Insondables esos caminos: por eso la gente se empeña tanto en construir vida después de la muerte; esperanza de prolongación, anhelo de recompensa. En esa cruel comparación que hiciera Rubén Darío, declara: “Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo” y en cambio, en anticipo existencial, afirma “no saber adónde vamos/ ni de dónde venimos”.
Más todavía que uno, los artistas suelen expresar sensibilidad respecto de la muerte: últimamente los cantautores y cantantes cada vez más se esmeran en ribetes de culto: todo su aparato escénico, el cálculo de alturas, las luces, los efectos especiales etc. Parecieran inspirarse en una línea ascendente, de misa consagrada, donde el oficiante adquiere un valor casi de sacerdote, en el sentido original de “persona dedicada y consagrada a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios” (DRAE). Los espectadores no lo son solo visuales; con sus cinco sentidos participan en una especie de rito, de ritual total. Asisten a una liturgia (etimológicamente: servicio), con misterio y hasta con un ministro (servidor, en latín).
Por así decirlo, se celebra un acto religioso, sí: donde se religan mentes cargadas de anhelos racionales y también emociones. Más que la letra, la música a todo dar aumenta el énfasis en lo sensitivo, auditivo, casi táctil: comunión, acercamiento y de repente veneración, bajo un “pontífice”. Felizmente, no hay temor, sino identificación, éxtasis quizá. Ni hablar, surge un sentimiento de pertenencia universal a la especie humana: todo un credo. Pero ojo, ¡constatemos una tremenda confusión de registros! Chris Cornell, George Michael, Chester Bennington … la lista se va alargando: escogieron el camino equivocado para la salida: el suicidio.
Depresión. Me dicen que la depresión tiene caminos inescrutables; antecedentes hay, dos por lo menos: Stefan Zweig y Walter Benjamin, almas sensibles, de las grandes, escogieron esa vía. Ahora expongo rápidamente otros dos casos, para recordarlos casi con piedad:
Pienso primero en Violeta Parra (1917-1967), hija de Villa Alegre, Chile, quien ante su aniversario cincuenta, sin cuenta, hace exactamente igual cantidad de años decidió acelerar el camino al otro potrero, porque sí. Solo meses antes había grabado la todavía memorable canción Gracias a la vida, portentosa alabanza a la vida como tal, palpable tanto a través de sus sentidos (ella evoca los ojos y el oído) como por medio de sus órganos (refiere a sus pies, su corazón, su risa, su llanto…).
Pienso en seguida en Jeanne-Paule Marie Deckers (1933-1985), hermana dominica, conocida en Bélgica y en medios internacionales bajo el título artístico de Soeur Sourire, también de triste aniversario en estos días. Sor Sonrisa tuvo una trayectoria trágica relativamente paralela en el mundo bajo análisis aquí: su canción, estandarte de nuestra juventud, Dominique, constituye un canto a la vida, en general, y a la obra del fundador de su orden religiosa, pero… andando el tiempo, igual que Violeta, tan brusca como contradictoriamente, ella se suicidó.
Salida rápida. ¡Alabado el arte! Tan excitante en sus caminos como calmante, equilibrador de pasiones, impulsor de grandes transformaciones… pero los casos evocados, de triste memoria, crearon pésimo antecedente. Desesperados, buscaron salida rápida: wrong way! Era yo muy joven cuando pasaron esos hechos, pero su acción radical… radicalizó a otros.
Alguna culpa tenemos nosotros también, por esta sociedad-suciedad en que vivimos. No nos esforzamos suficientemente en transformarla, con nuestro ejemplo y empeño, a diario. Claro, mucho más fácil y cómodo resulta echar la culpa, que la tienen también, a esa omnívora industria farmacéutica y a esos ideólogos de la religión concebida como cocowash. Pero en última instancia, somos nosotros los que hoy y mañana tenemos que armar y nutrir nuestra espiritualidad, nuestro sentido de vida.
El autor es educador.