Hace unos tres meses, el gerente médico de la CCSS pronunció unas palabras que llevaron un poco de alivio al ánimo de los asegurados. Declaró que la instrucción que indica que quince minutos son suficientes para la atención de un paciente en un Ebáis o una clínica pública no es obligatoria ni “está escrita en piedra”.
Estaba en lo cierto: la directriz fue escrita en un material más dúctil, y en él fue inscrito un nuevo tiempo de atención: doce minutos. Me estremezco con el pensamiento de que en mi próxima cita me ocurra lo sucedido a una asegurada de la Clínica Integral de Tibás, el 17 de marzo, cuando después de quince minutos de consulta médica fue despachada porque “se agotó su tiempo de atención”.
Es decir, el período destinado a la salud en el consultorio había expirado.
Fue así como, de tres procedimientos médicos que requerían una referencia de la profesional para el Hospital México, la paciente salió airosa con uno mientras los otros dos quedaron hundidos y desdeñados en su bolso.
Después de leer lo sucedido a la asegurada lo tomé como la orden de un juez: en adelante, quedamos apercibidos de que nuestro cuerpo debería limitarse a una cantidad de padecimientos que no supere los quince minutos de consulta.
El tiempo se estrecha a doce minutos y el alma se ensancha en inquietud. Entiendo que para la CCSS la salud se ha convertido en un asunto de números, tiempo y calidad debido al veloz incremento en la atención de consultas y emergencias a causa, entre otras cosas, de la pandemia, del desbocado modo de vivir que nos impone la modernidad y también a unos hábitos de alimentación tan incorrectos que no practicaría ni el más díscolo e irresponsable de nuestros antepasados.
La dejadez y el negligente aplazamiento personal en el tratamiento de nuestras afecciones nos cobran una cara y dolorosa factura que provoca que una incesante peregrinación humana busque alivio mental y corporal en centros de salud públicos y privados.
No obstante, esta anónima masa desea ser particularizada y escuchada entre las cuatro paredes de un consultorio por alguien que posee la facultad de procurar remedio a sus dolencias, y tener esperanza en nuestros sombríos pronósticos.
En ocasiones, he experimentado un sentimiento de ser solamente un trámite, una formalidad de carne y hueso que, semejante a un documento, debe ser visto, revisado, registrado y despachado en menos de quince minutos.
Ha habido momentos en los que felizmente mi estado de salud fue escrutado por médicos que me miraron con un semblante que revelaba cercanía; en otras palabras, que junto con las eficaces armas de jeringas, pastillas y tomas de presión mostraban una buena provisión de empatía para ponerse unos minutos en el enfermo cuerpo del paciente.
Sumado a los vertiginosos doce minutos de atención médica, el enjambre de temblores regresó de la mano de una noticia publicada el 12 de abril: en la Clínica Marcial Fallas, una asegurada con dolores en la espalda quiso decirle a quien la atendïa que también los sufría en una rodilla.
Sus palabras fueron cortadas con la prescripción de que “si viene a consultar es para una sola cosa”. O piel o hueso, pero no ambos. ¡Santo cielo, también hay dolores que aparecen como inesperados verdugos sin haber cometido nosotros delito!
Anexemos a esto que los padecimientos del cuerpo no están gobernados por nuestra voluntad, y es improbable que las enfermedades estén atentas y dóciles a nuestra orden de suspenderse temporalmente o reducirse a una mientras asistimos a una cita médica.
En el ancho territorio del conocimiento médico también debería cultivarse una parcela donde la humanidad de un paciente fuera regada con gotas de comprensión.
Con renovada esperanza, soy todo ojos para leer el anuncio en el que el buen gerente médico de la CCSS afirme que doce minutos de atención médica no están escritos en ninguna roca, que esta puede despeñarse unos veinte minutos hacia la latitud del paciente y que la directriz de ofrendar al médico exclusivamente un dolor no está escrito en ninguna tabla de mandamientos.
Porque del mismo modo que transportamos en nuestras almas una multitud de buenos sentimientos, tenemos un cuerpo que está expuesto a ser embestido por una muchedumbre de enfermedades que no respetan edad ni tiempo.
El autor es educador pensionado.