Algo no calzaba. No era el de toda la vida. Algo había pasado, no sé cómo, cuándo ni dónde. En algún lugar olvidado por sí mismo, el Jeaustin Campos polémico, el de restregar victorias, el odioso, que no sé si lo era o lo fabricamos; de seguro ambas cosas; sí, ambas cosas; el personaje esta vez ausente, relegado por otra versión de un Jeaustin Campos de rodillas, elevando una plegaria y un ‘gracias’, mientras sus jugadores daban rienda suelta al griterío recién escuchado el pitazo final.
Había sido muchas veces campeón, algunas cuantas derrotado, pero nunca, hasta ese día, ambas cosas a la vez: un campeón arrodillado.
“Yo le había dicho a Dios: ‘Si lo ponés para mí (el título recién disputado en diciembre 2021, dirigiendo a Herediano contra Saprissa) y si lo agarro y lo tengo y es mío, te voy a dar gracias en el primer segundo apenas termine el partido’. Ya teníamos un trato”.
¿Acaso no era la ocasión perfecta para vengar al Jeaustin Campos que después de darle todo a Saprissa se enteró de su despido por la prensa?
Desde el 19 de diciembre, quien escribe estas líneas tenía pendiente un cómo, un cuándo y un café, de pronto reunidos esta semana varios meses después, con Campos ahora en Saprissa (¡las vueltas de la vida!), recién clasificado a semifinales en épico ascenso desde el sótano hasta el cuarto lugar, remontada incluida en la última fecha, con esos tres goles en 20 minutos que lo hicieron pasar del lapidario 2 a 0 en Grecia al inverosímil 3 a 2. Esa parte no se la cuento; usted la conoce mucho mejor que las confesiones del Jeaustin Campos detrás de la etiqueta de arrogante. Las confesiones del hombre exitoso al que le faltaba tanta paz que ni cuenta se daba. Las del ajedrecista que no sabe jugar ajedrez. Las del padre orgulloso de sus hijos, aunque con no pocas cicatrices. Las del hijo con un dolor renovado por el fallecimiento de su padre, casi 20 años después. Las del ser humano capaz de confesar sin poses cuándo fue la última vez que lloró.
¿Y si Dios no existe?
Jeaustin Campos mira a la nada y guarda dos o tres segundos de silencio, demasiados en quien suele tener el verbo fácil y la idea clara.
¿Cree que hay algo después de la muerte? -le habíamos preguntado-. Después de todo, en algo debe creer quien evocó la memoria de su fallecido padre aquel día arrodillado en la gramilla del Colleya Fonseca como campeón con Herediano. ¿Cree que existe ese lugar al que iremos al morir, donde lo esperan su padre, don Gerardo, su abuelo materno, Antonio...?
“Ellos son las personas que más me marcaron...”.
“Mi abuelo era un hombre sereno, tranquilo, callado, pausado, cauto”, recuerda Jeaustin, con cinco adjetivos nada casuales, los que busca para su vida actual después de años turbulentos.
De su padre incluso guarda en la memoria los más lejanos recuerdos de aquellas idas al Ricardo Saprissa, en las que a sus cuatro o cinco años volaba lanzado por los aires en cada gol del cuadro morado. Lo dice con una sonrisa, de esas con brillo en los ojos, tan espontánea como la nostalgia que de pronto asoma si se trata de su padre.
“Él me vio como jugador, agarrado de la malla. Me duele que no haya visto esta etapa mía. Que tuvo un hijo que es el que más títulos ha ganado en Saprissa”. Lo dice en presente: “me duele”, aunque don Gerardo partió hace un buen rato, en el 2003, cuando Jeaustin aún no era entrenador y apenas gestaba la transición entre el futbolista retirado ese mismo año y el gerente deportivo (2003-2006). “Sí, me duele. Si alguien habría estado feliz de todo esto, es él. Era muy saprissista”.
La pregunta seguía en el aire: ¿Cree que existe El Más Allá? “Es una pregunta que todos nos hacemos. Y todos dudamos. Habría que ser una persona espiritual en niveles inimaginables para estar totalmente seguro”, cavila un Jeaustin que pronto se pone existencial: “Es como preguntarse si Dios existe o no...”.
“Yo hago mía una frase que por ahí leyendo me encontré: ‘Si tengo tengo que votar, yo voto porque sí existe’”.
“Yo trato de vivir de acuerdo a sus enseñanzas, a sus normas, vivir una buena vida. Al final, si no existe, qué perdí. Sí existe ¡Cuánto gané!”.
El divorcio marcó
Cuando caímos en Dios y la muerte, el primer capuchino ya era solo un sorbo de espuma en el fondo de la taza, evidencia de una conversación que había pasado por el técnico exitoso sin plenitud en la vida personal, los vaivenes de un matrimonio desgastado durante 18 años, las discusiones en la casa como en la sala de prensa. “Esas frustraciones personales uno las pasaba a la vida profesional”. Si la polémica no lo buscaba a él, él la encontraba a ella. Asumía peleas ajenas, como si fuese el vengador del club. Era un hombre sin tranquilidad, pero solo él no lo sabía.
“No sabía que me faltaba la paz hasta que la tuve”.
Sin equipo, sin matrimonio, sin prensa, sin afición, sin partidos, un día tuvo tiempo de hablar consigo mismo. “Empecé a respirar”. Surgieron respuestas nuevas a las preguntas de siempre, otras veces respondidas culpando a los demás, los injustos, los amarillistas, los envidiosos, los malintencionados”.
“¿Cuál es el epíteto de Jeaustin Campos? Polémico. ¿Por qué la gente es tan injusta -me decía- que solo eso ven?”.
Vivía como un auto acelerado, con “el mínimo un poquito alterado”, según su propia metáfora. Con “la mecha corta”: otra de sus analogías, un desajuste personal que los trofeos disimulaban y no pocas veces empeoraban. “El éxito embriaga”, reconoce hoy a quien muchos identificaban más por el chicle lanzado a la afición rival que por su años de su jugador, su labor como gerente deportivo del famoso tercer en el Mundial de Clubes en el 2005 o los cinco títulos como director técnico del cuadro morado. “¿Qué injusto que se me recuerde por el 10% de mi carrera?”, lamentaba el Jeaustin Campos que de a pocos descubrió de dónde venía el boicot.
“Me di cuenta que yo mismo provocaba esas cosas”.
-¿Que sentiría hoy si pusiéramos al frente en una pantalla aquellas escenas viejas, tirándole un chicle mascado a la afición o mostrándole el dedo? ¿Le haría gracia... le daría pena..?
-Mirá... eeeh... yo creo... Son errores que uno comete y no voy a safar la tabla. Al final, gracias a Dios que pasó porque eso me hizo el ser humano que soy hoy. Cuando sos impecable o crees que no has cometido ningún error... Todo eso me ha ayudado a trabajar en mí.
-Le soy sincero, siempre me pareció difícil de compaginar: el Jeaustin Campos inteligente, educado, con estudios universitarios, de amplia cultura general, de repente como un pachuco.
La tentación de excusarse un poco quizás resulta inevitable y menciona a la ligera todos los insultos que se reciben en el fútbol. “Uno es un ser humano”. Aclara de paso que no fue el dedo del centro el que mostró a la afición, pero tampoco muestra afán de detenerse demasiado en algo que no cambia mucho la historia. Recuerda que hasta un tipo tan educado como Guardiola alguna vez se refirió de Mourinho como “el puto amo”. Fugaces justificaciones. El Jeaustin de hoy tarda poco en recordar que su plan de vida lo ha llevado a mirar hacia adentro. “Uno se replantea las cosas”.
El divorcio en 2018 fue un punto de partida, confiesa; la madurez de sus actuales 50, casi 51, también suma; los golpes, sin duda alguna. Una nueva relación sentimental en buena lid, inspira. “Empecé a ir a la iglesia”. Motivado por Shirley, ahora asiste al menos una vez por semana a una iglesia cristiana, el pastor Iván Vindas se convirtió en uno de sus mejores amigos y aunque no es de recitar la Biblia, tampoco de andar evangelizando, ni de seguir mucho el dogma, quien aún se etiqueta católico parece intentar una relación más de ‘compas’ (”más pragmática”, define él) “con el Barbas; como le decía Maradona”. Apostaría a que más de una vez le llama “Man”, como suele hablar ‘entre nos’.
A Él le da gracias y también le pide. ¿Triunfos con Saprissa? No; lo que nos evita una larga ‘filosofada’ sobre si Dios se mete en el fútbol. ¡Porque Douglas Sequeria también es muy creyente! Y acaba de quedar fuera de semifinales por la ley de los hombres, un castigo impuesto en la mesa, pese a haber alcanzado con San Carlos los mismos puntos que Saprissa y un gol más a favor. Dios nada tuvo que ver. En todo caso, Jeaustin no le pide favorecimientos en la tabla de posiciones aunque sí un par de ingredientes para intentar sumar en ella: “paz y sabiduría”.
“Le pido que me ayude a tomar decisiones. Y si Él tiene algo para mí, no voy a esperar sentado; voy a ir por eso, voy a tomarlo”, expresa el devoto del trabajo, justo antes de darle un sorbo al segundo capuchino.
Cicatrices para siempre
Con el paso del tiempo quizás pierda la etiqueta de ‘arrogante’. A lo mejor se le caerá el día menos pensado sin que se dé cuenta. “Trato de quitármela”, señala, quien lamenta que la gente no conozca a la persona sino una versión distorsionada del técnico. “¡Cómo hacen falta espacios como este!”, expresa sobre lo que dejó hace rato de ser una entrevista.
No quiere que lo vean como siempre y ofrece a su gente cercana como testigos de un Jeaustin que hasta “tímido y sentimental” es. “Sé que eso es lo último que la gente imaginaría de mí”.
De no ser por su evidente entusiasmo contando sobre la persona que pocos conocen, costaría creerle cuando se describe como alguien al que le da pena preguntar algo en el supermercado. Costaría creerle al que tuvo fama de conquistador que no le resultaba fácil acercarse a una mujer. “¿Sacarla a bailar? ¡Jamás!”. Costaría creerle que se acongoja cuando en la calle le piden una foto. Es incluso más fácil darle el beneficio de la duda sobre eso que de no creerse el mejor.
-“Nunca me has escuchado diciendo que soy el mejor”.
-Pero de fijo alguna vez se lo pensó: ‘Soy el mejor’.
-“Es que eso de creerse el mejor es complicado. En cualquier momento uno pierde. Yo he perdido, a mí me han superado”.
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Ha perdido en la cancha y en la vida. Las derrotas del fútbol, al menos, se curan con títulos. Las de la vida, en cambio, a veces tardan más y dejan cicatrices. En la vida se ha “quebrado”, como admite sin orgullos, como la última vez que lloró (”pero llorar de verdad, de dolor, no eso que se le salen a uno los mocos viendo una película”): lo tumbó la portada de un periódico con sus problemas personales expuestos, consciente de que sus hijos quedaban expuestos, lastimados, justo en medio de las balas.
-¿Se siente en deuda como padre? -le preguntamos al progenitor de un muchachote de 22 años y una jovencita a punto de los esperados 18, frutos de su matrimonio, y de una niña de siete años con cuya madre nunca tuvo una relación formal-.
De entrada, Jeaustin tiene una explicación que parece más hecha para el propio consuelo, presentada como “lo bueno dentro de lo malo”, pues por culpa del fútbol, pero también gracias a él, sus hijos ya se habían acostumbrado a no tenerlo siempre al lado, incluso antes del divorcio.
-Es una respuesta tramposa. Me está respondiendo por ellos. Le pregunto a usted, por lo que considera ser buen padre.
Jeaustin medita un poco, pero la respuesta la tiene clara: “Sí hubo heridas, sí hay cicatrices. Yo tenía una excusa válida, pero uno se siente apesadumbrado”.
La sonrisa solo se la devuelve pensar en Jeaustin Andrés a punto de graduarse como administrador de empresas, en Miranda como futura odontóloga o en Fabiana como una niña sonriente con quien comparte con cierta frecuencia. También le brillan los ojos cuando le dicen alguna frase que los delata orgullosos de su padre y los triunfos como estratega. Entonces, en ese instante, uno puede ver al Jeaustin que quiere ser, el que de a poco ya es, el que desea pasar por el fútbol como trabajador honesto y exitoso y en la vida como una buena persona.
-¿Cómo quiere que lo recuerden?
“Me gustaría que me recuerden como alguien noble.... honesto... que intentó vivir la vida en paz”.