Dudé, al correr de la pluma, en lo de indiciados. ¿No habría sido más apropiado calificarlos como iniciados? Sí, eso, iniciados, porque todos estos caballeros y damas del club de la cochinilla parecen ser miembros de una sociedad secreta o exclusiva secta.
Todos se mueven en muy altas esferas del poder, aunque es de suponer que estén ahí por aquello de que «poderoso caballero es Don Dinero». Cierto: tendrán sus títulos universitarios, y hasta posgrados, pero no es algo que diga a su favor por la jerga chabacana y vulgar con que se expresan cuando usan el teléfono o en confianza, según consta en los textos publicados por diversos medios de comunicación.
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¿Damas y caballeros? Como habría dicho Marx (Groucho, no Carlos) de ciertos pillos: «Disculpen que los llame caballeros, ¡pero es que no los conozco muy bien!». Pues a estos y estas sí que los conocemos: pertenecen a una estirpe de politiquillos y empresarios que ha venido prosperando en todos los grandes partidos durante décadas.
Sus tácticas han sido palmariamente choriceras y sus estrategias hacia un gran fin, que no es otro que el enriquecimiento fácil y a como sea, atropellando leyes y códigos éticos que «¡qué m’importan…!».
Y no han estado solos, por supuesto. Este concubinato escandaloso no se habría dado sin la existencia de importantes sectores de la empresa privada empeñados en obtener los jugosos contratos del Estado. Pero no compitiendo lealmente, sino, según el expediente, comprando los favores de los funcionarios con diversos tipos de dádivas, a cual más generosa, sin omitir incluso los «favores sexuales» para algún rijoso.
Puertas de salida. Ahora vendrán el enjuiciamiento y el trato de que aquí gozan los poderosos, que es el del debido proceso (con guantes de seda, supongo). Para ello, los sospechosos contarán con sus equipos de bien pagados abogados, la casa por cárcel por dolencias oportunamente surgidas o inventadas, la posibilidad de anularse la causa por alguna leguleyada o, incluso, porque se extienda hasta la debida prescripción o que haya un indulto o por otras contingencias en el proceso.
De paso, se pueden prever fianzas ridículas por lo ínfimas si se comparan con el gigantesco monto aparentemente cobrado ilícitamente al Estado, es decir, a todos los que pagamos impuestos como es debido.
Entre las víctimas de la trama mafiosa está, sin duda, la lengua española. Cualquiera que sienta orgullo de escribir o hablar en ella lo sentirá como una gran falta de respeto por provenir de gente en tan altos puestos del Estado y de la sociedad: la lengua de Miguel de Cervantes y de Rufino Cuervo ha sufrido una afrenta imperdonable. Si las maestras de tales damas y caballeros vivieran...
No es este el lugar para reproducir el lenguaje populachero y cantinflesco con que se hacen notar los protagonistas de tan vergonzosa farsa. Quedémonos con la aguda observación de Ernest Hemingway, que bien sabría por qué lo decía: se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.
El autor es profesor jubilado.