Hablar de los derechos de los niños y adolescentes parece trillado, porque muchas veces se da por sentado que es un asunto casero, o bien, no parece importar, ya que, como sea, llegarán a grandes y, como todos, deberán sobrevivir.
Persiste en el ideario colectivo que cuidarlos es una faena que compete a los progenitores, como si su desarrollo fuera una cuestión de provisión de pan y techo.
No parece tener relevancia que el desarrollo de una sociedad esté en franca simetría con el de sus habitantes. Una sociedad de personas mal nutridas en su infancia, con escaso acceso a formación académica, cultural, musical o a actividades físicas o recreativas, difícilmente competirá con las que desde hace mucho comprendieron la significación de propiciar una niñez y adolescencia que «crezca en desarrollo».
Los menores de edad soportan la minusvalía que les genera el ser dependientes. En el hogar, son dependientes de las decisiones de sus progenitores y arrastran, por ello, la vida de estos.
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En muchos casos, a temprana edad, enfrentan el desapego, el abandono, el alcoholismo o la drogadicción de alguno de ellos, así como violencia intrafamiliar, abuso sexual y una serie de problemas más que dolorosamente afectan sus vidas.
En el ámbito público, su círculo escolar se presenta como otro lugar de amenaza. El «bullying» pulula en los centros educativos de toda categoría, y causa desastres en sus vidas, sin que pareciera interesar lo suficiente como para originar alertas y planes de contingencia, o atención ante la mínima manifestación de agresión.
El desarrollo de los niños y adolescentes no es un asunto doméstico; nos atañe como sociedad civilizada que debe buscar lo mejor para quienes la integran, en todos los campos de la cotidianidad.
Por eso, las limitaciones o agresiones de las que son objeto debe importarnos a todos, y, en la medida de lo posible, motivar a emprender acciones que apoyen esta causa.
Las olimpíadas son solo una evidencia cercana de la limitada posibilidad que tiene nuestra niñez y adolescencia de contar con infraestructura, pero sobre todo con una supraestructura para competir en esas lides.
Esta es una reflexión para que, como sociedad, emprendamos proyectos sociales que apoyen a niñas, niños y adolescentes, con el fin de ayudarlos a «crecer en desarrollo», lo que involucra promover la defensa de todos sus derechos.
La autora es abogada.