Quienes nacimos en los años cuarenta o más atrás recordamos cómo era nuestra forma de vida a mediados del siglo anterior.
Existía un equilibrio entre la comida, el ejercicio y la salud. Comíamos arroz, frijoles, huevos, un poco de carne o pescado —cuando se podía—, verduras, tomate y frutas; además, bebíamos leche.
El trabajo de oficina o el físico, caminar y los deportes mantenían una armonía saludable entre la energía consumida y la gastada.
En esa época, los gimnasios eran para quienes levantaban pesas y querían lucir su físico, es decir, para muy pocas personas; sin embargo, recuerdo a algunos trabajadores del muelle de Golfito, quienes, debido a su labor de cargar racimos de bananos, desarrollaban una impresionante musculatura. La mayoría de la gente tenía una apariencia delgada y saludable.
Cambio de patrón. En los años setenta empezamos a consumir alimentos poco saludables: hamburguesas, hot dogs, pizzas, pollos fritos, tacos y todo tipo de frituras. Por otro lado, en los noventa, nuestros políticos tuvieron la genial idea de eliminar el centenario sistema de transporte de trenes y, en su lugar, importar autos viejos con el fin de vender más combustibles fósiles.
Los resultados de la ingestión de este tipo de alimentos y el uso del vehículo, en vez de caminar un poco, están a la vista: aumento considerable de la obesidad en la ciudadanía.
Analogía. En el mismo periodo, el Estado no era muy dinámico, el sedentarismo ha sido su estilo de vida siempre; no obstante, el consumo de energía estaba en equilibrio con el gasto, por lo cual la apariencia estatal era delgada y saludable.
Para mejorarla, hacerla más ágil y fuerte mediante el desarrollo de músculos, era necesario realizar labores más intensas y consumir un poco más de energía, a fin de obtener un gasto equilibrado y evitar la peligrosa obesidad. En otras palabras, efectuar lo que en esa época hacían otros Estados, como Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur.
Empero, en los setenta, el Estado empezó a consumir más sin aumentar la intensidad laboral, en consecuencia, la lentitud y el desequilibrado consumo energético produjeron la obesidad que padece.
Se ha engordado el ciudadano y también el Estado, quizás algunos políticos sigan creyendo que estar “gordo y coloradote” es saludable.
Reducción de talla. Las creencias ideológicas y los acuerdos partidistas no deben estar por encima de las decisiones que deben tomarse para vencer esta fuerte crisis socioeconómica.
Se espera del presidente, Carlos Alvarado, una actitud pragmática, transparente, consecuente con la triste realidad que viven 557.000 personas por la pérdida de sus empleos.
La pandemia agravó aún más la ya difícil crisis económica del país. Para tratar con seriedad la reactivación de la economía, deben hacerse algunas reformas al Estado en vez de seguir el fácil camino del endeudamiento y sus nefastas secuelas en el bienestar y el desarrollo.
El Estado es como una empresa de servicios públicos, cuyos dueños somos todos los ciudadanos; los empleados públicos no son diferentes a los del sector privado, ¿por qué habrían de serlo? Todos somos ciudadanos iguales ante la ley.
Si el Estado como empresario no tiene solvencia económica, debe reorganizar, reducir personal, cerrar o vender algunas de sus empresas con el propósito de estabilizar sus finanzas. Pero ha demostrado ser incapaz como administrador: pérdida de dos bancos, problemas serios en Fanal, endeudamiento del ICE, incompetencia de Japdeva, obsolescencia de Recope, etc.
Prioridades. El Estado debe poner más énfasis en mejorar la eficiencia de las áreas esenciales: salud, educación y seguridad, en vez de gastar recursos en actividades empresariales que el sector privado maneja mejor y genera empleo.
Debemos seguir el ejemplo de países como Japón, Corea del Sur, Suiza y Alemania, cuyos porcentajes de empleados públicos en relación con el empleo total son un 6 %, 7,6 %, 9,8 % y 10,6 % respectivamente.
Es un deber del presidente Alvarado y del gobierno proponer las urgentes reformas: venta del BCR, del INS y otros más, simplificar o eliminar programas burocráticos innecesarios y reducir significativamente la planilla estatal antes de endeudarnos más de lo que estamos.
Con una figura estatal delgada, ágil y saludable, sí es posible avanzar.
El autor es ingeniero.