Cada cuatro años, cuando llegan las olimpíadas (cinco en esta ocasión), anhelo los momentos de júbilo y alegría al ver la bandera nacional.
Las medallas de las hermanas Poll se hacen más grandes mientras las miramos alejarse por el retrovisor del tiempo. Si bien el crédito de las proezas es para las nadadoras y su entrenador, Francisco Rivas, santacruceño de pura cepa que se formó de la mano de Alfredo Cruz Bolaños, hemos olvidado el otro pilar al cual se deben sus medallas olímpicas: Thea Ahrens.
A sus 81 años, doña Thea divide su tiempo entre Costa Rica y Suiza (donde Sylvia trabaja para un organismo internacional), sin dejar de atender sus actividades personales y prácticas de natación por las mañanas.
Hace cinco décadas dejó a su familia en Alemania para atender una invitación que le hicieron al esposo para administrar unas fincas de algodón en el norte de Nicaragua. La pareja Poll Ahrens vivió allí unos diez años. Cuando la situación política se tornó difícil por la guerra contra el somocismo, se trasladaron a Costa Rica a inicios de los 80 y se instalaron en una casa cerca del Club Cariari.
En época de vacaciones escolares, que en aquel entonces eran eternas, las niñas Poll sobresalían por su fogosidad y, para aplacar el exceso de energía, sus padres las matricularon en la escuela de natación del club, a pesar de que ellos nunca habían practicado este deporte. De esa forma se alinearon los astros para lo que sería después la época dorada de la natación costarricense.
Camino al triunfo. Poco tiempo transcurrió para que Francisco Rivas descubriera los diamantes en bruto que llegaron a su puerta. Meses después, la familia Poll se pasó a vivir a Pavas, más cerca del nuevo colegio de las niñas. Cuando doña Thea quedó viuda, en mayo 1983 —el esposo murió de infarto fulminante a la temprana edad de 42 años—, siguió adelante con sus hijas.
Quienes todavía tenemos el recuerdo de la Olimpíada de Seúl recordamos que Sylvia cumplió la mayoría de edad durante esas justas, es decir, todo el proceso hacia Corea, incluido el Mundial de Madrid y los Panamericanos de Indianápolis, los vivió siendo una adolescente.
Eso no solo implicaba una gran disciplina de su parte, sino el apoyo incondicional de una madre que todos los días del mundo se levantaba a las 3 de la mañana para llevarla a entrenar de Pavas a Belén, dos veces al día, y mataba el tiempo tratando de dormir un poco en el asiento trasero del auto o contemplando el amanecer.
Doña Thea también debía realizar un gran esfuerzo económico para que las niñas compitieran en el extranjero una o dos veces al año. Creo que Costa Rica tiene mucho que agradecer a Thea Ahrens y hago votos para que algún día lo hagamos de forma oficial.
Asunto familiar. Veinte años han pasado desde que Claudia Poll ganó su última medalla en Sídney y nuestro deporte de élite sigue siendo un asunto familiar y amateur. Las dos máximas exponentes de Costa Rica en las Olimpíadas de Tokio, las hermanas Andrea y Noelia Vargas, son entrenadas por su madre, Deysiana Mena. Lo mismo la gimnasta Luciana Alvarado, quien se ha abierto camino de la mano de Sherlly Reid, su progenitora.
El apoyo familiar en todos estos emprendimientos deportivos es sin duda necesario. Hay deportes en los cuales el talento debe pulirse desde muy temprano, pero eso no releva de responsabilidad a la institucionalidad deportiva del país: el Comité Olímpico Nacional, las municipalidades y sus comités de deportes, las escuelas y colegios y, por supuesto, ni al Icoder ni al Ministerio de Cultura y Juventud.
Si bien es cierto que menos de la mitad de los países asistentes a una olimpíada ganan medallas, menos de un tercio son de Latinoamérica. No es requisito contarse dentro de las naciones más desarrolladas o populosas para hacerlo, ejemplo de ello es el éxito de los países de Europa del este en tenis femenino. Países como Uzbekistán, Azerbaiyán o Kazajistán siempre obtienen medallas. Los de África, como Kenia, Uganda y Etiopía, no dependen de un nombre para dar la pelea en atletismo de fondo, de la misma manera que nuestros hermanos caribeños nunca faltan en atletismo de velocidad, no obstante ser países de poca población.
Costa Rica debe tener una política para incentivar a los niños a practicar deportes y para identificar y desarrollar el talento de quienes posean mayores aptitudes y mejores actitudes. Debe ser política de Estado, pero con fuertes implicaciones locales. Quién quita y nuestra próxima medalla vuelve a salir del agua, pero esta vez de agua salada.
El autor es abogado.