Emmanuel Macron logró en la segunda ronda electoral lo que ningún presidente candidato desde el año 2002: la reelección. Obtuvo una victoria contundente de 17 puntos porcentuales más que su rival, la candidata de Reagrupación Nacional.
En Bruselas, Washington y la mayoría de las capitales de la democracias, hubo respiros de alivio. Una victoria de Marine Le Pen habría significado la ruptura de la coalición proucraniana, un frexit disfrazado y una modificación de la correlación de fuerzas en el plano internacional, dadas las simpatías de Le Pen con los Orbán, Putin y Erdogan de este mundo.
Se celebra y en buena hora. Sin embargo, todos están conscientes de que el panorama para el presidente se perfila todo menos sereno en lo económico, social y político.
La economía francesa se recupera lentamente de los estragos ocasionados por la pandemia, entre estos, el déficit fiscal resultante de los fondos desembolsados por el Estado para mantener funcionando amplios sectores, el número de desempleados que sigue siendo elevado y los índices de crecimiento, que si bien son positivos, no son suficientes.
El incremento en los precios de la energía, fertilizantes y alimentos, originado por la interrupción de las cadenas de producción globales y exacerbado por la guerra en Ucrania, contribuyen a ensombrecer el panorama.
Las dificultades económicas han profundizado las brechas sociales entre los habitantes de las grandes urbes globalizados y los sectores rurales y campesinos parroquiales; entre los jóvenes que no consiguen insertarse en la vida laboral y los profesionales exitosos, cuadros medios y altos del sector público y de las grandes empresas, para no mencionar a los mayores de 60 años, muchos de ellos jubilados que gozan de pensiones confortables; y entre las poblaciones de origen africano y magrebí que se concentran en la periferia de las grandes ciudades y los habitantes de los barrios chics de París, Lyon o Burdeos.
Todas estas contradicciones se manifestaron con toda su fuerza en la revuelta de los chalecos amarillos, la primera gran crisis social que tuvo que enfrentar Macron durante su primer mandato. Lo que empezó como protesta contra un impuesto adicional al diésel, se amplió hasta abarcar una proporción no desdeñable de la población.
En lo político, las coordenadas que estructuraron el escenario durante la Quinta República desaparecieron. Estas elecciones muestran que el tradicional clivaje izquierda-derecha fue reemplazado por profundas contradicciones ideológicas y de clase, espacial y geográficamente definidas.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el escenario se dividió entre dos grandes familias políticas, en gran medida pluriclasistas. Un influyente partido de centroderecha se aglutinó alrededor de De Gaulle y el campo de centroizquierda tardó rato en encontrar su representación partidista.
En los primeros años de la Quinta República, los gaullistas fueron decididamente hegemónicos. Fueron los años de las presidencias de Georges Pompidou y Valéry Giscard d’Estaing.
Durante esos 20 años de travesía por el desierto, otro político legendario, François Mitterrand, consolidó la centroizquierda bajo la égida del Partido Socialista.
En 1981, una coalición de izquierda, que incluía al Partido Comunista, le permitió a Mitterrand alcanzar la presidencia en 1981 y ser reelegido en 1988 sin el apoyo de los comunistas.
Después de la larga presidencia socialista, la derecha y la izquierda se alternaron en el poder hasta que el joven Emmanuel Macron se lo arrebató con el lema “ni de izquierda, ni de derecha”. No obstante, los partidos tradicionales, PS y Republicano, continuaron manteniendo una presencia relativa en el escenario político, sobre todo, en lo regional y local.
Los resultados de estas últimas elecciones arrojan un tablero político nuevo. Con menos del 5% de los votos en la primera vuelta, ni los republicanos, herederos de los gaullistas, ni el Partido Socialista califican para la deuda política: ambos prácticamente desaparecerán.
Mientras, se consolidaron dos partidos de corte populista, fuertemente antielitistas y euroescépticos: Francia Insumisa, liderado por el antiguo senador socialista Jean-Luc Mélenchon, de izquierda, y Reagrupamiento Nacional, antiguo Frente Nacional, con Marine Le Pen a la cabeza.
Los resultados de la segunda vuelta llaman a la reflexión: el 42% de los votantes se decantaron por Le Pen. Está clarísimo que votar por la extrema derecha en Francia ha dejado de ser un tabú.
A un segmento significativo del electorado lo seduce el discurso xenófobo, nativista, antielitista y antioccidental de Le Pen. Su partido ha dejado de ser marginal y se ha convertido en una fuerza política considerada por muchos como convencional, que podría obtener una representación relevante en la legislatura en junio próximo.
Al igual que en Italia, donde la Liga y el Movimiento 5 Estrellas —ambos antisistema— se convirtieron en partidos de gobierno en las últimas elecciones, existe la posibilidad de que tanto Francia Insumisa como Reagrupación Nacional alcancen cuotas de poder significativas en la nueva asamblea con base en sus resultados electorales. Independientemente de las simpatías de cada uno, está claro que esto dificultará aún más la tarea a Macron.
La autora es politóloga, exembajadora de Costa Rica en Italia.