Cada 1.° de diciembre, Costa Rica vuelve la mirada hacia una de sus decisiones más audaces y visionarias: la abolición del ejército para apostar por la educación como su primera línea de defensa y su principal motor de desarrollo. Aquella decisión de 1948 no solo cerró los cuarteles, sino que abrió las puertas a un modelo de país que entendió que la verdadera fuerza de una nación está en su gente y en su capacidad para prepararse.
Desde entonces, la educación pública se convirtió en la mayor inversión estratégica del Estado. No fue un gesto simbólico, sino una apuesta económica y social de largo plazo. Los recursos que otros países destinaban a armamento, Costa Rica los dirigió a aulas, bibliotecas, becas y formación docente. Esa visión permitió sentar las bases de una economía basada en conocimiento, innovación y productividad.
Hoy, cuando la discusión pública suele enredarse en coyunturas inmediatas, conviene recordar que nuestro principal activo nacional es ese “batallón de estudiantes” que diariamente llena las aulas, las universidades y los centros técnicos. Ese ejército civil es el que sostiene nuestra democracia, impulsa la competitividad y mantiene vivo el proyecto país.
No se trata de romantizar la educación, sino de reconocer que ningún país logra desarrollarse sin talento preparado. La evidencia internacional es clara: los Estados que invierten de forma consistente en educación y formación profesional reducen desigualdades, generan empleos de valor agregado y construyen sociedades más estables. Costa Rica lo supo desde mediados del siglo XX y lo debe seguir recordando ahora, en medio de una transformación tecnológica que exige nuevas competencias y una actualización constante.
La formación para el trabajo, la educación superior y la capacitación continua no son lujos; son infraestructura nacional. Allí se gestan las soluciones para los desafíos actuales: ciberseguridad, sostenibilidad, salud pública, inteligencia artificial, manufactura avanzada y un largo etcétera. Allí también se decide si Costa Rica sigue siendo un país capaz de atraer inversión, generar empleo formal y mantener un nivel de alfabetización que muchos otros envidian.
El Día de la Abolición del Ejército es una fecha para renovar el compromiso de construir paz invirtiendo en educación. Por dicha, Costa Rica no necesita tanques ni fusiles. Necesita más ingenieros, docentes, científicos, técnicos, emprendedores y profesionales que puedan responder a los retos globales. Necesita seguir defendiendo su modelo de desarrollo, que nació desmilitarizado y se sostiene en la preparación de su gente.
En un mundo convulso, la idea de un país que eligió educar antes que armarse es más relevante que nunca. Que esta conmemoración nos recuerde que el futuro se escribe en las aulas. Y que nuestro verdadero ejército, el único que necesitamos, es ese batallón de estudiantes que todos los días se alista para construir un país mejor.
Emilia Gazel Leitón es la rectora de la Universidad Fidélitas.