Las marchas estudiantiles son producto de intereses sindicales, no hay duda. Cuesta creer que los estudiantes se quejaran de quien ocupaba el más alto cargo del Ministerio de Educación, a quien probablemente no conocían, pero no han protestado contra el personal que directamente interactúa con ellos: ¿Por qué callan después de haberse quedado 90 días sin clases, cuando se sabe que el promedio costarricense en las pruebas PISA está muy por debajo del de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), o por qué no se discute que un alto porcentaje de los profesores no serían capaces de pasar evaluaciones en sus áreas?
Un conflicto por los baños neutros tampoco es creíble porque los estudiantes de hoy pertenecen a una generación más abierta a la diversidad sexual que las anteriores. Sumado a esto, hay suficientes muestras de influencia sindical en las marchas.
El adoctrinamiento en nuestra educación no es nuevo ni exclusivo de los sindicatos. A los costarricenses se nos enseña con información pro-Estado, a añorar la Costa Rica de los años setenta y a sospechar del liberalismo económico. Todo intento de reducir el Estado se califica de renuncia a la soberanía. Basta con revisar la forma “correcta” de responder preguntas de bachillerato: cuanto más estatista, mejor. De esto no se salvan ni el PAC ni el PLN, como muestra la reciente firma de un convenio educativo con Cuba.
Incubadoras. En las universidades públicas, cada curso de Ciencias Sociales refuerza esos conceptos. Recuerdo a profesores recomendar la lectura de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, despotricaban contra la instalación de zonas francas en el país y se oponían a cada intento de apertura de mercados y de concesión de obra.
En esas aulas se fraguó la oposición al Combo del ICE, también usando a estudiantes quienes, en su gran mayoría, no entendíamos de lo que trataba el proyecto. Fui uno de los manifestantes para impedir lo que hoy deseo: tener un mercado eléctrico competitivo.
Nada hay de malo, por supuesto, toparse con profesores de izquierda. Es sano y necesario. Lo triste es que todos sean de izquierda; nunca hay debate, rara vez una voz disidente que ayude a contraponer ideas, que exponga un hecho irrefutable: dependiendo las universidades de presupuestos públicos, a estas les conviene el discurso de la necesidad de seguir engordando al Estado.
Usan a su dios. Luego está el adoctrinamiento cristiano. Clases de religión, pagadas por el Estado, como parte de la formación elemental. Y la Iglesia católica se opone a todo intento de clases de educación sexual.
No debe sorprendernos que las elecciones del 2018 fueran decididas por el matrimonio igualitario, por la disputa entre neopentecostales y católicos, y por las desafortunadas declaraciones de Rony Chaves. En Costa Rica si se habla de Dios, es siempre del dios cristiano.
El dios de los musulmanes, de los budistas o de tantas otras religiones, incluso la ausencia de dios de los agnósticos y ateos, son ignorados en dichas clases: existe un dios y está en la Constitución.
Es así como llegamos a una realidad en la cual la mayoría hace análisis simplistas, fácilmente explotables por sindicatos y partidos políticos. La culpa es siempre de la corrupción y nunca del Estado esclerótico que tenemos.
Soluciones mágicas. Es cuestión de poner gente nueva al frente de las mismas viejas instituciones. Y si es gente que habla de dios, mejor. Ejemplos sobran: la escoba anticorrupción del PIN, el eterno retorno del PAC en campaña (y solo en campaña) a su Código de Ética o la inspiración divina que, según muchos seguidores de Restauración Nacional, sustituye un plan de gobierno.
En las redes sociales, tanto simplismo es combustible puro. Los seres humanos somos hackeables advierte Yuval Noah Harari, autor de Homo deus.
En otras latitudes, a una casa de distancia, dos personas de ideología contraria reciben noticias falsas a la medida, de la misma forma que Google aprende nuestros gustos y nos recomienda artículos basados en lo que acabamos de buscar.
Si el país está polarizado a punta de mensajes caseros viralizados en las redes sociales, imaginemos lo que podría pasar cuando la inteligencia artificial e ingeniería de datos sea de uso común. Por ello, se vuelve aún más necesario que nuestra educación fomente el espíritu crítico, la contraposición de argumentos y el debate extenso de ideas. Un país que paga un 8 % del PIB por una educación que adoctrina está siendo estafado.
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El autor es ingeniero electrónico.