La mejor forma de hacer amigos es por medio del juego. El fútbol, por lo tanto, es un vehículo perfecto para generar esos vínculos fraternales en cualquier parte del mundo. La pelota produce hermanos.
A alguien se le ocurrió que se podía sacar provecho económico de esa apuesta fraternal, donde un grupo de amigos jugaba contra otro, defendiéndose entre sí los de cada bando, bajo la consigna de llevar cada grupo un mismo color de uniforme.
Luego nació el fútbol profesional. Con sus pasiones, mercadeo, publicidad y negocio. Pero en su esencia, el fútbol siguió siendo un juego de amigos para compartir los sábados, los domingos, o cualquier día en que se convoque a la mejenga.
Aquí nadie gana dinero y todos pagan por jugar. Al menos tienen que poner algo para el árbitro, lavar el uniforme y comprar una bola con apariencia decente. Todo para salir al campo y defender el honor suyo y el de los amigos durante 90 minutos de complicidad.
Solo eso explica que, por ejemplo, de todas partes del mundo viajen abogados, cada dos años, a algún lugar de Europa, para jugar su mundial de fútbol. Se paralizan sus oficinas durante 10 o 15 días, sacan permisos en las instituciones púbicas o dejan el Tribunal sin su aporte, para ir en aventura con una banda de amigos futboleros.
Hasta aquí todo perfecto. Un ejemplo del poder del juego y sus pasiones. Pero de pronto ocurre algo impensado y se da cuenta uno que aun a estos niveles, la victoria puede ocultar a tramposos que ensucian el sentido lúdico del fútbol y que, además, avergüenzan al profesional que reaparece cuando se despojan del uniforme.
Un equipo del DF mexicano acaba de ganar el torneo Master del Mundiavocat con solvencia futbolera. Pero no así moral. Aunque algunos de sus integrantes presentaron una licencia de abogados, en la página de la Secretaria de Educación Pública de México, encargada de extender dichos documentos, aparecen con otras profesiones. Uno de ellos, Fernando Julien, fue jugador profesional del América y Chiapas.
Las protestas de Costa Rica, que antes de enfrentarlos en cuartos de final avanzaba solido en el torneo, de poco valieron. La organización no quiso comprarse la bronca de averiguar si detrás de esa camisa verde había realmente un fraude que le resta credibilidad a este y otros torneos donde han impuesto su ley.
Uno pensaría que el juego sucio es exclusivo del deporte cuando hay dinero de por medio. Pero no. Para algunos la victoria, aun a estos niveles, bien vale falsificar el alma y traicionar el espíritu lúdico de quienes vemos y sentimos el fútbol como un simple juego de amigos.