Mi amado Saprissa: he aquí un puñado de recomendaciones a tener en cuenta para la final de esta noche.
No alineen al señor “Exceso de Confianza”: fue por él que Hungría perdió la final de 1954 ante Alemania, que Holanda perdió la final de 1974 también ante Alemania, que Brasil fue eliminado por Italia en 1982.
Nada en el mundo es tan temible como un hombre que no tiene ya nada que perder. Tal es el caso de la Liga: se tomarán todos los riesgos del mundo: son un enjambre de fieras sedientas de sangre.
Dos goles no constituyen una ventaja cómoda. Si les anotan un gol, tengan la certeza de que les harán un segundo, y quizás un tercero. Urge evitar ese gol que complicaría psicológicamente el partido.
Atención a los minutos iniciales y finales de cada tiempo: suelen ser determinantes. Por el amor de Dios, no se traguen un gol tempranero: eso transformará el partido en una pesadilla.
No repitan ad literam el esquema triunfador del pasado miércoles. Ya habrá sido estudiado y contrarrestado en el pizarrín manudo. Es imperativo introducirle algunas variantes sorpresivas, sin por ello desarbolar la estructura del equipo.
Impongan su ritmo de juego: el rival tienen el reloj en su contra: jugará vertiginosamente, pero eso le dejará menos tiempo para pensar, y propiciará un pasabola probablemente impreciso. Sean los directores de orquesta: marquen ustedes el tempo de juego.
Cuiden los minutos inmediatamente posteriores a un gol a favor o en contra: durante esos lapsos, los equipos se desacomodan psicológicamente y en su posicionamiento en el campo: de ahí la frecuencia con que los goles se vienen en seguidilla.
No se enconchen atrás, y si lo hacen, asegúrense de tener salidas rápidas y verticales por las bandas o por el centro para propiciar el contragolpe.
Ante ustedes tienen a un cuadro desmoralizado e impotente: es posible que practiquen el juego duro: no caigan en la trampa de las represalias físicas.
Que gane el mejor.