Muchos futbolistas creen que pueden jugar con él, hacerle lo que se les antoje, dejarlo en ridículo, reírse en su cara, maltratarlo, rebajarlo, golpear su autoestima, ignorarlo, propinarle una abundante dosis de bullyng, demostrarle que ellos son superiores, pisotearlo, estrujarlo, patearlo, despreciarlo, avergonzarlo.
Viven engañados. Es él quien se divierte con ellos.
Abundan los jugadores que tienen la osadía de pasarle el balón entre las piernas, sacarlo de balance con una finta, bailarlo al grito de ole que se escucha desde las tribunas, marearlo con jugadas de pared, esconderle la bola, descontrolarlo con pases de taquito, hacerle el sombrero, engañarlo con una vaselina, sorprenderlo con una bicicleta.
Nada más lejos de la realidad. Es él quien se luce con ellos.
Tampoco faltan los enemigos del Fair Play que en cada partido lo empujan, codean, zancadillean, muerden, pellizcan, sujetan de la camiseta, se le barren por detrás, lo marcan con arteras intenciones, le hacen el banquillo, le estrellan la pelota en la cara cuando se encuentra en el suelo, se apoyan en sus hombros para saltar más alto.
¡Ilusos! Es él quien se sale con la suya a punta de maña.
Allí están también los que piensan que son capaces de manipularlo, administrarlo, controlarlo, manejarlo, dominarlo, gobernarlo, explotarlo, mandarlo, mangonearlo, utilizarlo, desvirtuarlo, adulterarlo, manosearlo, amañarlo, exprimirlo, apretarlo, estirarlo, ordeñarlo, confundirlo, desdeñarlo, someterlo.
Los ciega la vanidad. Es él quien lleva las riendas en todo momento.
Se cuentan por montones quienes asumen ante él poses de divos de Hollywood, estrellas del jet set, dioses del Olimpo, ídolos de las multitudes, caudillos del balompié, maestros de talento insuperable, figurones públicos, titanes invencibles, magos de la bola de cristal, famosos de la televisión, modelos de pasarela, Midas que transforman en oro cuanta redonda patean.
No saben nada de nada. Es él quien puede ostentar grandeza.
Sí, muchos futbolistas creen que pueden jugar, vacilar, bromear, payasear y pasarla bien con él; convertirlo en víctima de sus risas, bufonadas, guaseadas, charangas, actuaciones, simulaciones, engaños.
Claro, cuando caen en la cuenta de que es él quien realmente manda en la cancha, suele ser muy tarde para rectificar porque este jugador —cansado de tanto histrionismo— se torna tajante, contundente e inflexible: el Tiempo.