Hay quienes actúan con pasión, otros intentan dar con “aquello que los mueve” y muchos querrían encontrar algo que los entusiasme. La pasión es un tema emocionante. Sin embargo, este frenesí incontenible arrastra dos trampas.
En los últimos años, he visto a muchos individuos invitar a otros a hacer las cosas con pasión. En cada caso, solicité discretamente a cada uno explicar el significado de esa palabra. Sorpresivamente, ninguno de los entusiastas fue capaz de exponer con claridad qué era aquello que le estaban recetando a medio mundo: soltaban defensivas (“¡Eso es algo obvio!”), definiciones circulares (“Pasión es actuar con pasión…”) o embarrialaban la cancha con un largo discurso que animaba a “lanzarse”, “ser” o “conectarse”.
La primera trampa consiste en prescribir el sentimiento a otros sin tener claro qué es. De un puñado de investigadores atraídos por el tema, entre los que sobresale Melissa Cardon, hay una definición en tres pasos.
Definiciones. Primero, la pasión es una mezcla intensa de emociones y sentimientos positivos. Del lado de las emociones, destacan el placer y la sorpresa, mientras que la curiosidad y la satisfacción producidas por la experiencia dominan los sentimientos. Así, el fanático al juego no solo lo goza, sino que disfruta al tomar conciencia de su capacidad de elaborar jugadas maestras.
Segundo, la persona puede acceder a esta mezcla de manera deliberada, al involucrarse en actividades que se tornan parte de su identidad. “Aquello que nos apasiona nos define” y, por ejemplo, es de esperar que la aficionada por la plástica pinte o deleite cuando expone, con ojos llenos de ilusión, sobre algún movimiento artístico.
Y tercero, la pasión es un imán, pues tiene un efecto motivacional, que impulsa a superar obstáculos y distractores para mantener el compromiso con aquello que produce entusiasmo. De ahí que un proyecto siga convocando a pesar de una gripe feroz o de robar horas a la madrugada para hacer artefactos con una impresora 3D.
La otra cara. Todos conocemos a quien asegura que jugar fútbol es su pasión. Sin embargo, como portero parece un colador, en la cancha muestra todo el dinamismo de una maceta, no hace más que pasarle la pelota al contrario y, chutando a medio metro de un arco desprotegido, es incapaz de meter el gol. De ahí la segunda trampa: la mera pasión no garantiza la calidad de la ejecución.
Dos personas pueden tener afición por la cocina y una de ellas crea delicias, mientras la otra ofrece el horror en un plato; una de ellas puede aprender, innovar y sofisticarse a través del tiempo, mientras la otra se aferra a su discurso de que “esto es lo mío” y se regodea en su zona de confort. La pura pasión, sin más, no basta: su necesario complemento es la competencia. Bien lo dijo el psicólogo Albert Bandura hace medio siglo: “Las expectativas por sí solas no producen la ejecución deseada si las capacidades que la componen están ausentes”.
El imán que atrae hacia un tema o actividad debe complementarse con el deseo de aprender de otros, de poner en juego las capacidades y arriesgar probando lo nuevo.
Y ocurre la magia: al aumentar sus capacidades, la persona también eleva sus expectativas de buenos resultados, lo cual la empuja aún más hacia aquello que la convoca y, de este modo, se genera un “ciclo virtuoso” en el que la devoción y la excelencia se retroalimentan. La próxima vez que aconseje a alguien “buscar su pasión” sería mejor decirle: “Busque aquel tema o actividad que produce sorpresa y placer, que llama en las buenas y en las malas y lo hace con tanta fuerza que se convierte en parte de quien es usted”. ¿Suena complicado? Tal vez. Pero es mejor que un consejo vacío.
No estaría de más advertir: “Y luego practique, tome nota de la excelencia en otros, corra riesgos y verifique su progreso”. Después de todo, solo así se alimenta la verdadera pasión. Lo otro no es más que una calentura en la zona de confort.
enrique.margery@openinstitute.co
El autor es educador.