
Imaginemos que Costa Rica tuviera ejército. ¿Cuántos usos le encontraríamos? Quizás, en un escenario de violencia criminal como el de los últimos tres años, habrían sido desplegadas las fuerzas militares para combatir el narcotráfico. Tal vez nos sentiríamos aliviados y protegidos. Excepto si la intervención agravara el problema, como sucedió años atrás en México y Colombia, donde el combate frontal al narco generó una respuesta violenta que causó decenas de miles de muertos en ambos países. Son cifras propias de una guerra.
Pensemos en otra posibilidad: que, en el contexto actual de narcoviolencia, las fuerzas armadas actuaran en contubernio con el narco y con la connivencia del jefe de Estado, como sucede en Venezuela, donde el chavismo instaló un nefasto sistema de autocracia militar narcofinanciada. Sentiríamos, como nación, una frustrante y temerosa indefensión.
Otro escenario aún peor: que la fuerza militar fuera desplegada por el Poder Ejecutivo para secuestrar ciudadanos opositores al régimen, donde la voluntad del jefe de Estado fuera silenciar a quien se opone a sus deseos. Eso pasó en Cuba, Chile, Brasil, Argentina, Uruguay y en cualquier otro país del mundo donde el poder absoluto y autoritario se ha combinado con el uso de la fuerza militar.
Uno de los problemas de tener fuerzas armadas es el mismo que el de portar armas de fuego: el usuario encuentra cada vez más excusas y ocasiones para usarlas. En 77 años de historia desmilitarizada, nuestra patria no ha tenido necesidad de un ejército.
Más bien, podríamos encontrar ocasiones en las que nos sentimos afortunados de no haberlo tenido. Tal fue el episodio de invasión nicaragüense a nuestra isla Calero, o el teatro de la Guerra Fría para respaldar a la “contra” en Nicaragua. Haber utilizado nuestro ejército para apoyar al líder de aquella revolución, Daniel Ortega, todavía sería una mancha indeleble en nuestra historia militar.
No es difícil imaginar que si nuestro país hubiera tenido ejército los últimos 77 años, alguna potencia militar cercana hubiera encontrado fácil infiltrar al ejército con dádivas, entrenamiento y armamento militar para desestabilizar alguno de los 20 gobiernos que hemos tenido en ese lapso. Durante ese periodo, los Estados Unidos infiltró ejércitos y desestabilizó la política doméstica de varios países en la región, tales como Guatemala, Granada, Panamá, Colombia y Chile, entre otros.
Más bien, gracias a no tener una fuerza militar, nuestro mayor aliado histórico ha sido creativo y constructivo al aportarle a la política costarricense. Tal es el impacto que, por décadas, ha tenido para Costa Rica el aporte de la Agencia de Cooperación Internacional estadounidense (US AID), desde que invirtió el capital semilla de Cinde, lo que facilitó la atracción de cientos de grandes y reconocidas empresas transnacionales que operan en el país y generan cientos de miles de empleos directos e indirectos. Nos hemos constituido, gracias a este aporte, en uno de los polos de manufactura avanzada para la exportación de bienes y servicios más potentes del mundo.
El uso de las armas degrada a una sociedad, aunque no intervenga el ejército. La existencia de más de 300 millones de armas en manos privadas en Estados Unidos facilita la ocurrencia de atroces crímenes que no sucederían en una sociedad desarmada. Es lo contrario de Japón, un país de 124 millones de habitantes, donde la cifra de homicidios con armas de fuego suele ser menor a diez por año. En 2021, solo hubo un homicidio con arma de fuego en todo el país. Japón es uno de los países más seguros del mundo gracias a que es una sociedad desarmada.
La ausencia de un ejército militar es el mejor antídoto para la megalomanía de una persona que quisiera tener dominio absoluto del poder político, silenciando opositores, adversarios y enemigos. Es lo más prudente en tiempos actuales, cuando muchos hombres al mando en este mundo convulso revelan una masculinidad inmadura, comportándose con la psicología residual o rezagada de un niño mimado y berrinchoso, intolerante y egocéntrico, con debilitada autoestima y mancillado amor propio, canalizando sus patéticas debilidades moviendo las palancas del Estado que, por un corto periodo de su vida, controlan.
Estamos viviendo un episodio histórico singular. Imaginemos el escenario en que la persona que ocupa la jefatura de Estado tuviera el antojo de utilizar la fuerza militar en contra de instituciones públicas y privadas, violentando la Constitución con el uso de la fuerza armada. Sería abominable imaginar algo tan chocante y disímil a lo vivido los últimos 77 años, donde el imperio de la ley continúa mandando sobre todos los poderes de la República para que ninguno se engolosine o intoxique abusando del poder.
Hoy celebramos lo más sagrado y distinto que Costa Rica le aporta al mundo: su desmilitarización. Celebremos a las personas –sobre todo a los hombres– que emplearon su madura adultez de estadistas para abolir el ejército y asegurarnos que jamás vendría ningún déspota inicuo opresor a abusar de la nación por la fuerza.
Los últimos 77 años hemos hecho grande a este país, entre todos y para todos, labrando con sencillez a través del diálogo noble; tomando decisiones ciudadanas, individuales y secretas en las urnas de votación, en libertad, paz y regocijo. Derecho sagrado la patria nos da.
alvaro.cedeno@gmail.com
Álvaro Cedeño Molinari es abogado especialista en estudios de paz y política pública y consultor en diplomacia corporativa.