«Caso cochinilla» le puso el OIJ al escándalo de corrupción en torno a obras viales que nos tiene, a ustedes y a mí, con el estómago en la boca y el corazón estrujado.
Cochinillas, porque son parásitos —los ladrones públicos y privados— que viven de otro organismo —el Estado—; también, porque saben maniobrar para esconderse a fin de sacar lo más que puedan el mayor tiempo posible con las menores consecuencias.
Ya es desconsolador el aparente perjuicio económico para el erario que hicieron por aproximadamente ¢78.000 millones, pero, además, según sabemos por las palabras de las autoridades investigadoras, se trata de algo más allá, de una corrupción a escala estatal.
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El trauma grupal que nos está causando esto es debido al acto, en sí mismo condenable con asco, pero también por las consecuencias para la institucionalidad del país y la vida de tanta gente, por lo menos en dos sentidos: para quienes han visto y verán mermada la solidaridad estatal debido al posible menoscabo de la Hacienda pública y para quienes caerán aún más en el descreimiento de la democracia.
Esto último puede hacernos un país con un Estado más débil, pues a la corrupción habrá que sumarle el desinterés y la falta de confianza de la ciudadanía.
Una ciudadanía desconfiada tiende a ejercer un menor control sobre el Estado y deja de creer en la institucionalidad, lo que ocasiona que busque alternativas que, por lo general, terminan siendo cercanas al autoritarismo, con lo cual también se pone en peligro la convivencia pacífica.
Entonces, lo que estos malhechores hicieron puede perjudicarnos en las próximas elecciones, ya que la ciudadanía, desconsolada y sin esperanzas, tendería a ver como presidenciable a un Trump enemigo de las libertades individuales y del control político.
Dejo entre paréntesis, para otra discusión, que la lista de bienes con los que aparentemente se negociaba incluía lo que eufemísticamente Walter Espinoza, director del OIJ, llamó, «favores sexuales».
Hoy, cuando enfrentamos esta tremenda decepción, que caiga nuestro profundo desprecio sobre quienes tiene que caer, pero cuidémonos de no dar gusto a esos cochinos, permitiéndoles que, además del dinero que nos quitaron, se apropien de otra cosa.
En vez de arremeter contra el Estado o las autoridades en general, diciendo que esto quedará en nada o que tal partido es corrupto, o que todos son iguales, sepamos ver, como dice Ítalo Calvino, quién en medio del infierno no es infierno.
Dirijamos nuestra ira hacia donde pertenece, no vaya a ser que también terminemos atacando aquello que esos infames están destruyendo: nuestra democracia y lo bueno y eficaz de nuestro Estado social de derecho.
La autora es profesora de Sociología en la Universidad de Costa Rica.