
No hablamos del estado vial en el que se han convertido nuestras carreteras, como si propiciaran una visión actual de esa escena literaria surrealista en la que una presa vehicular permanece durante días, tantos que las personas involucradas terminan construyendo nuevas relaciones en medio del caos. No es ese el motivo de esta reflexión.
Estamos en otro tipo de “presa”, atascados en una trampa de la que no encontramos por ahora señales de salida: un proyecto que da paso a una experiencia “partida” de sociedad. Reconocer este diagnóstico es esencial para abordar su resolución: el país está polarizado.
Una situación como la que se experimenta no se producía desde los años 40 del siglo anterior. Hablar de polarización en términos sociohistóricos refiere a una división profunda, la conformación de contrarios, un escenario de confrontación. Es esta la condición que presenta Costa Rica en la actualidad. Ese conjunto de variantes complejas no se había vuelto a presentar en 70 años. Entonces eran otras las causas, los actores, las consecuencias. Hoy son distintas las bases que producen un país partido a la mitad, o lo que es peor aún, fragmentado en varias partes desde el punto de vista social, educativo, cultural.
También son diferentes las circunstancias y quiénes propician esta división. El saldo de este dibujo podría ser peor que aquel al que la sociedad costarricense acudió luego de los acontecimientos que marcaron la tensión política y civil, que finalizara con un nuevo esquema de sociedad. Hoy ese proyecto pareciera estar lejano, inalcanzable. El atasco es de proporciones enormes. Y sin visos de salida posible a corto plazo.
Encontrar las razones que nos colocaron aquí son complejas. Pero derivan de ese enojo social contra el sistema sociopolítico, que se fue haciendo más fuerte con el paso de los años y cuya traducción y resolución fue imposible concretar en lo inmediato. En medio de esta dinámica, la de las tensiones, enojos y desatenciones a esas demandas, las formas comunicativas han sido importantes por el sentido que develan y como se enuncian.
Una de las principales herramientas en la construcción del conflicto de mediados del siglo anterior consistió en el impulso a discursos que exacerbaran atributos, características, rasgos que dibujaran a “los otros” negativamente. Así, se fue construyendo, de un lado y del otro, una narrativa basada en la crispación y el odio enconado.
En el contexto de hoy, el productor de esa narrativa se ha propuesto no solo enumerar una serie de calificativos que desvirtúen a aquellos que lo adversan; también ha sugerido y enunciado una lectura peligrosamente sesgada sobre las instituciones que durante años han sostenido las reglas del juego democrático en el país.
En la constitución de ese discurso, es notable una agenda comunicativa de muy quirúrgicas estrategias,en las que han estado presentes la repetición de argumentos “a medias tintas”, la posverdad como punta de lanza y el juego de las descalificaciones.
En las tensiones de la década de los años 40 del siglo pasado, los espacios y contenidos de comunicación eran claramente distintos. Eran otros los lenguajes y otras las correas de transmisión. La física del discurso estaba determinada por emisores claros, cuyos destinatarios eran precisos, certeros.
En la actualidad, esa comunicación mediada por el mapa de las redes sociales al que cuesta encontrarle la frontera entre la verdad y el invento, predomina como estrategia articulada, lista para construir escenarios ficticios, narrativas compulsivas, discursos falaces. Todo, desde un teclado o un estudio artificial de producción de la realidad.
Es esta la lógica sobre la que se sustenta un escenario complejo, arraigado en las peores formas de decir y de gestionar. Es aquí donde empieza el nudo de la división que ha creado varias realidades sociales amparadas en una supuesta representación de un colectivo que ha sido desdibujado.
“Ese que llaman pueblo” (al decir del escritor costarricense Fabián Dobles) es hoy una amalgama de interpelaciones que lo han vaciado de contenido, como vacío de contenido es el origen de ese proyecto que hoy dice representarlo. Aquí también estriba el caldo de cultivo de esa polarización social que nos ha alcanzado.
Para salir de estos entuertos, se requiere visión de país. Encontrar pronto una respuesta. Acudir a herramientas de prospectiva, construcción de consensos, propuestas de refundación de lo cotidiano en las que la convivencia, el sentido horizontal y la escucha vuelvan a estar en el centro de la idea y la práctica.
Conviene entonces, como posibilidad y punto de partida, mirar con ojos y sentidos críticos y creativos desde la lectura de las ciencias sociales y las artes, como respuesta a ese atasco en el que nos hemos introducido. Salir de allí es necesario. Inmediato. Urgente. Y hay oportunidad para ello. No la dejemos ir.
guillermo.acuna.gonzalez@una.ac.cr
Guillermo Acuña González es vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional (UNA).