Un aspecto que he observado en la sociedad costarricense es el alejamiento de los aspectos culturales y artísticos.
Costa Rica siempre estuvo muy pendiente de sus manifestaciones artísticas y nuestros gobernantes se preocuparon de darle un espacio adecuado al arte y, así, se construyeron edificaciones como el Teatro Nacional y sitios, otrora odiosos, como cárceles y cuarteles, fueron transformados en hermosos museos, como el de los Niños y el Nacional.
Algunos pensarán que se trata de recursos desperdiciados, que deberían ser invertidos en la construcción de viviendas, por ejemplo. No me cansaré de decir que una sociedad sin arte y sin cultura no avanza hacia una mejora socioeconómica.
El arte, como decía el filósofo Teodoro Adorno, es un hecho social. Por eso responde a las conductas observables en los grupos que conforman la sociedad. Pero, dichosamente, el arte, como manifestación que puede ser mirada desde incontables puntos de vista, escapa por ello al fundamentalismo.
Ningún movimiento artístico, a pesar de los esfuerzos de algunos pensamientos políticos como el fascismo, puede ser utilizado para promover una tendencia política.
Independencia. El nazismo buscó instrumentalizar la música de Wagner para la promoción de una raza humana en detrimento de otras y, si bien hasta el propio compositor escribió algunas notas en ese sentido, su música ha trascendido y la escuchamos hoy con deleite, sin pensar en tan deleznable perspectiva, porque su expresión puede ser interpretada por toda persona, atendiendo su forma de ver el mundo.
El fundamentalismo de todo tipo, sea político o religioso, se apoya en que es dueño de la verdad absoluta; en eso cree encontrar su fortaleza, pero, en realidad, es su debilidad porque excluye en vez de unir. Así las cosas, está inhabilitado para crecer.
El arte, por el contrario, permite ser mirado desde todo punto de vista, pues una imagen, una melodía, un poema o una película se analizan, miran y juzgan desde sus formas, sus contenidos, sus recursos. En otras palabras: desde todas las miradas posibles.
El arte nos hace mejores personas, mejora una sociedad si esta lo promueve y, en consecuencia, trae beneficios de toda índole, incluso económicos.
El arte, producto de un espíritu libre, sin intenciones tendenciosas, políticas o religiosas, es verdadero, auténtico, inmortal; es, y ha sido, una red que se amplía con el crecimiento del ser humano desde la aparición del sapiens o, quizás antes, con otros grupos humanos.
Pseudoarte. Las manifestaciones con otras propuestas es un pseudoarte porque también el arte en su veracidad y autenticidad debe ir unido a la ética y, por eso, es libre y ajeno al fundamentalismo.
Así, entonces, el fundamentalismo está en las antípodas del arte. Son imposibles de conciliarse. Por eso, nuestros legisladores proponen poco o nada referido a la cultura o el arte, y aún no se han decantado por defender el Teatro Nacional.
Ocurre, de esta manera, algo increíble de entender, como es la propuesta de revisar un punto que ya sabemos que es absolutamente imposible desde el punto de vista legal, con una única base de soporte: el fundamentalismo.
Tal vez, si nuestros legisladores miraran más hacia la cultura y el arte se alejarían del fundamentalismo y, con ello, conocerían mejor la sociedad a la que gobiernan tan tristemente.
La autora es abogada y experta en arte, sociedad y cultura.