¿Por qué nuestro desempeño ambiental y valoración de la naturaleza empeora? ¿Por qué continuamos bajo un modelo de desarrollo que es ambientalmente insostenible? ¿Qué transformaciones se requieren para avanzar hacia el desarrollo sostenible, justo, inclusivo, democrático y resiliente?
Mientras estas y otras interrogantes no tengan respuesta, postergaremos el debate constructivo sobre los cambios estructurales necesarios para ser una nación ambientalmente eficiente.
Del Informe estado de la nación se concluye que la agenda ambiental mantiene brechas y desafíos derivados de una histórica desconexión entre desarrollo y sostenibilidad.
Sería sesgado atribuirle a la covid-19 el agravamiento de los retos ambientales en materia de desarrollo humano sostenible, pues desde antes existía un uso irracional de los servicios ecosistémicos que tienen origen en los recursos estratégicos contenidos en el aire, el agua, el suelo, los ecosistemas (continentales y marinos) y la biodiversidad.
El efecto de la covid-19 desplazó quizás algunas prioridades empresariales y corporativas relacionadas con normas de cumplimiento ambiental y a lo mejor la epidemia puso en pausa ciertas inversiones y programas dirigidos a responsabilidad social corporativa. Pero no hay forma de justificar la trayectoria del pobre desempeño en materia de administración de la naturaleza.
Dentro de la nueva normalidad o fuera de ella, el desarrollo nacional desconoce el lugar que ocupa el ambiente y, por lo tanto, la forma en que estamos gestionando el territorio, los recursos y el patrimonio natural es insostenible.
Los instrumentos de política pública ambiental son poco eficientes para resolver los viejos desafíos entre la protección y la producción y mucho menos para encarar los nuevos retos que demandará la Costa Rica pos-covid-19.
Logros y balance. También son incuestionables los logros en crecimiento verde. El país lidera iniciativas mundiales de acción climática, entre ellas el plan nacional de descarbonización, una matriz eléctrica casi 100 % de energías renovables y el incremento de vehículos de tecnologías limpias.
Crece la red de puntos de recarga para vehículos eléctricos y aumenta la superficie de áreas silvestres protegidas tras la creación del Parque Volcán Miravalles Jorge Manuel Dengo.
Fue reformado el artículo 50 de la Constitución para reconocer y garantizar el acceso al agua como derecho humano; sin embargo, hay quienes sostienen que esa visión es totalmente antropocéntrica, con graves repercusiones para la estabilidad ecológica futura de ríos y quebradas.
Por primera vez, el capítulo «Armonía con la naturaleza» advierte sobre los desbalances y efectos acumulativos negativos del uso ineficiente de los recursos naturales, de los problemas para solventar las amenazas ambientales y la poca capacidad legal para prevenir, fiscalizar o, cuando menos, mitigar los impactos en el entorno.
La huella ecológica se extiende porque usamos los recursos a una velocidad mayor que la capacidad del territorio para proveerlos. Perpetuamos una matriz energética dependiente del petróleo que anula la generación eléctrica renovable de la meta de reducir contaminantes.
La balanza sobre la situación del agua para consumo humano se inclina hacia la insostenibilidad, por la materialización de los riesgos de abastecimiento y calidad del recurso.
Sobre la gestión del suelo agrícola hay evidencias de los efectos negativos de patrones de uso y aumento de los conflictos ambientales, la producción de alimentos y la salud humana. Sobre la gestión de los océanos persisten debilidades que se convierten en afectaciones en la calidad de vida de las personas de la costa y sus actividades productivas.
Antigua normalidad. Aunque es prematuro concluir sobre los efectos ambientales y la pandemia, el capítulo 10 adelanta algunas tendencias relacionadas con reducción de emisiones contaminantes, en puntos fijos, producto de la restricción vehicular y el teletrabajo.
¿Qué aprendimos de la emergencia sanitaria y nuestra relación con el ambiente? Quizás poco o nada. La hipótesis más fuerte es que cuando se flexibilicen las medidas de aislamiento y se rompan las burbujas sociales volveremos a la antigua e insostenible normalidad.
La covid-19 apenas nos dio un respiro para repensar en las trasformaciones estructurales necesarias para ser lo que internacionalmente decimos que somos: una economía competitiva y resiliente.
Con una agenda nacional volcada en solucionar lo económico y social, al final del túnel no se ve la luz que requiere la hoja de ruta ambiental, incluso hay sectores del país que proponen legalizar e impulsar actividades como el petróleo, el gas natural, la minería metálica a cielo abierto y la explotación del domo térmico.
El autor es investigador.