Los textos socráticos —o, mejor planteado, aquellos que a él se le adjudican— comparten un factor común en el paradigma del gran filósofo: la reflexión en la praxis. Alea iacta est; el sentido del homo sapiens presenta como fin ineludible el pensar, para sí y por sí.
Redescubrirse y repensarse como el modus faciendi de cada cambio en las aguas del río; así, es como debe vivir el ser según las enseñanzas de Sócrates. Así, lo estipularon también los autodenominados pupilos suyos, que no eran más que sus oyentes de mayor renombre entre las polis (y posteriormente en el orbe). Un manual por seguir que contiene un solo paso: conocerse.
Conózcase a usted mismo, repiten cual loras para resumir las tantas enseñanzas en una sola dosis. Conózcase a usted mismo, en el punto donde las virtudes se hallan y el bien y el mal se esclarecen, ese punto donde lo divino es y lo humano se asemeja a un fresco en la Capilla Sixtina. Conózcase a usted mismo, Alcibíades. Conózcase y piense. Porque aquella justicia que creía conocer se derrumba justo antes de pronunciar el gran discurso.
¿Qué es lo justo y qué es lo útil?, proclama Sócrates con propiedad. El pensar y conocerse empieza allí, con una pregunta, con un quizás. Ese quizás desencadena el autodescubrimiento, y, por medio de este, se llega a la virtud, al ser magnánimo.
Vivir pensando y vivir para pensar: una vida dedicada al amor por el conocimiento. Y, una vez comprendido, es cuando puede dignarse el ente a enseñar.
Es cuando puede dictar al pueblo cuándo es sabio actuar —o su contraparte, la inacción como postura definitiva—. Pero solo el virtuoso puede hacer esto. Y solo es virtuoso quien se conoce a sí en primera instancia.
Ahora, dicho esto, ¿cómo iba a declararse inocente a Sócrates? ¡Claro que es culpable! El ateniense es culpable de corromper con la duda la mente de quienes existen. Pensar más allá del pensar, pensar que estoy pensando para existir, el cogito se convierte en la piedra y allá va Sísifo; una, otra y otra vez.
Sócrates olvida mencionar que llegar a conocerse no es tan simple como escribir este artículo, sino que es una tarea de todos los días. Pienso hoy, pienso mañana también. Y es allí donde se abruma el ser. El exceso de pensar culmina en la inacción no premeditada. La duda corrompe al hombre tanto como el poder, infinitamente.
Esa es la piedra de Alcibíades y Tracia. Esa es mi piedra, la suya. Pensar excesivamente es el mal que agobia el hoy, aun cuando parece hacer falta pensar más allá. Duda tras duda, día tras día; no son más que sinónimos de una concatenación de causas incautas que llamamos vida.
El peso de dudar agobiaba tanto a los griegos que prefirieron matar «su origen» sin saber que la génesis se hallaba dentro de ellos. Y, así, muere Sócrates, bebiendo cicuta después de enseñar la más terrible de las lecciones. Y, así, vive el vulgo, con su cicuta que merma el efecto de un pensar incansable. Y, así, termino, con una sola idea en la mente: ¿Pienso?
El autor es estudiante de Economía.