En 1993, la ONU proclamó el Año Internacional de la Familia, que se celebra en mayo. Esta fecha es la ocasión propicia para reflexionar y concientizar sobre los procesos sociales, económicos y demográficos que afectan a este importante núcleo de nuestra sociedad.
Se habla de que la familia ha de resolver los problemas demográficos, de distribución de la riqueza. También se habla que la familia aporta mayores oportunidades de desarrollo a los países para lo cual, en algunas latitudes, se promueven programas de beneficios, incentivos y hasta subsidios a la familia.
Sin embargo, si nos quedamos únicamente con esto, corremos el riesgo de acabar tratando a la familia como medio y no como fin, como instrumento al servicio de todas aquellas causas (equilibrio demográfico, económico y social).
Perdemos de perspectiva que es mediante la formación en valores que se logra tener mejores y más felices ciudadanos. Y con estos mejores ciudadanos, minimizamos grandes problemas como los que aquejan a nuestra sociedad: corrupción, maltrato en la familia, violencia en la sociedad, falta de legítima vocación de servicio público y toda clase de aberraciones contra la integridad del ser humano.
La familia es el núcleo de la sociedad, formadora de valores de todos sus miembros, donde se educan y se forma el carácter necesario de cada persona para enfrentarse a los retos de la vida. Es en la familia donde se crean vínculos afectivos, donde se quiere a cada uno por lo que es, con sus cualidades y defectos. Nuestra familia es el espacio de la intimidad donde somos conocidos y queridos totalmente, sin necesidad de un currículo para que nos valoren y nos aprecien como individuos; es el lugar privilegiado para la educación, crecimiento y protección de sus miembros.
No por estar debidamente establecido como un acuerdo de la ONU es que debemos preocuparnos por la familia, sino por la convicción clara de que la educación familiar marca a la persona para toda la vida, dotándola de una estructura mental y de una maduración afectiva que condiciona su futuro desarrollo humano, cultural y social.
Los padres somos los primeros educadores de nuestros hijos, luchamos contra esta cultura moderna relativista que, en muchas ocasiones, nos hace tener miedo de fracasar. Sin embargo, para algunos solo hay una oportunidad de hacer bien el trabajo de criar hijos. Para otros, cada día ofrece una oportunidad de llegar al corazón de ellos de una manera profunda que sirva para que los guíe a lo largo de toda su existencia.
¿Cómo lograr la formación de mejores ciudadanos? Con el compromiso firme de involucrarnos a fondo en sus vidas, de desarrollar una relación afectiva, de enseñarles valores sólidos que los acompañen y les permitan discernir entre el bien y el mal.
Qué importante es si nos preocupamos por forjar su carácter para que sepan tomar decisiones acertadas cuando ya no estén cerca de nosotros para ayudarlos. Y es que el carácter se forma en edades tempranas a partir del establecimiento de límites y patrones de comportamiento como el que viven los padres.
Los padres debemos esforzamos por hacerles comprender que ellos tienen el control absoluto sobre su carácter, sobre sus actos y sobre sus reacciones ante las circunstancias de cada día. Debemos promover su preocupación por el bien de los demás, haciéndolos salirse de sí mismos y ocupándose activamente por el otro.
No podemos pasar por alto que realmente lo más importante es visualizar en qué se están convirtiendo nuestros hijos mientras los criamos. Esto nos obliga a tener un papel activo para intentar formar jóvenes dispuestos a dar y ganar autoestima a partir del bien que se hace por los demás, antes que solo recibir y recibir.
La familia es imprescindible a cada persona. La persona aislada no puede existir porque no podría cumplir su naturaleza: desde su concepción hasta su muerte requiere poder amar y ser amado.
Y, estando la familia íntimamente ligada a la persona, la única manera de aproximarse a ella con respeto a su dignidad es “personalmente”, uno a uno, llegando a cada una de todas las familias, y no mediante políticas masivas.
Si perdiéramos de vista esta relación personal como el fin último de nuestra actuación y cediéramos a utilizar tan solo medios de masas para obtener mejoras o rectificaciones en masa, acabaríamos comprometiendo el triunfo de la persona y del amor.
Una familia estable que ha formado a sus miembros en valores morales aporta al Estado ciudadanos responsables, íntegros, que definitivamente incorporados a la fuerza de trabajo, son seres humanos proactivos preocupados por los demás.
El cambio social que requerimos viene a tener su respuesta cuando se da una profunda transformación de la persona, no de los sistemas, de aquí el insustituible papel de la institución familiar.
Luis Fernando Campos y Mariamalia Bulgarell especialistas en matrimonio y familia.