Catorce personas fueron asesinadas a sangre fría el 2 de diciembre del 2015 en un auditorio en San Bernardino, Estados Unidos. Una pareja musulmana fue responsable de esa carnicería.
Como en otros actos terroristas anteriores en Nueva York, Londres, Madrid, París y en tantos otros lugares, los yihadistas anuncian que actúan en nombre de su dios con su tradicional bramido ¡Alá Akbar! (Dios es grande).
Son ensalzados como mártires y premiados con una vida eterna en el paraíso. Al-Suyuti escribió que el sexo en el paraíso es prácticamente continuo y tan glorioso que “si usted lo experimentaría en la Tierra se desmayaría”.
“Las vírgenes los están llamando”, les escribió a sus compañeros secuestradores su jefe, Mohamed Atta, unos días antes del ataque terrorista de las Torres Gemelas el 11 de setiembre. Todos estos actos tienen un fondo religioso.
Al día siguiente de lo sucedido en San Bernardino, radio Bayan del Estado Islámico informó que “dos soldados del califato” perpetraron el atentado. Ese califato es un ente político con un gran ejército disciplinado, una organización estatal compleja que cobra impuestos y cuenta con cortes de justicia islámica.
¿Es el Estado Islámico que Occidente combate hoy un ente religioso o político? Es algo más complejo y temerario. Es una ideología. Un conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una civilización violenta. Un movimiento que no tiene una ideología más allá de su fe.
La esencia del enfrentamiento cultural del islam con Occidente lo resumió así el jeque Hasan Nasralá, líder de la organización terrorista islámica Hisbulá: “Ellos” –refiriéndose a Estados Unidos e Israel– “aman la vida y nosotros amamos la muerte”.
Churchill afirmó que “no existe ninguna fuerza retrógrada más fuerte en el mundo que el mahometismo. Lejos de ser moribundo, (el mahomista) es un militante proselitista de su fe (…). Crian guerreros sin miedo a cada paso y (…) si no fuera por los fuertes brazos de la ciencia que protegen al cristianismo, la civilización de la Europa moderna podría caer, como cayó la civilización de la antigua Roma”.
Hoy, la civilización occidental se enfrenta a una cruenta guerra ideológica con el islam. El Estado Islámico es meramente la punta de lanza de ese movimiento. Su principal herramienta es el terror para forzar a las naciones libres a entregarse a través de la violencia barbárica.
El objetivo estratégico del yihadismo islámico es islamizar la civilización occidental con una ideología mesiánica cuyo fin es implementar la voluntad de su dios sobre toda la Tierra. El islam fundamentalista está decidido a destruir nuestra forma de vida democrática y sustituirla por una visión fanática de una ideología dictatorial y teocrática.
Madrasas. La guerra ideológica que la yihad islámica libra contra Occidente se nutre de una compleja infraestructura religiosa. De particular importancia son las madrasas. Estas son escuelas coránicas pegadas a las mezquitas que reciben niños de siete años que viven internados y que recitan el Corán en voz alta ocho horas al día mientras se balancean como los semitas, con los ojos cerrados. En Pakistán hay 28.000 madrasas y en Afganistán se han formado millones de alumnos.
Un grupo selecto, las madrasas yihadis, son auténticas escuelas de terrorismo que prepara a los jóvenes para la guerra santa. Han formado cientos de miles de jóvenes dispuestos a morir para defender su fe. El odio a Occidente es el leitmotiv de su lucha. Ese odio es una ideología que es aparente a través de todo el sistema educativo.
A un estudiante de primer grado se le enseña que “cualquier otra religión que no sea la islámica es falsa”; a la maestra se le instruye para que “cite ejemplos de falsas religiones, como el judaísmo, el cristianismo y el paganismo”. A los estudiantes de quinto grado se les enseña que “es prohibido para un musulmán ser un amigo leal de alguien que no cree en su dios y en su profeta, o ser amigo de alguien que lucha contra la religión del islam”.
Arabia Saudita. Uno de los mayores contrasentidos en esta guerra de civilizaciones es que Occidente, y peculiarmente Estados Unidos, escogen ignorar que su aliado, Arabia Saudita, es el promotor principal de la cultura islámica en el mundo.
En este poderoso reino se financia el Valle de la Fatua. Es una especie de Vaticano islámico con una vasta industria que produce teólogos, leyes religiosas, libros, políticas editoriales agresivas y toda clase de campañas mediáticas.
Esta es la guerra ideológica que enfrenta la civilización judeocristiana. Es una lucha mucho más trascendente que las meras escaramuzas que Occidente libra en respuesta a la interminable serie de actos aislados de terrorismo islámico.
Esa guerra es más trascendente que los bombardeos aéreos de Occidente al territorio sirio e iraquí ocupado actualmente por el Estado Islámico. Más sofisticada que la guerra contra las fuentes de financiamiento del terrorismo islámico.
El mundo occidental tiene que encontrar los medios para derrotar o neutralizar el complejo religioso-industrial que ha montado Arabia Saudita, que es lo que sostiene el embate islámico.
Todos los estamentos militares e intelectuales deben movilizarse para lanzarlos a la batalla contra el terrorismo radical islámico: la diplomacia, los servicios de inteligencia, las fuerzas especiales y el uso masivo de la fuerza no nuclear.
Todo esto hay que hacerlo, y más, pero, de mayor importancia a largo plazo, hay que diseñar una estrategia coherente para socavar la ideología islámica actual, sus valores y su visión del mundo.
Quizá hay una esperanza concreta en este sentido. Existe actualmente un desafío musulmán a la ideología del Estado Islámico. Recientemente, A. Mustafá Visir, líder espiritual de un grupo en Indonesia, Islam Nusantara, con 50 millones de adeptos inició el arranque de una campaña mundial que ofrece un repudio religioso implacable a la ideología islámica del Estado Islámico que está basada en el movimiento radical fundamentalista wahabi.
Visir y su movimiento opinan que la ley islámica necesita ser orientada a las normas del siglo XXI y hace hincapié en la no violencia, la integración y la aceptación de otras religiones.
Occidente cuenta con los recursos para potenciar este movimiento para que la civilización occidental, como advirtió Churchill, “no caiga, como cayó la civilización de la antigua Roma”.
El autor es médico.