Los diputados llevan 18 meses de arduo trabajo y ya están labrándose un espacio especial de respeto y admiración en el corazón de quienes amamos este inigualable país. No reconocerlo sería mezquindad e ingratitud.
Al iniciarse esta administración, fui el primero en suponer que la gran variedad de partidos políticos cuyas ideologías son diametralmente opuestas, así como las influencias religiosas y la falta de formación de “algunos” elegidos representantes del pueblo a la Asamblea Legislativa, auguraba un desastre total.
Sería, pensé, como colocar 57 gatos en un saco de gangoche y convertirlos en legisladores exitosos en tiempo récord.
Jamás presumí cómo se comportarían de manera grupal, ni mucho menos sospeché la clase de bofetada que me propinarían por hablador y malpensado 18 meses después.
Tabla de salvación. El país se encontraba a centímetros de un abismo económico sin precedente, causado por políticos de profesión de administraciones pasadas, especialistas en legar los problemas, que primero pensaban en sus familiares y amigos para, después, sentados en el sillón preferido, tapizado con piel natural comprado con dinero del pueblo, pensar con cuál otra promesa incumplible entusiasmar (entiéndase engañar) al sencillo pueblo: llámese Limón Ciudad Puerto, Crucitas, ruta 1856... responsables del derrumbe de cientos de sueños y metas para mantenerlo callado y en “modo de espera” hasta terminar su heroica gestión presidencial.
Si seguíamos ese ejemplo, el país habría necesitado el paso de decenas de años inmersos en tristeza, emigración forzosa y angustioso esfuerzo titánico para recuperarse.
A Dios gracias, el milagro se está dando. Tirios y troyanos lo reconocemos con satisfacción personal o sin ella.
El Informe Estado de la Nación, conocido por todos como herramienta de seguimiento del desempeño de nuestro país, es claro al distinguir que la elevada productividad del Congreso —el mejor registro en 33 años tanto en calidad como en cantidad— y el apoyo decidido del presidente, Carlos Alvarado Quesada, y su equipo de ministros, entre quienes destacó, por mucho, Rocío Aguilar, evitó una crisis infinitamente mayor que la que podríamos siquiera sospechar.
Gente por convencer. Pero no todo está terminado, falta mucho por ordenar. Falta mucha gente por convencer (magistrados de la Corte Suprema de Justicia, rectores de universidades, gigantescas cooperativas, etc.) de que los privilegios se acabaron, que deben subirse al carretón del sacrificio y la solidaridad, si pretendemos que los costarricenses del mañana vivan mejor y tranquilos. Negárselo sería inhumano.
Una ovación también para Costa Rica, cuya gran mayoría de habitantes han entendido que solo con actitud positiva y creyendo en sus dirigentes políticos —con un normal grado de reticencia— es posible un futuro promisorio.
La labor de los diputados está inconclusa, pero, a partir de ahora, gracias a su experiencia y empuje, su trabajo será más productivo.
Desde luego, no tardarán en aparecer las plumas gastadas, y con muy poca tinta, que tratarán, sin lograrlo, de minimizar el informe gestor de este comentario; sin embargo, ello no debería preocuparnos.
El autor es arquitecto.