La casa de paredes turquesas es abrazada por un robusto árbol de salamo. Es pequeña pero tan cálida como su dueña, doña María del Pilar. La ‘viejita’ de piel oscura lleva un vestido largo y multicolor, unas sandalias negras y un pequeño moño que amarra todas sus canas.
—Estoy buscando a la abuela de Allen Guevara y los vecinos me dicen que vive aquí. ¿Es usted? —le pregunto, por pura cortesía—. Basta mirar el rostro alegre, la nariz angosta y los ojos pequeños y ‘achinados’ para reconocer el parecido con el futbolista.
La 'abuelita' me saluda, me acerca un banco de madera y me pide que me siente a su lado, en el corredor de su casa; es un bonito espacio con piso de cemento chorreado, un jardín con flores bien cuidadas y árboles que se levantan y cubren la pared turquesa.
Las macetas rodean la propiedad, asentada frente a una pequeña calle de lastre con solo siete viviendas a la vera, colocadas una a la par de la otra, justo al frente de la plaza de Bajo Tempisque. Siete pasos dividen la casa de doña María del Pilar de la cancha de fútbol.
“Así como la ve, Allen (Guevara) se levantó de esa placita”, cuenta doña María.
Aquí se crió Guevara, en un barrio que colinda con el río Tempisque, a 30 minutos de Liberia. Hay una iglesia color blanco, un parquecito con bancas de colores, un centro de salud de buen tamaño, un “súper” bien rotulado y decenas de casas de madera antigua y bien pintadas, fieles al Guanacaste de antaño.
Desde la entrada al pueblo, hay que conducir un kilómetro hasta llegar a la plaza, algo dañada por los aguaceros. Hay unos camerinos y decenas de árboles frondosos a su alrededor.
Este es el corazón de la crianza de Guevara, un 'diminuto' niño que jugaba con el balón pegado al pie y corría más que cualquier otro jugador del barrio. Doña María recuerda como la plaza se llenaba para verlo jugar, siendo apenas un "mocoso" de escuela.
"Todo mundo tenía que ver con él", confiesa la orgullosa abuela.
A Guevara le gustaba andar en bicicleta (una costumbre arraigada entre los lugareños) y salir a pescar con su abuelo. Él le apodó “anzuelito” por dos motivos: su estatura y el gusto que adquirió desde muy temprano por la pesca.
A muy corta edad, Guevara despuntó entre los juveniles del pueblo; lo reclutó Max Sotela, un cazador de talentos de Liberia. Y posteriormente firmó con el equipo de Primera División del cantón, en ese entonces comandado por Mario Sotela y el proyecto de Liberia Mía.
Después de asistir al Mundial Sub-20 de Egipto, se le abrió la oportunidad de llegar a la Liga, ante los atrasos salariales y los problemas financieros que acumulaba en el club pampero.
Todavía es común que Guevara visite Bajo Tempisque. Doña María reconoce que a su nieto le costó acostumbrarse a la idea de que los niños del pueblo se acercaran a pedirle fotografías.
“Aquí se llenaba de gente que quería tomarse fotos con él, pero le daba vergüenza. Era tímido. Yo le dije a Allen que ahora era parte de lo que tenía que hacer".
El niño amigable, inquieto y veloz que se ganaba los aplausos de la comunidad, hoy juega en Primera División.
Y hasta a su propia abuela le cuesta creerlo.
“No esperábamos que pudiera llegar tan lejos. Es que venía de muy abajo", reflexiona, poco antes de despedirme de ella y de un Bajo Tempisque en pleno aguacero, iluminado por la sonrisa de una abuela orgullosa.