Con la misma elegancia que uno de mis colegas, y también, he de decir, íntimos amigos, inicio con la referencia de una espectacular obra literaria para plasmar nuestra realidad.
Por el año 1890, un olvidado premio nobel de literatura escribió una novela donde relata el proceso de delirio de la existencia humana de un joven que camina por las oscuras y modernas calles de Oslo.
Un proceso largo de autodestrucción, debido al cual vemos poco a poco la descomposición de la moral humana ante la necesidad, y tanto la carne y la mente se pudren a causa de la clara indiferencia de quienes se creen lo suficientemente cuerdos. Así, pues, como el personaje de la novela que padece Hambre, la juventud de hoy también.
Recuerdo bien mis días en la escuelita, la inocencia pura que mostraba mi justificada ignorancia fue la que me llevó a recordar bien lo que decían los políticos. Aquel resonante discurso sobre «las acciones para proteger el futuro de nuestros hijos»; un halago para el momento, el discurso que era dirigido a mis padres me ponía a mí y mis compañeritos en el centro del universo. Sin embargo, conforme el paso natural del tiempo, dicho discurso, como sus propuestas, se desvaneció de nuestra realidad. Mi generación pasa Hambre, un hambre que no solo hace rechinar el estómago, sino que también entumece nuestro cuerpo.
Esta generación no ha recibido lo que nos prometieron, nos dijeron que el éxito se medía por la cantidad de cartones enmarcados, que el trabajo honesto nos permitiría una buena calidad de vida, pero solo topamos con personas deshonestas que se han saltado la línea mientras nuestra salud mental se deteriora frente a un futuro incierto.
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Vemos que nos esclavizan sin seguridad laboral y nuestros ingresos no alcanzan para tener una vida digna. La política de no dejar a nadie atrás fue solo un eslogan; y nuestra juventud tiene hambre, no quiere eslóganes.
Como generación estamos condenados, de una manera similar, a caminar por las calles de la vida costarricense. Caminamos como los demás, con nuestros problemas en nuestra cabeza, pero compartimos el sentimiento de que se aprovecharon de nuestro futuro.
Debemos aprender a sobrevivir y al mismo tiempo convencer una cooperación generacional para salvar lo poco que tenemos. Sin embargo, nos vemos obligados a la traición generacional solo para resguardarnos individualmente.
Caminamos y nos preocupamos porque sabemos que no solo tenemos hambre hoy, sino también mañana; sin embargo, nos damos cuenta de que nos condenaron a no preocuparnos por lo que viene, pues no podemos pasar un día sin comer.
¿Con que sobrellevamos el hambre? ¿Con amor? ¿Con religión? ¿Con entretenimiento? El amor lo condenaron y lo volvieron polarizado, la religión nos ha defraudado disfrazada de infraestructura corrupta con falta de espíritu y el entretenimiento por sí solo no nos permite reflexionar acerca de la vida, porque deja la crítica de lado y nos invita a fantasear con la rutina de las celebridades.
Solo puedo decir que estoy decepcionado de la clase política de hace 10 y 20 años. Nos defraudaron a los jóvenes. Mintieron a nuestros padres y nos terminaron dejando en un valle sin salida. Así que, si son tan amables, no se señalen entre ustedes y sus partidos; todos son igualmente culpables por ser una clase política más enfocada en sus propios problemas y competencias, haciendo a un lado a las personas para las cuales ustedes trabajan. Aunque la verdad, ya ni se sabe a quiénes responden.
Los políticos actuales deben entender que aquella niñez de los discursos de hace 10, 20 y 30 años somos los adultos a quienes deben responder hoy, y es momento de dejar de defraudarnos. Es hora de que nos sentemos a la mesa de las decisiones y respondan a nuestras preocupaciones; ya no pueden ponernos disfraces y juguetes para obligarnos a creer que estamos a cargo; mi generación tiene Hambre, un hambre que no pasará con disculpas, sino con acciones.
El autor es estudiante de Economía.