En días pasados un proyecto de ley fue puesto en la corriente legislativa, y por su trascendencia merece que se deslice por sus aguas como una hoja en el cauce de un río: velozmente y superando piedras y troncos que detengan su curso.
Me refiero a la iniciativa que pretende que los diputados que se declaren independientes pierdan sus credenciales. En rampante lenguaje cotidiano, significa que deberán recoger sus cosas, dejar la curul que obtuvieron a lomo del partido político del cual desertaron y marcharse para la casa.
Es una propuesta cuyo fin es sujetar la dispersión en favor de la unidad y conservar la cohesión frente a la desbandada. El ejemplo de brutal fragmentación de la actual Asamblea Legislativa bastará para que las cosas se expliquen por sí mismas.
En el 2018 el voto popular dictó que siete fracciones políticas estarían representadas en el Congreso. Eran como siete singulares enteros de lotería: cada una con una determinada serie (el pensamiento de cada partido político) y diferente número (la individualidad de cada congresista).
Con el tiempo, algunos enteros se dividieron en pedacitos, que se desparramaron aislados, dispersos y a la buena de Dios, o formando parte de una nueva falange.
Cinco de las fracciones legislativas padecieron amputaciones y fueron tantas las fugas de diputados que en este momento se cuentan doce o trece independientes.
Sus colegas y otras personas los designan con una palabra que apareja connotaciones aterradoras: tránsfugas. No sé a ustedes, pero la palabra me sugiere a alguien que salió despavorido de un lugar y dejó a sus compañeros abandonados.
No emigró, no se puso en marcha: embistió todo a su paso para salir apresuradamente. La calidad de las razones para consumar semejante deserción son tan variadas algunas y sin sustancia otras: sus muy personalísimas convicciones, sus rigurosas creencias, sus prejuicios, los caprichos de un momento y hasta sus impulsivos temperamentos.
Las consecuencias para la fracción que los puso en una curul fueron perniciosas, pero aún más para el quehacer legislativo. Desavenencias, antagonismos, disputas, bloqueos y todo aquello que pueda tener el nombre de dificultad arreció sobre el salón de sesiones, donde siete fracciones y doce independientes pugnaban por hacer avanzar, retroceder, estancar y archivar proyectos vitales.
Alguna tarde en la que escuché una sesión del plenario me pregunté si aquello era un cuerpo deliberante y juicioso o una pendencia, donde las frases groseras e insultantes caían como duro granizo.
Con el presente proyecto de ley, se favorece que las fracciones continúen tan intactas como entraron y conjura de una sola vez los tentadores demonios de los tránsfugas y su pecado manifiesto: la desorganizada dispersión de opiniones y posturas.
Estoy muy lejos de objetar la autonomía de pensamiento y el forjamiento individual de convicciones y criterios. Sin embargo, me es intolerable que esos atributos se truequen en testarudez, y la testarudez en oposición sin fundamento ni dirección.
Por estas razones, celebro el proyecto de ley que sanciona con el destierro a los diputados que se excluyen de su fracción legislativa. El Congreso que tomará posesión en mayo estará compuesto por seis fracciones, de las cuales las dos más disminuidas alcanzan la notable cantidad de seis congresistas cada una.
Acudiendo nuevamente a la respetuosa comparación podríamos decir que es una bonita emisión de lotería legislativa: seis enteros y (si el proyecto es aprobado) sin posibilidad de que se dividan en pedacitos extraviados por ahí.
Existen más probabilidades de que entre seis sólidas y distintas fracciones se produzca un diálogo constructivo y fluido, que los acuerdos se alcancen con buen juicio y sentido de la urgencia entre partes opuestas y, en suma, que no se malgaste inútilmente el tiempo persiguiendo y persuadiendo a unos diputados independientes que sepa usted qué pensamientos aletean en sus cabezas.
De este modo, podríamos hablar de una ganancia redonda para nuestra nación y los ciudadanos: con seis indivisibles enteros legislativos sin la (en muchas ocasiones) obstinada postura de los independientes, gana mucho el país; mientras que con la división de enteros en pedacitos de la lotería nacional muchos ganamos algo.
Pocas veces como en estos tiempos el país necesitó del diálogo y el acuerdo. Las seis fracciones legislativas no tienen por qué traducirse en antagonismos ni improductiva oposición; significa la posibilidad de retirar del camino las piedras de las discrepancias para enrumbar nuestro país por un camino donde los grandes hoyos sean tapados y las empinadas pendientes sean superadas.
El autor es educador pensionado.