Resulta improcedente postergar acciones decididas en la educación superior para incorporar las tecnologías para la información y la comunicación (TIC) en las carreras.
Si concebimos las TIC como herramientas que trascienden los dispositivos y su funcionamiento, entonces es cada vez más evidente que los profesionales las necesitan para el desempeño de sus labores.
Una de las funciones fundamentales de la universidad pública es la formación de profesionales integrales y con pertinencia social, por lo tanto, el desarrollo de saberes conceptuales, procedimentales y actitudinales en relación con el uso de las tecnologías resulta imperativo en las carreras universitarias.
Curricularizar las TIC se refiere, entonces, al ejercicio gradual, sostenido, articulado, dialógico, colectivo y organizado de revisión y transformación de los planes de estudio para que las TIC conformen una simbiosis con los demás elementos del currículo: desde el perfil del graduado hasta la metodología, los propósitos, el logro de los saberes y la evaluación del aprendizaje.
De acuerdo con mi experiencia, dos rasgos característicos fundamentales han marcado la percepción de las TIC en la docencia universitaria. En primer lugar, el desarrollo de modalidades virtuales y bimodales (presencia y virtualidad al mismo tiempo) como expresión por excelencia del uso de las tecnologías para el aprendizaje.
Segundo, que estos cambios se han desarrollado fundamentalmente en los programas de posgrado. Por tanto, un salto cualitativo para el desempeño profesional y personal sugiere integrar las TIC en el currículo universitario tanto como recurso mediador de los aprendizajes como en su relación con los objetos de estudios para que sean evidentes en los diseños curriculares y los programas.
Integración. Investigaciones sobre la materia han puesto un alto énfasis en la figura del docente como responsable de la integración de las TIC para el aprendizaje. Sin embargo, enfoques más recientes nos dicen que hay una dinámica organizativa compleja que podría facilitar o limitar esa integración.
Normas explícitas e implícitas, comunidades de interés y formas de organización del trabajo son algunos de los elementos que, potencialmente, inhibirían la integración, reduciendo el impacto de las acciones para su promoción, generalmente centradas en la inversión tecnológica y el desarrollo profesional docente.
El currículo, en su condición de columna vertebral sobre la que se basa y conduce la oferta docente, debe ser instrumento facilitador de dicha integración, no desde un enfoque de determinismo tecnológico, en el que se consideren las tecnologías como garantía de calidad educativa o de pertinencia del graduado en su ejercicio profesional, pero tampoco desde uno reduccionista, en donde se perciba la tecnología exclusivamente como un medio para el aprendizaje.
Quizás esta simplificación nos condujo a un letargo en el provecho que es posible obtener de ellas en la formación universitaria.
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Integrar las TIC en el currículo universitario ayudaría a orientar de mejor manera la inversión tecnológica y la oferta de desarrollo profesional docente. Por otra parte, reduciría el peso puesto en la educación permanente o capacitación en servicio, pero, más importante aún, generaría una mayor pertinencia de los perfiles de los graduados en el mundo laboral y desde una perspectiva de bienestar social.
Para lo anterior, resulta esencial que las universidades propicien la congruencia entre la formación integral del estudiantado en relación con las TIC desde sus enfoques particulares en términos de los principios, fines y valores.
El autor es informático.