¿Cuándo decimos que un campeonato fue bueno? Cuando el principio de justicia fue honrado, cuando, independientemente de nuestras adhesiones personales, podemos afirmar que ganó el mejor: lo que se vio en las canchas quedó reflejado en los resultados finales.
Mucha gente comete un error de lógica: la falacia conocida como “petición de principio” (petitio principii), esto es, tomar una premisa y hacer de ella un corolario. Si X ganó (corolario) es porque fue el mejor (premisa). Así las cosas, no hay discusión posible: tal esquema de pensamiento cancela toda controversia: por definición, por principio, de manera apodíctica (Aristóteles), el mejor es siempre aquel que gana el campeonato: ¿por qué? Pues porque en eso consiste la especificidad del mejor: en ganar. Es tan absurdo como decir: el presidente ha hecho un magnífico trabajo, ¿por qué? Pues porque de lo contrario no sería el presidente.
Pero el fútbol no está regido por la lógica aristotélica: muchas veces no gana el mejor, y el principio de justicia se ve mal servido. Fue el caso de Hungría - Alemania en 1954, de Holanda - Alemania en 1974, de Brasil - Italia en 1982.
Todo esto para decirles que más allá de todo paralogismo, el campeonato que recién termina fue efectivamente ganado por el mejor, y la justicia quedó debidamente honrada. La Liga jugó un campeonato impecable de principio a fin. Fue un misil que surcó todas las fechas sin la menor desviación hasta aterrizar directamente en el blanco fijado: su trigésima copa. Con precisión de rayo láser, sin dubitaciones, sin fluctuaciones en su nivel de juego, conquistó inapelablemente su presea. En realidad, la Liga ya había ganado antes de que diera inicio el certamen. La mentalidad, el espíritu, la moral, la absoluta sinergia de voluntades en la institución los condujo inexorablemente al triunfo. Desde mi saprissismo irredento, estrecho la mano del técnico y los jugadores manudos, uno a uno, con entusiasmo y admiración.