
La actual campaña electoral pasará a los anales de la historia patria como uno de los episodios más ingratos de la vida republicana y de nuestra democracia. Atizada por los ataques sistemáticos y antidemocráticos del gobierno Chaves Robles desde que este comenzó, en 2022, deja un sabor amargo como una larga noche de pesadillas.
De hecho, los daños morales, sociales y en términos de la concordia y la convivencia ciudadana infligidos por el chavismo a nuestro régimen de derecho son inconmensurables y de consecuencias impredecibles todavía. Las imágenes recurrentes en actitud frenética y descontrolada del mandatario; de su operadora política, Pilar Cisneros, y de sus hordas fanáticas manipuladas por la ignorancia deliberada, que han destilado veneno, odio, noticias falsas y posverdad por cuatro años constituyen el peor espectáculo de agresión a la civilidad y una afrenta a nuestra vocación pacífica y de apego irrestricto y respetuoso a las instituciones republicanas del Estado de derecho.
Como resultado de lo anterior, vivimos la campaña electoral más triste y poco edificante de la Segunda República, cuando, en democracia, los procesos electorales significan una ocasión en que esta se pone en práctica en su máxima expresión, para renovarse con la elección de las autoridades que, con base en los principios de transparencia, libertad y justicia, conformarán los poderes Ejecutivo y Legislativo, en apego y respeto a la voluntad popular.
Tal como señaló el magistrado Luis Barroso Barroso, presidente de la Corte Suprema de Brasil, en una disertación en febrero pasado, en el Centro Carr, de la Universidad de Harvard, la democracia constitucional es un concepto que encierra dos caras de la misma moneda. Una es la soberanía popular, elecciones libres y justas y el gobierno de la mayoría. La otra es la limitación del poder, el Estado de derecho y la protección de los derechos fundamentales. Esta segunda cara tiene que ver con el principio de la separación de poderes del filósofo político Montesquieu, uno de los más influyentes de la Ilustración, teoría que moldeó el gobierno democrático moderno.
En su famoso tratado político El espíritu de las leyes, Montesquieu se refiere a la libertad política y la mejor manera de preservarla, e indica que para ello se requieren dos cosas: en primer lugar, la separación de poderes y la formulación adecuada de las leyes civiles y penales para garantizar la seguridad personal; y, en segundo lugar, argumenta que las funciones ejecutiva, legislativa y judicial del gobierno deben asignarse a diferentes órganos, de modo que los intentos de una rama del gobierno por vulnerar la libertad política sean frenados por las otras ramas. Esto es el sistema de pesos y contrapesos. De esta forma, Montesquieu fue el mayor enemigo del absolutismo político y partidario de la política moderada, es decir, limitada; por eso su frase “que el poder detenga al poder”.
Nuestro escenario electoral está decorado por dos escenografías que perjudican fatalmente la dinámica de la campaña e impiden que se lleve a cabo en las condiciones óptimas para que la ciudadanía tome la mejor decisión a la hora de ejercer el sufragio.
En la primera escenografía, está la desastrosa gestión de la administración Chaves en términos de políticas públicas eficientes y eficaces en los campos de la seguridad, educación, salud, ambiente y calidad de la democracia, como lo puso en evidencia el Informe Estado de la Nación presentado el 13 de noviembre anterior. Ello ha conducido a retrocesos serios y notables en el desarrollo humano y el estado de bienestar que el país alcanzó en las décadas previas a 2010.
A lo anterior se suma la erosión de la cultura cívica para la convivencia democrática documentada en el Informe, que, junto con el liderazgo negativo de Chaves (sus rasgos confrontativos y discursos permanentes de odio), han polarizado nuestra sociedad, lo cual constituye una grave amenaza para el clima electoral de la campaña, y han promovido la confusión y la incertidumbre en el electorado nacional, pues hacen de la mentira la verdad.
La segunda escenografía es la oferta electoral de la campaña, en la que sobran candidatos y candidatas y faltan verdaderos líderes y lideresas que estén a la altura de las circunstancias descritas, de los desafíos y de las amenazas que se ciernen sobre el país. Esto tiene relación con la crisis de nuestro sistema de partidos políticos, que viene haciendo aguas hace rato, sin que se vislumbre la determinación necesaria para depurar y mejorar.
Por ser más papistas que el Papa con el tema de la democracia interna de los partidos políticos, “se nos metió la gradería de sol”, como decía el ilustre don Beto Cañas, como ha quedado de manifiesto en la presente Asamblea Legislativa. Hay un desprecio de los estándares de calidad y excelencia con que debería operar la política y se ha perdido el sentido de lo que significa la investidura de la presidencia de la República.
Con pocas excepciones, deja mucho que desear la ligereza con que los partidos seleccionan actualmente a las personas candidatas a la presidencia y vicepresidencias de la República, sin tener en cuenta que tiempos extraordinarios requieren en esos cargos a personas extraordinarias en términos de sus atributos personales, profesionales, experiencia sólida, trayectoria destacada, estatura intelectual, y ni qué se diga de las competencias técnicas y de gestión (saber hacer y saber técnico), indispensables para gobernar bien en el complejo mundo de hoy.
Es muy lamentable la ausencia de esos rasgos en muchas de las candidaturas y su falta de conciencia y responsabilidad para admitir que la alta fragmentación que generan en el electorado es perjudicial en la presente coyuntura por la amenaza que representa la continuidad del chavismo, de la que, de alguna forma, serían responsables.
Todavía hay tiempo para reparar la dispersión de candidaturas y su efecto dañino en el resultado electoral de febrero. En un acto patriótico, por lo menos 15 deberían deponer sus aspiraciones, intereses y vanidad personales. Deberían renunciar y darle su respaldo a candidaturas no chavistas con posibilidades de repuntar en lo que queda de la campaña. Pasarían a la historia por su decisión ejemplar y amor por Costa Rica, por su deseo de defender a nuestra patria del populismo autoritario del chavismo manipulador.
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Cecilia Cortés es politóloga e internacionalista.