Debe haber ilusión y alegría en quienes tendrán el privilegio y la responsabilidad de estar al frente de una entidad pública como máxima autoridad, posición que también estará acompañada de múltiples retos, dificultades y satisfacciones.
Los flashes, la cobertura mediática, las invitaciones, las reverencias, el reconocimiento, ser el centro de atención, la posibilidad de forjarse una carrera posterior o el ejercicio del poder mismo al lograr que otros hagan lo que se quiere forma parte del atractivo que adereza los altos puestos en el Estado, lo que a algunos podría terminar seduciendo y a otros, los que se van, provocarles una especie de vacío al separarse del poder público.
A su vez, quienes llegan a la función pública deben saber que no todo será color de rosa. En algunos casos, se encontrarán con instituciones o departamentos anquilosados, con enormes limitaciones en materia presupuestaria para acometer nuevas tareas y con una gran cantidad de expectativas sobre su labor.
Hallarán funcionarios con una clarísima disposición al cambio, a la mejora permanente, mientras otros lo resistirán, la mayor parte del tiempo, de forma solapada. Desearán contar con ciertos perfiles profesionales o sistemas de información que posiblemente no estarán disponibles.
En el ejercicio del cargo, las decisiones deben tomarse prontamente y no postergarse, pues se corre el riesgo de arrepentirse por no proceder a tiempo o mantener el statu quo.
A menudo, serán blanco de la crítica pública, algunas veces las considerarán injustas, y llegarán incluso a ser sujetos de acciones judiciales, por acción u omisión, las cuales deberán sufragar con su peculio cuando se produzcan a título personal.
En materia salarial, su remuneración estará en varios casos por debajo de ciertos puestos directivos, jefaturas y mandos medios dentro de su propia entidad, ya que desde el 2013 los salarios de los jerarcas del Gobierno Central se encuentran congelados, lo que, dicho sea de paso, aumenta la disparidad con los de otras autoridades que no han enfrentado tal restricción.
Deben conocer que para todo lo que se quiera hacer en el sector público existen reglas, no basta con girar una instrucción para operar cambios; es necesario conciliar posiciones, ser persistente, dar seguimiento, contar con apoyo y evaluar resultados, y reconocer en todo momento que, en medio del trabajo sustantivo, sus actuaciones podrán ser objeto de fiscalización por entes internos y externos, por ejemplo, de la Contraloría General de la República.
Es posible que llegue a presentarse una sensación de vacío de poder, al percibir frente a la envergadura de ciertos problemas que no se manda nada o los márgenes de maniobra son reducidos, y pocas o ninguna de las decisiones que se adoptan llegan, finalmente, a concretarse.
Incluso en tales casos, la persistencia, la confianza, un equipo sólido y la construcción de alianzas, mediante el diálogo y la negociación, serán la clave para continuar martillando.
Con todo, la gratificación por un trabajo bien hecho, con honradez y vocación de servir al prójimo, debe ser la motivación principal para ostentar un cargo público por encima de cualquier otro reconocimiento, lo demás vendrá por añadidura.
Cada uno de los retos reseñados, y muchos otros que aparecerán sin previo aviso, forman parte de lo que pondrá a prueba las capacidades y habilidades de los nuevos jerarcas para —sin perder la compostura en los escenarios difíciles— promover transformaciones que incidan positivamente en la vida de las personas, sin reparar en lo efímero y trivial del poder.
Deben tener en cuenta que el tiempo en la Administración Pública pasa velozmente, y muy pronto lo que empezó llegará a su final, lo que obliga a un ejercicio intenso de gestión y fijación de prioridades para ver resultados y cambios palpables a corto plazo.
Tener la disposición de escuchar, más allá de los que siempre asienten o aplauden; nunca perder el contacto con las personas beneficiarias de las acciones institucionales en todos los niveles, desde el más lejano hasta aquellos que usualmente tienen más fácil acceso a las autoridades; aceptar que no siempre se tendrá la razón en todo y resistir la tentación de autoconvencerse de estar por encima de los demás, o considerarse indispensable por el puesto ocupado, son aspectos fundamentales para allanar el camino en la función pública.
El autor es politólogo.