De acuerdo con el construccionismo social de Kenneth J. Gergen, todo lo que da sentido a la vida surge de las relaciones. En la época moderna las interacciones sociales tienden cada día a estar más relacionadas con irrealidades o hechos hiperbolizados que suceden en las series de Netflix.
Es probable que en una reunión con amigos de la academia o el trabajo, incluso entre familiares, en algún momento la conversación vire hacia las series de Netflix: cuáles han visto, cuáles deberían ver, cuántas han visto en una noche, cuál trata mejor determinado tema, cuál tiene los actores o actrices mejores o más guapos, cuál es romántica, cuál es dramática, cuál es de espanto, cuál es de suspenso, cuál vio la abuela... la conversación captura al grupo, lo transforma, lleva a soñar y hablar como en una catarsis de personajes ficticios y desconocidos.
De acuerdo con el construccionismo social, la realidad se construye en sociedad, la narrativa empleada de alguna manera explica interacciones de la vida real. En ese discurso social se construye una identidad colectiva. En la tertulia se contaban historias de seres y acontecimientos reales hasta la llegada de Netflix.
Dentro del proceso de construcción de la realidad social, queda la duda de lo que se construye cuando en una actividad social la conversación gira en torno a series, entornos y personajes desconocidos e inexistentes. ¿Será que ayuda a huir de la propia realidad y de aquellos con los que los seres humanos se relacionan?
Si se discute sobre series, no se puede discutir sobre los problemas reales. Si se gasta el tiempo en actos interminables, imaginarios y exagerados, nadie podrá convertirse en constructor de su propio destino. Si al discutir acerca de las series se evaden los sucesos y preocupaciones de la vida real, y además las personas evitan mirar la desgracia de otros seres humanos reales y cercanos, Netflix difícilmente aportará al construccionismo social.
Existen cinco consecuencias del construccionismo: énfasis en épocas determinadas y temas particulares, sensibilización de las poblaciones ante hechos reales, descubrimiento en horizontes de tiempo determinados —lo que incluye acontecimientos únicos e irrepetibles y también tendencias a largo plazo—, un quehacer asido a una determinada cultura y una historia social integrada.
Es preocupante que emplear los espacios de interacción para hablar de hechos ficticios contribuya a alienar a las personas, pues les cierra el paso o incluso el interés en compartir historias y problemáticas propias, y las conduce a vivir en una realidad inexistente y, por tanto, carente de constructores sociales.
La autora es economista.