió gestarse en cuatro años, Suárez lo precipitó en cuatro meses. Y atinó.
En una especie de “nada que perder”, en la que muchos técnicos prefieren morir con lo que hay y culpar al cambio generacional que Costa Rica no hizo a tiempo, Suárez arriesgó. Y atinó. Eso importa más que un partido, así sea el repechaje.
Hizo sentir importantes al veterano y al joven. Supo ubicar las piezas. Descubrió que Bryan Ruiz no está para 90 minutos, pero sí para las 24 horas del día los siete días de la semana. Se ganó a los líderes, los dejó jugar su rol, en una Selección en la que nadie parece estar por encima del equipo, ni siquiera Keylor Navas. Se ganó la confianza de la dirigencia que, como nunca antes, frenó todo para esa lucha “hasta el último minuto”. Se ganó el respeto de la prensa a la que, a veces frontal, pero respetuoso y seguro, siempre le tiene una respuesta. Se ganó el respeto de la afición, incluso de quienes pedían su salida.
No encuentro razones para que Suárez no siga. Incluso perdiendo el repechaje.