Es por todos conocido que la obra del maestro Aristóteles representa una de las síntesis más concisas y preclaras del pensamiento no solo de la Antigüedad, sino también del pensamiento de la humanidad.
Está claro que su obra no ha sido la única teoría totalizante o sistémica, pero sí podemos considerarla uno de los trabajos más eruditos, ambiciosos y prolíficos de la historia registrada.
Sin embargo, ¡una obra así no está exenta de polémicas! Por ejemplo, para el matemático británico Bertrand Russell, los discípulos del estagirita se encargaron de inmovilizar el pensamiento científico moderno hasta bien entrado el Renacimiento europeo: “Aristóteles fue una calamidad que duró dos mil años”, decía.
Para el pensador español Antonio Escohotado, el aristotelismo representa la génesis de la más sólida y erudita cumbre del pensamiento político-científico occidental de todos los tiempos, y es la materia prima para que la revolución copernicana, la teoría de la selección natural y la noción freudiana de psique se consolidaran como la superación misma —en el sentido kuhniano— de las tesis aristotélicas sobre el cosmos, la botánica y el zoón politikón.
La doctrina ética aristotélica (Ética nicomáquea) recomienda que, para ser genuinamente virtuosos, los hábitos racionales voluntarios deben “buscar el justo medio entre el exceso y el defecto de la parte apetitiva del alma”, es decir, conociendo los extremos y sus nocivos derivados, lo razonable sería buscar en casi todas las acciones la medianía o mediocridad, idea formulada siglos antes por el abderitano Demócrito: “Bueno es todo lo mediano; el exceso y el defecto no me lo parecen”, dice uno de sus fragmentos.
Para el macedonio ser valiente es mucho mejor que ser miedoso o temerario, pues el justo medio demuestra que el verdadero valor consiste en no temer a las circunstancias presentes o futuras, pero tampoco se debe caer en el juego del irresponsable temerario que da concesiones a riesgos que superan con creces las posibles pérdidas dolientes (la vida, por ejemplo).
En todas estas normas de conducta ética sugeridas por el estagirita, pareciera que hay un anhelo de no pensar como seres que se sobrevaloran o desvalorizan en extremo. Cometeríamos el mismo error tanto si nos percibimos como el ombligo del mundo como si nos desacreditamos.
A mediados del siglo XX, un físico teórico notó que la medianía no era solo una actitud humana subjetiva deseable, sino que parecía ser también un hecho relevante en el plano fenomenológico.
Basado en el llamado principio de Copérnico (“al no ser el centro del cosmos, la tierra no tiene una situación particularmente privilegiada”), Richard Gott (1938) enunció, a modo de teorema matemático en 1969, un resultado empíricamente muy sugestivo: “Cualquier cosa seleccionada al azar que observemos en un tiempo determinado no estará probablemente ni al comienzo ni al final de su vida: lo más probable es que esté a la mitad de esta”.
Esto quiere decir que las pirámides de Egipto, el libro impreso y la rueda, ¡incluso el sol!, tienen una ventaja competitiva —en probabilidad— sobre la tecnología, sobre todo, si esta última ha empezado a envejecer rápidamente, como la telefonía fija.
El teorema de Gott es inquietante porque torna palpable la idea de que en medio de la fluidez cósmica y el caos hay regiones del espacio-tiempo cuyos puntos de equilibrio y estabilidad hacen que el mundo sea lo que es en el estado presente y observable (tercera ley de la termodinámica).
Pareciera que intrínsecamente el universo “busca” la medianía como forma mesurada de estabilidad. En la explosión de una estrella supernova, así como en las frías regiones de Siberia o Alaska, es posible hurgar las condiciones extremas de un universo que podríamos llamar “indeseable”. Pero si estamos aquí es porque de alguna extraña manera el universo parece huir de lo que diviniza o afea la vida, es decir, parece que en cada instante se confirma lo que la hace razonablemente viable y maravillosamente posible.
Contrario a lo que piensan los gurús de la hiperproductividad moderna, para quienes la mediocridad es una conducta delictiva, la medianía bien entendida debería ser un propósito de vida para todo aquel que aspire a dejarse mejorar interiormente por las enseñanzas de quienes nos antecedieron, pero mirando humildemente el chapoteo de nuestra finitud en medio de esta inmensidad que es lo desconocido.
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El autor es profesor de Matemáticas.