Quizás la pandemia nos conduzca a comprender mejor el valor de la ciencia como herramienta en la búsqueda de la verdad objetiva e independiente.
La recomendación del científico está respaldando las acciones que el político debe tomar sobre la marcha y está dirigiendo el estudio de las posibles soluciones, ya sean sanitarias o investigativas para desarrollar vacunas o tratamientos eficaces.
Por el momento, es casi seguro que nadie se opondrá a vacunarse contra el coronavirus en cuanto esté disponible.
No han faltado, por supuesto, los mercaderes de pseudociencia y sus curas milagrosas ni quienes se aprovechan para urdir negocios fraudulentos.
En la mayoría de los países desarrollados, la educación, la salud, la Policía y otras áreas estratégicas, entre las cuales debe incluirse la seguridad alimentaria y, de hoy en adelante, la seguridad sanitaria, se sustentan en sistemas públicos porque el interés es general.
Nadie en su sano juicio estaría en contra de que sus hijos tengan escuelas o sean atendidos en un hospital si sufrieran un infarto.
Satanización. Cuando se discute cómo llevarlos a cabo, el debate universitario, periodístico, institucional —tanto estatal como privado— y civil, debe desembarazarse de la polarización, que considera, por ejemplo, inaceptable que un sistema público compre servicios a terceros, aun cuando le resulte más barato, justo y eficiente, satanizándolo mediante el calificativo de “privatización”.
No se trata de elegir entre lo público y lo privado, sino de que sea eficiente, asequible para todos y transparente, como proceden las naciones desarrolladas. Lo que vaya en contra de estos principios es inaceptable.
Siempre despiertos. Hay que tener cuidado: entre la autocomplacencia y la propaganda política hay un solo paso.
La onerosa y bien realizada publicidad que destaca los supuestos logros del funcionario de turno, agazapado detrás de una institución o de un sindicato; sus conferencias de prensa, rodeado de aplausos fingidos por gentes remuneradas o uniformadas —desde camisetas y gorritos hasta uniformes militantes—, sufragados con dinero público; el culto a la personalidad, incluidos sus retratos en las oficinas públicas; así como su secretismo, aversión a la auditoría y reacción hepática cuando se le critica; y fomento de falsos antagonismos, conforman el perfil de los oportunistas y sus socios comerciales, quienes manejan las instituciones públicas a su antojo.
El ciudadano debe mantener una actitud crítica y vigilante sobre la propaganda endulzante, y a veces fanática.
Debe informarse y formar su opinión a través de medios objetivos, con respaldo científico. Afortunadamente, la información está al alcance de todos.
Debe desechar el bombardeo de publicidad engañosa y noticias falsas, y evadir la tentación de tomar partido por un extremo u otro porque no existen grupos o intereses antagónicos; existe solo una nación.
El autor es médico.